Le faltaban pocas asignaturas para licenciarse brillantemente en Derecho con una de las mejores medias de la historia de la Universidad y tenía la intención de opositar a juez en cuanto terminara. Pero una tarde tuvo un mal encuentro -se echó el novio equivocado- y acabó informando a su familia de que había decidido abandonar los estudios.
No sabía que dirección dar a su vida, pero estaba segura de que ya no estaba interesada ni en ser juez ni en terminar Derecho. Simplemente detestaba cualquier cosa que tuviera algo que ver con lo que había estado estudiando los últimos años. No solo eso, sino que por la forma de expresarlo parecía que también detestaba a sus padres y a toda su familia.
Unos meses después se marchó con su fulano, veinte años mayor que ella y con las ideas igual de claras. Se fueron a Londres y vivieron allí tres años trabajando en varios restaurantes. Luego vivieron otro tiempo en una especie de comuna en una granja cerca de Edimburgo, donde ella se quedó embarazada y él decidió recuperar su libertad, convencido de que estaba destinado a grandes empresas y no podía verse estorbado por estúpidas obligaciones familiares.
Finalmente regresó a España, donde encontró un trabajo de dependienta que le ha bastado para alimentar a su hijo e incluso para comprarse un pisito en pleno boom. Lamentablemente su escaso sueldo es manifiestamente insuficiente para pagar la hipoteca y su casa se subasta en los próximos días.
Setenta kilos de resentimiento, de ira comprimida y mentalidad retrógrada, la clase de individua que no le hace un favor a nadie si puede evitarlo. Odia a todo el mundo con método y obstinación y es incapaz de asumir ninguna responsabilidad por lo que le está pasando. Las cosas son muy diferentes de como las había imaginado cuando tenía veinte años.
Sin embargo yo sigo pensando que cada cual es el único responsable de su propia biografía.