De las muchas y pavorosas imágenes que nos está dejando la presente crisis sanitaria, una de las que más me ha llamado la atención, desde el punto de vista de este blog, es la de los reportajes que sucesivamente las televisiones ofrecían para dar cuenta de la llegada a algún aeropuerto de algún avión cargado de productos tan complejos como mascarillas, guantes y buzos de plástico, jeringuillas y demás "complejísmos" productos de uso sanitario.
Patético. Totalmente patético el ver cómo en la sedicente décima potencia económica del mundo los periodistas y hasta esa incalificable e indescriptible presidenta de la Comunidad madrileña cuyas declaraciones hacen inteligente y hasta genial a Donald Trump por comparación, acudían a los aeropuertos para recibir con lágrimas en los ojos esos aviones con esos tan necesarios cargamentos.
Muchos, avergonzados ante ese espectáculo tan poco edificante, y asustados por la debilidad estratégica que ponía de manifiesto, han empezado a plantear que hay que poner un coto a la globalización, que la deslocalización no puede llegarse a los extremos a que ha llegado. Que, al igual que hay infraestructuras críticas (red eléctrica y de trasmisión de datos e información, centrales energéticas, puertos, etc.), la defensa de la seguridad nacional exige la definición de unos productos como esenciales cuya escasez en ausencia de producción por parte de la economía nacional es un riesgo para la seguridad pública ante situaciones como la actual epidemia u otras amenazas. Esta es la posición de los analistas en Inteligencia Económica.
Por supuesto, esa posición no la sostienen los analistas económicos. Y es que quienes NO han hablado en estos términos, quienes no se han avergonzado ante el patético espectáculo de los aviones de carga, han sido la mayoría de economistas académicos. Como fieles creyentes en la "religión" revelada de la llamada Economía Neoclásica, entre cuyos dogmas (tan demostrables y científicos como lo es el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María para la religión cristiana) se encuentra la llamada "teoría" de las ventajas comparativas que defiende la validez universal y la bondad del libre comercio y la especialización productiva que se sigue de él.
Si como consecuencia de esa especialización productiva la inmensa mayoría de productos de uso sanitario, por ejemplo, se hace en China así como buena parte de los medicamentos o de las materias primas de que se hacen también se producen en ese país o en India, eso está bien, es lo "óptimo". Los economistas de las facultades y de los ministerios defienden así la idoneidad de la división internacional del trabajo que ha llevado, por ejemplo, a que nuestros sanitarios todavía hoy no dispongan de los suficientes EPIs, o equipos de protección individual, lo que está por debajo de la increíble tasa de contagio en ese colectivo.
Ahora bien, el sinsentido en términos de seguridad nacional de la incapacidad de contar con los productos esenciales para afrontar riesgos como los que plantean las nuevas amenazas asociadas al cambio climático y a la movilidad global, como lo es esta epidemia, no significa que la solución que se ofrece no sea también un sinsentido.
Y es que plantearse la creación de inmensos almacenes en los que acumular los que se consideraran bienes y productos esenciales parece una solución carísima (pues así lo son los gastos de almacenamiento y depreciación) e ineficiente, pues, en último término, la dependencia de la producción externa continuaría.
Subvencionar, por otro lado, la existencia de los sectores que produjesen esos bienes esenciales, pues sin subvenciones no podrían subsistir en el entorno globalizado y competitivo de la actualidad, tampoco tiene racionalidad económica. Sin contar, con la dificultad a la hora de poner un límite a lo que debiera considerarse "esencial", por lo que si todo lo esencial fuese subvencionable en mayor o menor grado, sería extraño que hubiese algún sector que sus empresarios considerasen "no esencial".
Un ejemplo lo ofrece en estos días el "sector de la farándula", si bien, sus miembros, prefieren llamarlo el sector de la cultura dado que ellos son, todos, "artistas". Ha sido tan patético como los aviones procedentes, como los Reyes Magos, del Oriente (sólo que en este caso, había que pagar por sus "regalos") el oír a tantos y tantos cómicos y cantantes reivindicar la obvia -para ellos- "esencialidad" de sus aportaciones a la civilización humana. Y si bien, en estos tiempos tan especiales, han "arrimado bondadosamente el hombro" y así han "subido" gratuitamente sus creaciones a la red para satisfacer esa supuesta necesidad pública de sus trinos y comportamientos, no se han cansado en repetir que, dado que sus productos son esenciales (y lo son sin duda para ellos), merecen de subvención y ayudas fiscales por parte de la Administración Pública. Así que, ya se sabe, de hacerles caso, la seguridad nacional no sólo depende de médicos, enfermeras, respiradores, UCIs y demás, sino también de cómicos, bufones, cantantes y demás "artistas". En suma, que eso de "lo esencial" no está nada claro qué es. Es un concepto que parece mal pensado.
