Decía Rafael Sánchez Ferlosio que "lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere". Y está más que claro que, hoy, se quiere encontrar una solución de tipo exclusivamente monetario a la actual crisis económica. Ahora bien, dado que en todo problema anida escondida su solución, pretender que hay una "solución" monetaria significa que al problema económico que hoy padecemos se lo quiere ver como un problema solo y exclusivamente de tipo financiero. Esta es hoy la "verdad" dominante: que esta recesión se debe a una crisis del sistema financiero.
Más concretamente, la sabiduría convencional hoy común apunta a que si las empresas no invierten y crean empleo, ello se debe a que el sistema financiero no cumple nada bien con su tarea de suministrarles créditos; pues está inmerso en una crisis de solvencia que arranca con la crisis de las hipotecas subprime en USA allá por el ya lejano 2007, y que luego ha continuado en Europa con las crisis de la deuda soberana. La idea es muy simple, como consecuencia de la burbujas hipotecarias en varios países y las prácticas contables fraudulentas de ciertos estados y empresas, los activos en los sistemas financieros de USA y Europa habrían acabado estando muy sobrevaluados, es decir que los titulos hipotecarios, sus derivados financieros, los titulos de deuda emitidos por estados y empresas, tendrían un valor "real" o de mercado que sería muy inferior a su valor en los libros contables de modo que las instituciones financieras estarían en muchos casos en una situación cercana a su quiebra técnica (o sea, cuando el valor de sus activos es menosr que el de sus pasivos), situación agravada por los elevados niveles de apalancamiento de los sistemas financieros europeos y norteamericano alcanzados a lo largo de la orgía de actividad crediticia de la década pasada.
En tal situación, sigue el discurso, antes de prestar a las empresas del sector real, las instituciones financieras procuran primero arreglar su delicada situación financiera, desprendiéndose de los activos desvalorizados o más arriesgados, buscando procedimientos para recapitalizarse, etc.. En consecuencia, en tal situación, pocos incentivos tendrían las instituciones financieras para arriesgarse en la financiación de proyectos empresariales siempre inciertos y más aún en una recesión económica. Más bien, la preocupación por su supervivencia las llevaría a usar sus recursos no para financiar a las empresas del sector real sino para autofinanciarse reforzando sus posiciones financieras disminuyendo su apalancamiento. Ante esta explicación y diagnóstico, la solución sería obviamente la recapitalización, y en lo que se discute es cómo hacerla para que los responsable últimos de todo el berenjenal (o "carajal"), o sea, los deudores infiables, no salgan sin su merecido castigo para que su (mal) ejemplo no cunda.
Pero ¿y si la crisis fuera sólo epifenoménicamente una crisis de solvencia del sistema financiero, o sea que sólo fuese la mera expresión superficial de una crisis de la economía real subyacente? Entonces, si así fuera, la solución financiera, es decir, el restablecimiento de las condiciones de solvencia del sector financiero, de su capacidad de suministrar liquidez a la economía real no serviría para sacar al mundo occidental de esta recesión.
El discurso de esta visión alternativa partiría del hecho incontestable de que, por diversas razones, se ha producido en los últimos veinte o treinta años un proceso de aumento de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza en el mundo, lo cual lleva a que el crecimiento en la demanda de consumo se vea sometido a una situación de penuria crónica. No sé cual es el nivel de renta de Bill Gates o de Warren Buffett o del resto del 1% de los más ricos de los Estados Unidos, pero en su conjunto se estima que ganan más del 25% de la renta anual norteamericana. No sé a cuánto equivale esa cifra en términos de renta media, pero por muy excéntricos que sean como consumidores, está claro que aunque sólo sea por imposibilidad física -por razones de saciación- los muy ricos no pueden consumir tanto como los miles de estadounidenses de tipo medio que ganan tanto como ellos.
Y si la demanda de consumo se encuentra sometida a un déficit crónico. ¿De dónde puede venir una demanda compensatoria que permita aumentar continuadamente la demanda agregada de la economía y, por ende, motive un crecimiento económico?. Hay tres posibles fuentes de esa demanda compensatoria. Por un lado, está la demanda de inversión. Si se diese el caso de una onda innovativa, las empresas llevadas por la competencia se verían obligadas a invertir para renovar sus equipos de modo que la demanda aumentase. Ciertamente es muy posible que así sucediese para el conjunto de los sectores productivos con motivo de la revolución de las tecnologías informatica y de los medios de comunicación en la década de los 90. Una segunda fuente de demanda es la demanda de exportaciones. Aquí el progresivo desmantelamiento de los sistemas arancelarios así como el desarrollo en las tecnologías de transporte (containerización) han fomentado el comercio mundioal, es decir, las exportaciones e importaciones del conjunto del mundo. Y la tercera fuente de demanda compensatoria de la penuria de la demanda de consumo proviene del gasto público.
