En el anterior post trataba de explicar que el problema no es que seamos idiotas y aceptemos todas las tonterías que nos imponen. La lista de engaños a la que estamos sometidos es tan larga que hemos llegado a un punto en el que en realidad nadie confía en nadie.
Por supuesto todos sabemos que el del taller, el del banco, el de la farmacéutica, el médico, el del partido político, el periodista y todos y cada una de las personas que hacen algún tipo de producto o proporcionen algún servicio no son amigos. No son amigos los analistas, no son amigos los sindicatos, ni los agricultores, ni tampoco los políticos.
Yo creo que una inmensa mayoría de la sociedad es perfectamente consciente tanto de quienes son nuestros amigos, como de la existencia de unos intereses supuestamente contrapuestos a los nuestros. Es decir, somos perfectamente consciente de que el taller tiene incentivos en jugárnosla o que los bancos tienen unos incentivos muy fuertes para alterar la realidad que nos muestran. Esto yo creo que está perfectamente claro.
Pero sin embargo, los incentivos a engañar o a la práctica de determinadas engañifas, realmente tienen unos efectos secundarios que todo el mundo conoce, salvo curiosamente aquellos que los practican. Cuando una empresa nos hace una jugarreta, lo que está haciendo es conseguir un beneficio al muy corto plazo, normalmente incluso muy reducido, a costa de sufrir una pérdida inmensa al largo plazo. El problema no es que hayamos sido idiotas o que lo seamos, sino que hay una buena cantidad de ellos que no son otros que todo aquel que no es capaz de ver que el engaño no es buena opción.
La situación se agrava cuando el engaño se generaliza. Es decir, si en un determinado sistema alguien engaña a otra persona, al final lo que se consiguen son toda una serie de unas pérdidas para todos los integrantes de esta sociedad. Por esta razón existen toda una serie de normas que tratan de evitar estas situaciones. Penalizando determinadas actuaciones de forma contundente, lo que se consigue exactamente es mostrar de forma clara los problemas que determinadas actuaciones provocan.
Cuando se penalizan las informaciones incorrectas, la publicidad engañosa, los servicios defectuosos, lo que se está haciendo es buscar la forma de eliminar las pérdidas totales de la sociedad y del sistema económico. Las pérdidas de cualquier engaño son siempre superiores a las que tendremos en una situación en la que todo el mundo se comporte de forma correcta; pero como el engañador puede obtener un beneficio cierto, a corto plazo, a costa de un riesgo en el futuro y a menudo de unas pérdidas no cuantificables, existe cierta miopía. Un sistema de sanciones, responsabilidades y defensa de los consumidores eficaz es lo que trata de introducir en la ecuación unas variables que compensen lo que los miopes son incapaces de ver. Es decir, si una empresa no es capaz de comprobar el daño que hace cada vez que engaña, lo más apropiado es un sistema de defensa de los consumidores que trate de ser aquello que muestra los efectos de sus acciones desde el primer momento para evitar estas acciones.
Es importante no olvidar que este pequeño detalle no es algo especialmente revolucionario, sino que es algo que hace tiempo que todo el mundo sabe. Sin embargo, en plena etapa de un diseño basado en la economía de oferta, algunos han creído que no es problema el tratar de engañar a los clientes, de forma que se trata de eliminar los problemas de imagen con publicidad y luego tratar de evitar los problemas con presión para evitar los efectos secundarios.
Sin embargo, esta solución no es más que una parte del problema. Uno de los efectos que tenemos en esta situación, y por supuesto de los menos estudiados, es que la credibilidad y la confianza se han desvanecido. Gracias a los continuos engaños, lo que está ocurriendo es que ya nadie cree a nadie y como no existe forma de discriminar a los que son sinceros de los que se basan en los engaños, el problema es realmente grave.
Pero hoy cuando hablamos del “nos toman por idiotas”, no estamos hablando de una empresa que engaña en la publicidad, o un banco que engaña captando inversores; estamos hablando de que los políticos están tomando toda una serie de medidas que nos están haciendo más pobres, ya que suponen un traspaso de renta hacía determinadas minorías, (bien directamente, bien generando las condiciones para que se produzca tal situación indirectamente).
En general estamos hablando de un concepto tan amplio que se define como “medidas impopulares” o ahora más recientemente como “medidas no gratas”. Sin embargo una cosa parece pasar totalmente desapercibidas. Durante muchos años la sociedad se ha manifestado conforme a asumir determinados costes para tratar de mejorar todos sin el mayor problema; sin embargo ahora mismo es cuando las reacciones a las medidas impopulares son extremas. El CIS sistemáticamente nos ha ofrecido encuestas en las que más de un 70% de la sociedad estaba en contra de la reforma de la seguridad social, idénticos datos ofrecía la reforma laboral, los políticos son vistos como un problema por la inmensa mayoría de la sociedad. Las encuestas en las que se preguntaba a las personas acerca de las perspectivas futuras de la economía mostraban un pesimismo que no se correspondía con analistas, gobiernos y entidades financieras y así podríamos seguir poniendo indicios continuos que nos dicen que el conjunto de la sociedad no está absolutamente nada desencaminado.
De hecho incluso tenemos el caso de Islandia, que es el raro caso donde se ha preguntado a la sociedad, al revés que lo ocurrido en otros muchos países, y que curiosamente se nos muestra con el camino correcto para la salida de los problemas.
El problema por tanto no parece estar en que seamos idiotas, sino en que los que nos representan y los que se supone tienen un gran talento para aconsejar a la sociedad, son los que realmente son los idiotas, (y también los que han vivido por encima de nuestras posibilidades).
Y son realmente idiotas, porque aún parece que no se han dado cuenta que con todas estas medidas se están cargando todo el sistema económico, y lo curioso del caso es que no se dan cuenta de que cargándose el sistema económico, quien sufre la mayor pérdida es exactamente el que más se beneficia del sistema económico.
En definitiva el problema es de idiotez, pero de quienes están tomando las decisiones que nos están llevando a esta situación.
Es difícil saber qué podemos hacer para salir de esta situación con los mínimos daños posibles, ya que necesitamos sistemas de responsabilidad y democracia mucho más efectivos, rápidos y sencillos; técnicamente no habría excesivos problemas en conseguirlos, pero sin embargo, quien tiene ahora mismo los resortes del poder lo bloquea continuamente por la misma miopía que les lleva a seguir dando patadas hacía adelante sin ningún sentido. Esto es lo realmente grave y creo que el primer paso es tratar de aclarar las cosas y por lo menos sacudirnos ciertos sesgos.
El que engaña es el que engaña, y no somos estúpidos; puede que estemos perdiendo pero esto no significa más que el hecho de que los realmente tontos son los que creen que la gente lo es.