Con motivo de las idas y venidas de los miembros y “miembras” de esa auténtica “casta” que conforman los directores, ejecutivos, consejeros y demás mangantes de las cajas y bancos españoles que tanto han amargado la vida y siguen haciéndolo a las gentes del común de este desgraciado país en estos últimos y revueltos tiempos, ha vuelto una vez más a saltar a los “medios” el viejo asunto de las remuneraciones pecuniarias (de las no monetarias, poco o nada se sabe) de los "altos" ejecutivos y demás directivos de las empresas. Así nos hemos enterado de que estos profesionales se diría que hacen como si no se hubiesen “enterado” de que la economía nacional anda metida en una profunda crisis, o al menos eso parecería deducirse a tenor de las mareantes cifras a que ascienden sus sueldos y otras compensaciones, incluidas esas pensiones de jubilación auténticamente jubilosas como las de don Rodrigo Rato y su sucesor al frente de Bankia.
Veamos un poco más de cerca algunos ejemplos de este fenómeno tal y como los ha recogido la prensa. Así, los consejeros, ejecutivos y altos directivos de las empresas del IBEX obtuvieron en 2007 una remuneración media de 873.666€ en tanto que el gasto medio por empleado en esas mismas empresas ascendió a 37.122€, o sea, que por cada euro que ganó el empleado medio el ejecutivo se embolsó 23,54. No estaba nada mal, pero a quienes les pagan, o sea, nominalmente, a los “dueños” de las empresas, les debía parecer poco lo que cobraban sus directivos, pues en 2011 (ya por tanto bien metidos en la crisis) las correspondientes cifras fueron de 1.070.000€ y 43.353€ respectivamente, lo que se tradujo en que por cada euro del empleado medio los directivos, gerentes y demás pasaron a llevarse 28,34, es decir, que en cuatro añitos su diferencial relativo creció en 4,8. ¿Sería, acaso, para compensarles por el stress de la crisis? Pues resulta que fueron una minoría de las empresas del IBEX las que fueron rentables para sus dueños-accionistas en ese cuatrienio (y mejor, a este respecto, es no pensar en lo que está pasando en este último año).
Ya pasando a casos concretos, cabe hablar de algunos grandes personajes ampliamente conocidos, reputados e, incluso, respetados (de la chusma de directivos y consejeros de las cajas de ahorros mejor olvidarse. El rencor –dicen- es un sentimiento negativo que no es bueno para la salud). Don Pablo Isla se llevó -que se sepa- como compensación por sus desvelos 20.300.000€, 1000 veces más que el sueldo del empleado medio de la empresa que dirige, Inditex. Don Alfredo Sáenz (Santander) 12.700.000€, lo que se tradujo en un ratio entre sus sueldo y el del currante medio del banco de 233. Don César Alierta ganó menos, sólo 10.270.000€, pero quizás en compensación su ratio fue más alto:266. Don Alfredo Brufau (Repsol) ganó 10.120.000€ y su ratio de diferencia con sus curritos fue de 185. Don J.I.Sánchez Galán de Iberdrola ingresó 9.550.000€, y su ratio diferencial fue de 142. Don Florentino Pérez de ACS y del Real Madrid ganó sólo 1000 millones de las antiguas -y quizás futuras- pesetas, un ratio de 157. Y don Francisco González del BBVA se llevó solamente 4.900.000€, poco ciertamente, pero que significaba que por cada euro que gana el empleado medio del Banco de Bilbao él se lleva 101.
Para muchos estas cifras no sólo serían mareantes, sino también indignantes. Quizás lo sean así para la inmensa mayoría de las gentes del común y dedicadas a cualesquiera trabajos y profesiones. No lo serán probablemente –y es comprensible- , salvo posiblemente para los "afectados" y sus allegados. Pero, curiosamente, tampoco lo son para la mayor parte de economistas. Más concretamente para los economistas que se adscriben intelectualmente a la dominante ortodoxia económica, la Economía Neoclásica. Y la razón es muy simple. Para la Economía Neoclásica hay una sencilla y elemental explicación económica para esos sueldazos, una explicación que es también como casi siempre algo más: una justificación moral. La explicación/justificación es obvia: los apabullantes sueldazos que ganan los ejecutivos y directivos de las empresas, no sólo en España sino en todo el mundo, son el resultado de la interacción entre la oferta y la demanda de este tipo de cualificadísimos trabajadores, por lo que si a alguien no les parecen bien, la envidia y no la indignación debería ser la respuesta adecuada. Por lo que dado el bajo status moral de la envidia, la Economía Neoclásica consigue una vez más un resultado sorprendente: los inmorales no serían quienes perciben esos sueldazos sino los que se indignan por ello. Así es el mercado...y nada más habría que hablar.