Ahora bien, puede hacerse la hipotesios de que esas tres fuentes alternativas compensatorias de la demanda habrían ido perdiendo dinamismo hacia el final del siglo pasado. Como reveló la burbuja de las puntocom, las empresas ya han renovado sus equipos de telecomunicaciones y de gestión informática. De igual manera, el comercio mundial habría ya digerido las innovaciones tecnicas en el sector del transporte así como los efectos de las reducciones arancelarias que se habría ido estancando. En cuanto al sector público, y dependiendo de los países, las políticas de raíz neoliberal buscarían un estancamiento del crecimiento del sector público. En suma, que hacia el final del anterior milenio, la desigualdad creciente en la distribución de la renta estaría empezando a mostrar sus efectos negativos sobre la demanda agregada.
Pero no hubo problema porque, fácilmente, se encontró una solución. Solución transitoria, pero solución al fin y al cabo, que es la que se llevó a cabo en Estados Unidos y en algunos países de Europa, singularmente en España. Se trataba de usard el crédito a las familias. La expansión del credito puede compensar la desigualdad en la distribución de la renta y estimular así el consumo y la demanda agregada cuando la inversión está agotada y el Estado por las razones que sea no puede utilizar una política presupuestaria expansiva.
Pero de algún "sitio" deberían venir esas posibilidades de crédito. En Estados Unidos, la fuente última de ahorro que sirvió para alimentar los créditos, y por ende, la burbuja inmobiliaria y la orgía consumista que mantuvo no sólo la economía norteamericana a pleno rendimiento sino también a las del sur de Asia, provino de allí mismo: de esos países asiáticos que no han tenido el menor problema en aceptar como pago a sus exportaciones dólares y títulos nominados en dólares. Ahora bien, ¿qué otra cosa mejor podían hacer China, Japón y los demás "tigres" asiáticos -como se les llamaba antes- sino "colocar" esos ingresos por exportaciones a Estados Unidos en el propio Estados Unidos, o mejor dicho, en su sistema financiero, en Wall Street? Nada. Y de ahí, esa liquidez acaba permeando al resto del sistema financiero, gracias a los nuevos procedimientos vislumbrados por los "magos" de las finanzas (ya se sabe, la titulación de activos y derivados) alcanzando finalmente a los propios consumidores norteamericanos, quienes ante esa facilidad crediticia, se convirtieron en los "mejores" consumidores del mundo (recuérdese que las familias norteamericanas practicamente no ahorraban nada).
Para el caso español, el caso era algo distinto, pero parecido. Nuestros "chinos" particulares han sido los alemanes y franceses que nos han prestado euros durante años y alimentado así también nuestra burbuja inmobiliaria.
Pero la expansión basada en el crédito tiene sus límites, que aparecen cuando en el cada vez más ampliado proceso de creacion y devolución de deudas, ocurre que una cierta e imprecisa cantidad de endeudados (ya sean públicos o privados) no puede hacer frente a sus deudas. Si el volumen de impagos es, por las razones que, sea el necesario para suscitar el que la desconfianza se extienda por todo el sistema financiero, éste entonces modera o corta el proceso de otorgamiento de nuevos créditos lo que desata la crisis financiera. Entonces las burbujas colapasan y arrastran al sistema bancario a una crisis de solvencia. La contracción crediticia hace en ese momento evidente una crisis económica en el sector real, pero obsérvese que no sería su causa final (por usar de la terminología aristotélica) sino sólo su causa eficiente. Y es por ello que las soluciones financieras no servirán para sacar del marasmo económico así generado. Se podrán recapitalizar los bancos, se podrá salvarlos de la quiebra gracias a inyeccines de dinero público. Pero, ¿por qué habrán de volver a prestar al sector privado? ¿Por qué el sector privado tendrá motivos para pedir nuevamente créditos? No las familias, ya lo suficientemente endeudadas y con expectativas negativas dado el desempleo rampante que la recesión provoca. No las empresas, que poca inversión nueva se plantarán hacer ante la atonía de la demanda de cosumo. Si el sector público tampoco está por aumentar sus gastos por las necesidades de ajuste que les imponen los mercados para garantizar el valor de sus deudas soberanas, sólo cabe esperar del sector exterior como fuente de demanda de los productos. Es por ello que la Administración Obama está tan descontenta con la gestión europea de la crisis financiera vía un profundo ajuste de la demanda.
ObvIamente, si la anterior interpretación es correcta, habría "otra" solución: redistribuir la renta. Hacer la distribución más equitativa, lo cual sería la forma de establecer unos cimientos sólidos para el mantenimiento de la demanda agregada. Pero, como resulta claro, esta opción es una opción que ahora se considera radical...y por tanto parece ser inadmisible e incluso insultante para la mayoría de los economistas, hoy profundamente conservadores.