Cierto mensaje que se oye reiteradamente en todas y cada una de las reformas es aquel que nos cuenta que “sólo los trabajadores improductivos tienen que tener miedo a ser despedidos”. La lástima es que este mensaje parte de un error de base importante que no es otro que considerar que el mundo es perfecto.
En realidad la frase debería ser redactada de otra forma, por ejemplo: “los mejores trabajadores no tendrán que tener miedo a ser despedidos”, que sin ser del todo exacta refleja mejor lo que debe esperar cada trabajador. La gran diferencia es que el miedo a ser despedido depende de una definición de la palabra “mejor”. ¿Quién es el mejor trabajador?. Pues cada empresario o dirigente de empresa tiene claro cuáles son para ellos los mejores trabajadores, y por tanto mirando hacía el otro lado, cada empresario o dirigente de empresa tiene claro quiénes son sus peores trabajadores. Pero esta definición no se puede entender sin entender que cada empresario tiene sus propios criterios para definir quienes son los mejores y los peores.
Por lo tanto, los primeros que han de tener miedo, en definitiva han de ser aquellos trabajadores que se alejen de los criterios de sus superiores. Si presuponemos que los superiores no se equivocan nunca y que siempre tienen en cuenta criterios puramente racionales, podríamos asumir que los trabajadores productivos no tendrían miedo. Sin embargo a medida que el empresario que decide quienes son los mejores y los peores se aleja de este ideal de empresario modelo, los trabajadores que han de temer se alejan también del ideal.
En todo caso, quizás deberíamos recordar que el máximo miedo nos lo encontraremos en aquellas empresas que van mal; (es donde nos encontraremos las causas más plausibles para un despido objetivo por causas económicas). Esta es una de las perversidades de todas estas reformas. Resulta que a las empresas que les vaya mal se les permite sin mayores problemas rebajar los sueldos y facilitar el despido. Esto significa que si en un sector una empresa lo hace bien y otra lo hace mal, resulta que se premia directamente a la que lo hace mal, que puede por tanto rebajar sus costes a costa de los trabajadores sin mayor problema.
Ya sé que normalmente la causa “mala gestión” es algo que en todos los análisis queda para el sector público, pero sin embargo deberíamos tan siquiera contemplar la posibilidad, aunque fuese a nivel teórico, de que existan casos de empresas y empresarios que tengan serios problemas de gestión. Evidentemente todo aquel que se encuentre en una empresa en la que el empresario no sea de los mejores se encontrará en una situación en la que la persona encargada de coordinar todos sus recursos a su disposición y combinarlos eficientemente no sea de las mejores. En esta situación, es el empresario el que ha de elegir quien se queda y quien se va.
El hecho de que el que elija quien se va coincida con el que no sabe seleccionar plantea un escenario en el que es fácil inferir que los trabajadores han de preocuparse bastante más por adecuarse a los criterios que el encargado de “nominar” valora que a hacer un buen trabajo.
Según lo expuesto en la reforma laboral, resulta que se despedirá a los que tienen una menor antigüedad porque eran más baratos de despedir que los antiguos. Curiosamente aquel que mire únicamente el precio del despido, (recordemos que es lo que sugiere el texto de la reforma laboral que es lo que hacen los empresarios), no cambiará la decisión, (que supuestamente es lo que busca la reforma según el texto), sino que seguirá despidiendo al mismo pero más barato. Es como tratar de elegir entre dos bienes cualesquiera en función del precio. Si en una situación elegimos el bien A por barato, no se va a cambiar la elección bajando el precio de los dos bienes en el mismo importe.
También hay empresarios que tienen cierta preferencia, y podemos imaginar que le tienen cierto cariño a un trabajador determinado; pongamos por ejemplo que es la persona que dice que si a todo, a un jefe que no le gusta que le lleven la contraria, ¿le llevará la contraria?. Pues el problema es que la combinación gestor ineficiente y persona que no acepte opiniones contrarias suele ser bastante habitual, hasta el punto de que una persona que acepte (o que busque críticas como gran forma de mejorar) difícilmente tomará decisiones sin mirar todos los puntos de vista y por tanto tiene más probabilidades de estar en el lado de los que no van a tener excusas para despedir por razones objetivas.
Ante una situación o una empresa como la descrita, el que dice amén a todo, ¿tendrá más miedo o menos?. Pues lo más probables es que siga igual de tranquilo. Sin embargo el que se basaba en trabajar y en fijar unas reglas claras, ahora mismo verá que su mundo se ha derrumbado.
En definitiva, ¿Quién tiene que temer?, Pues aquel al que le hayan cambiado las circunstancias, y es fácil entender que el miedo lo tendrán aquellos casos en los que el despido era improcedente y ahora por decreto ley pasa a ser procedente. Y esto es sencillo, el que estaba más seguro antes que ahora, es aquel trabajador que se basaba en cumplir para que no pudiesen despedirlos de forma procedente que es el que ahora realmente ha cambiado. El que no era productivo, o incluso causaba quebrantos a la empresa seguirá exactamente igual porque su coste de despido no ha variado.
En todo caso, resulta que lo que se trata siempre en esta medida no era precisamente de generar confianza, sino de meter miedo, porque este miedo es muy útil para negociar con las empresas. De hecho precisamente se trata de reducir poder de un lado, dar poder del otro, lo cual invariablemente llevará a que el precio del mercado refleja esta situación, o sea que el miedo y la incertidumbre es un elemento clave para que los trabajadores estemos totalmente vendidos para aceptar lo que el empresario disponga.
Y desde este punto de vista nos hemos encontrado con un gran “éxito” de la reforma laboral; el miedo se ha instalado en los trabajadores, y curiosamente nadie siente miedo porque si hace su trabajo puede ser despedido. El miedo viene derivado de que puede ser despedido por cualquier razón, haga o no haga su trabajo de acuerdo al sentido común.