Me pasó hace unas semanas y aluciné con la casualidad. Maldita casualidad que me impidió participar en una subasta en la que tenía mucho interés, por una parte por tratarse de una propiedad muy buena (un chalet en Madrid ciudad) y por otra por tener un cliente al que la subasta le calzaba como un guante.
Pero el caso es que cuando me acerqué a ver la casa para hacer las investigaciones rutinarias y llamé al timbre, oh sorpresa, resulta que la cara del tipo que me abrió la puerta me resultaba muy familiar. Y va él y me dice:
Hombreee, Tristán, ya te esperaba yo por aquí y me extrañaba que no hubieras venido antes.
Y como vio que yo no acababa de ubicar su careto...
¿No te acuerdas de mí, de aquel viaje a Vietnam en que lo pasamos tan estupendamente?
Jooooder!!! Claro que recordé aquél viaje del 2.005, lo que pasa es que no lo pasamos, ni muchísimo menos, estupendamente, más bien al contrario. Precisamente nos conocimos por culpa de un marrón aeroportuario de esos que te dejan colgado en tierra de nadie y en los que las horas y los días pasan mientras los pasajeros se quedan en el limbo y cada vez huelen peor y comen peor y apenas pueden dormir por lo duro que está el suelo. En una de esas nos conocimos.
Era una de esas personas a las que tratas durante un viaje y a las que acabas conociendo muy bien. Al final de la aventura nos despedimos como esos individuos que se despiden en el aeropuerto y dicen adiós, no dejemos de vernos o de llamarnos, aunque sabes que no lo haréis ninguno de los dos. Lo más probable es que no vuelvas a verlo y, si te encuentras con él ¿Qué tal, cómo van las cosas? No me puedo quejar. Tienes buen aspecto. Tú también. He engordado un poco ¿No nos pasa a todos? ¿Recuerdas aquél viaje fantástico a Vietnam? Claro que si, fue un viaje maravilloso. Y un cuerno con el viaje maravilloso. Te aburrías como una ostra y solo hablaste con él porque no había nadie interesante de verdad.
El caso es que en esta ocasión estaba en un problema mucho más gordo que aquél y su magnífico chalet iba a salir a subasta en unos días por una hipoteca de saldo mareante y con unas cargas posteriores de vértigo. Pero él estaba tan tranquilo porque, aunque no tenía suficiente dinero para pagar todas sus deudas, al menos si tenía el suficiente -decía él- para participar en la subasta a nombre de una sociedad y así conservar la propiedad de la casa, bien limpia de cargas tras el centrifugado judicial.
Al cuerno mis esperanzas de terminar el año con una gran compra. Según los mails que me envían algunos lectores especialmente indignados con mi oficio soy un "malvado especulador que se lucra con la desgracia ajena", pero al menos todavía no he llegado a la bajeza de quitarle a un "amigo" su última oportunidad de mantener la propiedad de su casa.
Conclusión, que no fui a aquella subasta y después me enteré de que se la adjudicó por una miseria (en comparación a su valor; en realidad fueron una pila de millones de pesetas). Por ese precio la habría comprado mi cliente y todavía le habría sobrado presupuesto. Qué se le va a hacer.