Afortunadamente, existe otro modo de hacer frente a esta cuestión que, como ocurre siempre, requiere un marco conceptual diferente. Veamos. Cuando se habla de que un bien o un servicio es esencial se está hablando desde el lado de la demanda. es decir, se está considerando que ese bien es imprescindible para satisfacer una determinada necesidad que es primaria. Por ejemplo, la futura vacuna contra el COVID-19 será sin duda, un bien esencial, necesario y fundamental para todos los miembros de la especie humana si la inmunidad de quienes han pasado la enfermedad no es duradera. También han resultado ser esenciales en este sentido, los equipos de reanimación y respiración asistida y hasta las modestas mascarillas, entre otros muchos productos sanitarios.
La obra de un grandísimo economista, Piero Sraffa, ofrece sin embargo, una perspectiva distinta que ofrece un marco conceptual distinto para abordar el problema que plantea la gestión de los productos y bienes esenciales.En su obra Producción de Mercancías por medio de Mercancías, que subtituló "preludio a una crítica de la teoría económica" (de la teoría económica neoclásica), Sraffa, frente a la clasificación de los bienes habitual desde la perspectiva de la demanda o del consumo como bienes inferiores, bienes de primera necesidad y bienes de lujo, que es la que subyace en la conceptualización de "lo esencial" desde la perspectiva de la demanda, ofreció una conceptyualización alternativa de "lo esencial" desde la perspectiva de la producción o de la oferta.
Desde esta perspectiva, un bien o un producto es esencial (o básico, que es el término que usó Sraffa) si entra en TODOS los procesos de producción de modo directo. Es decir, que un bien o un servicio es básico o esencial si es un factor de producción o un input para todas las actividades productivas. Si no, si un bien no entra directamente en la producción de todos los bienes debería ser considerado no básico.
Desde esta perspectiva ni las mascarillas, ni los respiradores clínicos, ni las camas de UCI, ni los medicamentos son esenciales, pues son productos no básicos. De igual manera, tampoco son básicos las producciones culturales ni el juego.
Cuestión no baladí, a este respecto, es la de la categorización de los médicos y demás personal sanitario. En la medida que pueden ser tratados conceptualmente como lo pueden ser quienes se ocupan del mantenimiento de la maquinaría y capital físico de las empresas, pues a fin de cuentas se dedican al mantenimiento de su capital humano, son servicios básicos desde la perspectiva de la oferta. Es decir, que el sistema o sector sanitario sería esencial desde las dos perspectivas: la de la demanda y la de la oferta.
También son básicos, y en este sentido, esenciales la energía, los vehículos, los ordenadores, los sistemas de circuitería eléctrica, los productos de ferretería los plásticos y hasta el modestísimo cartón de embalaje. Son estos productos y sectores los que producen lo que todos necesitan. Recuérdese, por ejemplo, que la empresa española a la que se encargo la producción de respiradores señaló, cuando se decretó la "hibernación" de le economía española que necesitaban como esenciales para su procesos de producción de cajas de cartón para embalar sus esenciales -desde el lado de la demanda- respiradores.
Y, por supuesto, y en esta línea se puede considerar lo esencial de una manera más graduada. Así se podría hablar, por ejemplo, de productos básicos totales/perfectos y parciales/imperfectos, o sea, que son relativamente básicos. Estos últimos serían aquellos que, aunque no participan como inputs en los procesos de producción de todos los sectores, sí lo hacen en la producción de todos los sectores que producen básicos perfectos, o en un amplio porcentaje del total. En cualquier caso, y lo siento por los "artistas", el sector de la farándula seguiría siendo -desde esta perspectiva- un sector no básico, no esencial. Accesorio, en una palabra.¡Qué se le va a hacer!
Y para acabar. Esta perspectiva de "lo esencial" desde le perspectiva de la producción o de la oferta, ofrece una manera distinta de abordar el problema de "lo esencial" desde la otra perspectiva de la demanda o del consumo. De lo que se trataría sería no de tener stocks acumulados de los bienes esenciales para afrontar las necesidades de ellos en situaciones de amenaza, sino de tener la capacidad de producirlos cuando fuese necesario. Y ello exigiría por tanto garantizar la producción y/o el acceso a los bienes esenciales o básicos desde el lado de la oferta.
El ejemplo de SEAT, entre otros que se han observado, viene aquí perfectamente al caso, y es un ejemplo claro de lo que puede ser una política de seguridad nacional centrada en una conceptualización de lo esencial desde la oferta. Ante la carencia de producción propia de respiradores y la imposibilidad de conseguirlos en el mercado internacional, en pocos días, los ingenieros y trabajadores de SEAT fueron capaces de cambiar unas líneas de producción destinadas a producir instrumentos para vehículos de modo que produjesen respiradores de alta gama.
FERNANDO ESTEVE MORA