Esta ha sido la frase que ha usado Esperanza Aguirre, para defender el éxito de la privatización de “Canal de Isabel II”, que es la empresa encargada de gestionar el agua. La idea que quería transmitir, (y con notable éxito), es que los inversores acudirían a su privatización por que supone una gran oportunidad para prestar un negocio en un bien básico.
Quizás si se hubiese acordado de explicar que además resulta que ninguna otra empresa podrá acceder al mercado que esta empresa tiene hubiese acabado de redondear la jugada. Y esto es así porque evidentemente no vamos a encontrarnos con otra empresa que se dedique a hacer toda la infraestructura necesaria para conseguir que los edificios tengan agua potable.
En este caso estamos ante el caso más extremo donde se pueden comprobar los efectos de las privatizaciones, que según parece no son motivadas para reducir el déficit, (por que no lo reducen ya que nunca se logrará privatizar una empresa en pérdidas), sino que se motivan para liberalizar e introducir competencia en el sector. Supongo que luego nos encontraremos con que la liberalización del sector se reduce a la liberalización de precios, de tal forma que las empresas privadas podrán, con mayor o menor libertad, establecer el precio que les de la gana en un entorno de un monopolio natural de libro.
Evidentemente aquellas personas que consigan el negocio del agua, tendrán todas las posibilidades para subir el precio del bien que producen, (bien necesario para el consumo en un entorno de monopolio), a la vez que tendrán todas las posibilidades para reducir los costes. Por supuesto, que nos contarán que la iniciativa privada traerá inversiones para conseguir beneficios. Sin embargo, una y otra vez se comprueba que los beneficios para los inversores en estos casos, no vienen de otro lado que del incremento puro y duro del precio del bien en que nos encontremos y de la rebaja de los costes laborales.
Está claro que si me dedico a vender agua, y logro imponer el precio que me da la gana y además logro bajar los sueldos genero unos beneficios que me vendrán muy bien. Sin embargo, desde el punto de vista del conjunto de la sociedad, lo que se ha de esperar es exactamente lo mismo que nos hemos encontrado con todas y cada una de las privatizaciones que nos hemos encontrado. Unos beneficios derivados de tener los mayores precios de europa, a la vez que tenemos unos de los menores costes de europa. Para la sociedad esto significa que se va a pagar más por lo mismo, mientras llega a la sociedad menos. Así de simple.
Quizás a esto se refiera Montoro cuando habla del éxito de las privatizaciones que se desarrollaron en España, (Telefónica, Endesa, Repsol, Argentaria o Iberia). Salvo en el caso de Iberia en todos y cada uno de los casos nos hemos encontrado con que estamos ante una situación en la que tenemos unos precios que están en la banda alta de Europa y como beneficio para la sociedad, lo que tenemos es que unos cuantos se reparten unos beneficios extraordinarios que vienen del puro reparto de lo que pagamos de más por mantener unas estructuras monopolísticas u oligopolísticas en mercados de bienes que antes se denominaban estratégicos.
En este sentido dejamos fuera el caso de Iberia, que quizás sea el ejemplo que desentona un poco en este esquema. Claro que Iberia está en un sector que no cubre las mismas necesidades que los anteriores y además en el caso de Iberia estamos ante una situación en la que la competencia es mayor. Si nos fijamos, los beneficios de los inversores han sido espectaculares en cada uno de los ejemplos, salvo en el caso de Iberia, que desde luego no destaca especialmente por unos beneficios espectaculares.
Pero si en lugar de los inversores, nos ponemos en lugar de los ciudadanos de España, y preguntamos sobre los efectos de las privatizaciones en nuestros bolsillos como usuarios de los bienes producidos por las empresas, está claro que Iberia no será precisamente el ejemplo de daño a la sociedad. Si claro es el quebranto en nuestros bolsillos de los precios que puede poner (directa o indirectamente) telefónica o endesa, o desde luego Argentaria..., muy poca gente se acordaría de Iberia.
Lo malo es que Esperanza Aguirre o Cristobal Montoro, no son personas que se hayan de preocupar por los intereses de los inversores, sino que se han de preocupar por los intereses de los ciudadanos, y por tanto deberían tener en cuenta que el éxito de una privatización se ha de medir en términos de la factura que tendrá que pagar cada persona por el bien o servicio, (no sólo por el coste en realizarlo), y en lo que se obtiene de esto. En cambio parece que el criterio es el tamaño del pelotazo.
Y al final las cuentas salen; el tamaño del pelotazo guarda relación con la necesidad del bien y la competencia del sector, de forma que al final gran pelotazo y grandes oportunidades de inversión, lo que suponen es que asumiendo nulos riesgos y menores inversiones, (que siempre son un riesgo), se consiguen grandes beneficios a cuenta de la sociedad.
Está claro que en la discusión entre donde debe acabar el estado y donde no entramos en muchos casos en el terreno de la discusión ideológica. El ejemplo de Iberia es perfecto, ya que existe competencia, existen inversiones, existe innovación y existe la oportunidad de no usar sus servicios. En este ejemplo, se puede discutir si es conveniente o no la privatización. Sin embargo el caso del agua es el claro ejemplo en el que no tiene sentido discutir absolutamente nada, y mucho menos si como es el caso de Esperanza Aguirre, el valor de la empresa es que tienen una demanda cautiva para la que no habrá competidores en un bien absolutamente necesario.
Y si, ahora nos dirán lo de la gestión eficiente, o aquello de lo de generar inversiones, pero todos sabemos que el agua no es una empresa tecnológica en la que se van a asumir riesgos para obtener algo muy novedoso, sino que se van a realizar las inversiones mínimas para mantener cierta dignidad, ofrecer un dato en la memoria y sangrar a los madrileños.