Hoy la he vuelto a ver y ha sido como despertar de un sueño cayéndome de la cama. Era guapa que te rilas y ahora no es más que un engendro, un adefesio, una aberración de la naturaleza. Supongo que una degeneración tan brutal solo la puede haber causado la droga. A pesar de lo cual la he reconocido a la primera.
Solo la había visto una vez en toda mi vida, en una subasta a la que ella asistió junto a su padre con la intención de conservar la propiedad de la vivienda familiar y de paso limpiarla de la montaña de cargas posteriores. Algo parecido a lo que hizo el otro día cierto antiguo amigo, solo que en este caso la familia supo aprovechar a fondo la increíble capacidad de persuasión de la joven.
No es frecuente, pero ocurre de vez en cuando, que los propietarios acudan con esas intenciones a la subasta y pidan a los asistentes que no pujen contra ellos. En realidad se trata de la misma "maquinación para alterar el precio de las cosas" que antiguamente hacían algunos subasteros para comprar barato y no perjudicarse entre ellos. Sin embargo, al hacerlo con la intención de ayudarle a la familia a conservar la propiedad, parece como que es menos delito o más moral que si se hace por el simple lucro personal. Sin embargo lo mismo es lo uno que lo otro.
A mí me da igual y no entro en consideraciones morales. Si la familia tiene la iniciativa de pedirme que no puje, yo no lo hago y me quedo tan ancho. Solo empiezo a pujar si veo que se les ha acabado el dinero y que ya no pueden pujar más. Estas iniciativas no suelen salirles bien porque siempre hay algún subastero que se niega a no pujar y basta que uno puje para que la cosa no funcione.
Pero aquella vez fue diferente. Aquella joven de unos 24 años nos embrujó a todos. Los hombres somos así, incapaces de desviar la mirada de los muslos de una mujer que se cae al suelo o del canalillo de la enfermera que se agacha para ponernos la inyección letal. Es superior a nuestra voluntad y nos acompaña toda la vida. Nacemos y vivimos con ello toda nuestra existencia. Nuestras mujeres nos odian por ello.
Nos miró con aquellos ojos marcianos. Uno habría podido ahogarse en ellos. De manera que yo, por mi parte, no pude evitar turbarme ante esa mirada esmeralda y esas caderas en las que no se ponía el sol. Escuché fascinado su voz de cama, con la que te decía hola y uno pensaba inmediatamente en sábanas humedecidas de sudor, camas deshechas y noches tórridas. Su acento era como un aliño picante. Y escuché en la cabeza el eco de unos versos:
“¿Quién es aquella que surge como la aurora,
bella como la luna, radiante como el sol,
temible como un ejército con los estandartes desplegados?”
Conclusión, que nos convenció a todos y que ninguno pujó contra la familia y esta pudo conservar la propiedad de la casa, ahora limpia de cualquier embargo posterior. Olé, olé y olé.
Y que luego algunos desarrapados digan que tener una buena presencia no es importante…