Sí, cierto que es el mercado de ejecutivos el que “pone” esos sueldazos…pero también es igualmente cierto que algo más que la mera constatación de ese hecho se puede y se debe decir. Me da la impresión que, al igual que todo individuo requiere darse a sí mismo un suerte de justificación moral para sus comportamientos, lo mismo pasa a nivel de la sociedad. Por eso los defensores de la economía de mercado no les basta con señalar que lo que ocurre en el ámbito económico es fruto del funcionamiento de los mercados, sino que además directa o indirectamente siempre agregan que eso es moral, justo o socialmente adecuado. Por ello, siempre, siempre, hay -como ya se ha dicho- algo más detrás de cualquier argumento explicativo de cualquier fenómeno económico por más que aparente o finja ser neutral y objetivo, y es una justificación “moral” del mismo. A veces, incluso, pienso que esa es la tarea básica de la Teoría Económica que constituye el armazón de la Economía Ortodoxa: encontrar la justificación “moral” o “ética” de los resultados sociales y económicos de las economías de mercado.
Pues bien, aquí, en este asunto de los sueldazos, también es posible rastrear esa tendencia subyacente. La explicación de los sueldazos es fundamentalmente su justificación. A la hora de explicar los sueldazos, los economistas recurren a lo que no es sino una versión actualizada de la teoría de la distribución de la renta defendida por la Economía Neoclásica, la dominante en el ámbito académico, aquella que arrancando en la obras de Irving Fisher, John Bates Clark y John Maurice Clarck a principios del soglo XX se conoce cono Teoría de la Distribución con arreglo a la Productividad Marginal de los factores. Teoría que viene a decir que la remuneración que obtiene un factor de producción (o mejor dicho, su propietario) en un mercado está asociada al valor de su contribución al producto total que tal factor aporta en u proceso de producción, y que –aquí viene lo importante- por lo tanto sería de alguna manera justa por ser merecida en el sentido de justicia distributiva: cada propietario de un factor productivo se "llevaría" así lo “justo”, lo “adecuado”, la parte del valor de lo producido por muchos factores de producción equivalente al valor de su contribución al esfuerzo conjunto.
Adicionalmente se tiene que si hay relativamente muchos propietarios de un determinado factor productivo, la contribución marginal o adicional de cada uno de ellos será baja relativamente a la que hacen otros factores (por la acción de la llamada ley de los rendimientos decrecientes), por lo que, consiguientemente, será muy baja su remuneración: alternativamente, si el valor de la contribución de un factor a la producción es muy elevada, su remuneración será muy alta. Dos factores explicarían por tanto el elevadísimo sueldazo de la élite empresarial: por un lado, por el lado de la oferta, la relativa escasez de ejecutivos en relación a otros profesionales explicaría/justificaría "demográficamente" los sueldazos; y por otro, por el lado de la demanda, los sueldos estratosféricos se justificarían/explicarían por la importancia de la capacidad gerencial en la generación de beneficios para las empresas, es decir, por la altísima productividad de estos ejecutivos. Ahora bien, dado que en el largo plazo no habría nada que impidiese el aumento del número de ejecutivos que deseasen optar a tan remunerados cargos, se tiene que la explicación/justificación de sus sueldazos recae inevitablemente en su elevadísima productividad.
En pocas palabras, y simplificando mucho, el mecanismo que explicaría la existencia de los sueldazos sería el siguiente: la capacidad de un gerente o directivo de generar beneficios para una empresa depende básicamente de su desempeño diferencial en dos áreas: (1) aquella en que actúa de gestor, realizando tareas encaminadas a la reducción de los costes de producción mediante la adopción o instrumentación de innovaciones ahorradoras en costes que posibilitan el aumento en el beneficio por unidad de producto, y (2) aquella en la que actúa como emprendedor, dirigiendo sus esfuerzos al descubrimiento y adopción de nuevas líneas de negocio o innovación de productos que aumentan los beneficios de la empresa en la medida que la permiten disfrutar -siquiera transitoriamente- de una posición cuasimonopólica. Ahora bien, dado que tanto la capacidad gestora como la capacidad emprendedora no están uniformemente repartidas entre los directivos, nada más natural que aquellos que relativamente tienen esas capacidades en mayor medida obtengan como "justo" pago a estas sus capacidades diferenciales una remuneración más elevada.
Ahora bien, obsérvese que las superiores capacidades gerenciales o innovadoras del director de una empresa determinada respecto a las de los otros managers en otras empresas no significa que la rentabilidad para los propietarios de esa empresa haya de ser por eso mismo más elevada. No, y es que ocurre que si bien esa capacidad más elevada significa unos beneficios potencialmente más elevados para los dueños de la empresa, tal cosa no tiene por qué materializarse en forma de una rentabilidad más elevada para sus inversiones. Y ello por la sencilla razón de que el o los gerentes excepcionales conseguirá indudablemente una remuneración más elevada que las de los otros menos talentosos, apropiándose así de buena parte de los ingresos extra que sus portentosas habilidades les suponen a la empresa donde prestan sus servicios. Dicho de otra manera, el hecho de tener en plantilla a un gerente más hábil o competente significa que la “empresa” (o sea, su propietario) vaya a obtener unos resultados o rentas superiores a los de las demás empresas, dado que un gerente competente también lo será para apropiarse “legítimamente” de esas rentas extra de la empresa en forma de un nivel de remuneración superior al que obtienen el resto de los gerentes de las empresas del sector, por lo que a la postre el beneficio neto que les quedará a los dueños tenderá a disminuir. Si el sector es lo suficientemente competitivo y si hay un número amplio de gerentes con distintas capacidades que son identificables por parte de las empresas, al final, la rentabilidad neta por unidad de capital invertido que obtendrían los propietarios de las distintas empresas tendería a ser la misma independientemente de la capacidad del gerente que las dirigiese.
