Si a cualquier analista le piden un resumen simplificado de una política de corte keynesiano, todo el mundo dirá aquello de incrementar el gasto público cuando la demanda se contrae; de hecho, la mayor crítica está en el lado de la austeridad bajo el argumento de que gastar más lo que hace es acabar contrayendo la economía. De la misma forma, si identificamos posiciones políticas de acuerdo al clásico izquierda-derecha, llegaremos a la conclusión de que las posiciones de izquierdas son más cercanas al keynesianismo, mientras que las posiciones de derecha se acercan más hacía el control del gasto público. De hecho, estoy seguro que una gran mayoría de consultados no dirán absolutamente nada acerca de que esto es una simplificación.
Teniendo claro esto, es cierto que llevo unos cuantos post en los que defiendo que no soy capaz de distinguir los partidos que supuestamente se definen de izquierda de los de la derecha y por supuesto que aquí lo de la lucha Keynes Vs Hayek es un cuento chino, ya que ni uno ni otro son ni utilizados ni realmente vilipendiados.
Pero el caso es que de repente llega una situación de estas que sólo se pueden señalar como paradójicas y que ilustran el absurdo global en unas posiciones absolutamente indefendibles. Estoy hablando de la candidatura de Madrid a las olimpiadas.
Organizar unas olimpiadas es el ejemplo perfecto de una medida de corte keynesiano; Es decir, se basa en asumir una inversión elevada, que indudablemente afecta al gasto público, pero que genera unos efectos económicos positivos incrementando la actividad. Ni la inversión, ni la actividad se cuestionan; de la misma forma la discusión sobre si es una inversión ruinosa, (al ser menores los ingresos que los gastos) o si es una inversión que permite un gran avance es completamente inevitable.
Por esto no deja de ser curioso que de repente nos encontremos con los supuestos defensores de todo tipo de ajuste aplaudiendo a rabiar y luchando por apuntarse a esta fiesta, mientras que los supuestos defensores de los estímulos económicos, oponiéndose con total ferocidad a lo que no es otra cosa que el ejemplo perfecto de estímulo económico. Y si nos paramos a pensar un poco, esto exactamente es lo que ha pasado. Otra cosa sea que aquí casi que todo el mundo prefiera olvidar esto de buscar un mínimo de coherencia.
Por supuesto, la coherencia es absoluta pero no cuando hablamos de estos posicionamientos. En realidad esto va de otra forma más sencilla; en la inmensa mayoría de las discusiones sobre el gasto público, primero hay la pregunta: ¿Quién cobra?. Porque resulta que esta es la variable clave; y después para valorar una propuesta, nos preguntamos ¿Quién la hace?. Y con estos dos trucos, entendemos perfectamente como aquellos que han criticado durante años el desbarre de la Expo de Sevilla y las olimpiadas de Barcelona en 1992, sean los que ahora defienden lo mismo de los ataques de los que antes la defendían, mientras el que se pasa la vida pidiendo libre mercado y austeridad, haya patrocinado los actos necesarios para disparar el gasto público a través de negociaciones nada claras mientras se condena la corrupción.