Y, entonces, si la rentabilidad para el capital de las empresas mejor gestionadas es o mejor, tiende a ser, similar a la que se da en aquellas empresas que están dirigidas por gerentes menos cualificados, ¿en qué se notaría esa gestión superior? Pues en el tamaño. Las empresas dirigidas por los mejores gerentes tenderán a ser mayores que las dirigidas por gerentes mediocres (relativamente hablando), pues ya sea por ser más eficientes (al ser sus costes por unidad de producto más bajos), ya sea por innovar en productos y disfrutar de mayores cuotas de mercado, tenderán a expandirse. En suma, que si bien la rentabilidad del capital de las empresas que contratan a los mejores directivos no será a largo plazo muy superior a las que se han de conformar con gerentes peores ya que sus gastos por unidad de producto (costes de produción + remuneraciones de los gerentes) tenderán a ser los mismos, su tamaño será mucho más grande por ser sus costes por unidad de producto más bajos.
Dejemos la “teoría” y vayamos a la "realidad", a ver qué dice a este respecto. Pues bien, si nos fijamos en los datos norteamericanos, los que quizás son los más relevantes, se tiene que la compensación media de los CEO en EE.UU. se situaba en torno a 30-40 veces la compensación del trabajador medio en los años 1960-70. Hacia la década de los 90, ese ratio había ascendido hasta un valor de 100. Y en diez años, en la primera década de este siglo, el ratio había ascendido al rango de los 300-400. Ahora bien, si bien el tamaño medio de las compañías norteamericanas ha crecido de modo continuo en los últimos cincuenta años, no ha crecido ni mucho menos a tasas semejantes a las compensaciones de sus equipos directivos, y menos aún a las tasas a las que han crecido las compensaciones a partir de los años 80.
Y más aún. Cabe también preguntarse si los CEO de las corporaciones norteamericanas son diez veces más productivos en términos relativos de lo que lo eran sus homólogos de los años 60-70 del siglo pasado. Nadie lo diría a tenor de la paulatina pérdida de cuota de sus propios mercados en EE.UU. por parte de esas mismas coporaciones a favor de empresas japonesas, chinas, o alemanas.
Y más todavía, pues como comenta James Surowiecki (http://www.newyorker.com/archive/2006/02/13/060213ta_talk_surowiecki#ixzz1x3LOje64) "Un estudio reciente del mercado entre 1992 y 2001 los economistas de la universidad de Rutgers y de Pennsilvania halló que conforme más un CEO era recompensado en relación a sus pares, más probable era que su empresa se comportase peor que la media del mercado bursátil. El economista David Yermack de la New York University ha encontrado que las compañías que permiten a sus CEO utilizar jets por motivos personales caen anualmente un 4% por debajo de los estándares del mercado. Hay una miríada de formas en que packs de compensación excesivos o malamente diseñados pueden afectar negativamente al comportamiento de las compañías en los mercados de acciones. los "paracaídas dorados" que garantizan a los ejecutivos enormes compensaciones si sus empresas son adquiridas por otras, pueden incentivarles a venderlas incluso aunque a las empresas les fuese mejor si siguiesen siendo independientes. Y a la inversa, según los profesores de finanzas Jarrad Harford y Kai Li, es más probable que los ejecutivos más ampliamente remunerados que sus colegas que se metan en procesos de adquisiciones de otras empresas, y que reciban unas remuneraciones enormes por así hacerlo aun cuando las adquisiciones acaben destrozando el valor corporativo. Y, además, hay suficientes pruebas que avalan la idea de que los CEO excesivamente remunerados es más probable que realicen actividades fraudulentas dirigidas a empujar al alza la cotización de las acciones, quizás debido al principio de que cuanto más se puede ganar de las actividades delictivas, más probable es que uno se ponga a hacerlas".
En suma, que la explicación/justificación convencional de los sueldazos parece que no cuadra demasiado bien con la realidad. No parece necesario acudir al portentoso ejemplo de los grandes financieros y directivos de las empresas inmobiliarias españolas para descubrir que no es oro todo lo que reluce, que la productividad de esos grandes ejecutivos no parece justificar esas remuneraciones.
(continuará)