Ocurrió hace casi veinte años, pero recuerdo perfectamente, como si hubiera sido ayer, el horror que me produjo el crimen de Olga Sangrador, aquella niñita de nueve años que fue torturada y asesinada por un hijo de puta con cuyo nombre no tengo intención de manchar este blog.
El canalla cumplía condena en la cárcel por tres delitos de abusos deshonestos a menores cuando a un juez de vigilancia penitenciaria (que era retrasado mental) se le ocurrió la brillante idea de pasarse por el arco de triunfo todos los informes negativos de los funcionarios de prisiones y otorgarle un permiso penitenciario. Más tarde, tras el desastre causado por tan genial idea, el susodicho juez se excusó manifestando que:
¿No se daba cuenta de que estaba agravando el error? Si cometes semejante metedura de pata y encima dices que lo meditaste mucho es que eres tonto de remate.
El caso es que el criminal se llevó a la niñita de nueve años, repito que su nombre era Olga Sangrador, y la estuvo torturando durante cuatro horas hasta que la mató golpeándole la cabeza con una barra de acero. Entre medias la violó y sodomizó hasta dejarle la vagina y el ano destrozados y se lo pasó en grande rompiéndole sus pequeños deditos de nueve años y casi todos los huesos de las piernas, además de otras perrerías innombrables.
Ya se que es muy cruel haceros leer esto así, sin anestesia, pero más cruel le resultó a ella sufrirlo y considero que para formarse una opinión hay que conocer los hechos. Todos los hechos. Por eso los expongo con tanta crudeza, porque en estos momentos la Sección Segunda de lo Penal de la Audiencia Provincial de Valladolid está valorando la posibilidad de excarcelar al monstruo, que no solo no está rehabilitado, que ya sabemos que eso es imposible, sino que además se ha negado en redondo a recibir los cursos terapéuticos adecuados al caso y que apenas ha cumplido 20 años de los cincuenta a que le condenaron.
En casos como estos se me ocurre pensar que entre las muchas clasificaciones en que podemos dividir a los humanos, una muy interesante sería aquella que los divide entre los que ante hechos semejantes solo piensan en la pobre víctima y en cómo se sentirán sus deudos y los que antes que eso piensan en lo que habrá sufrido el monstruo para llegar a convertirse en lo que es, en cómo le habrán pegado sus padres de pequeño, en su infancia tan dura, marginado por sus compañeros de clase y en la forma más rápida de rehabilitarle para que pueda reinsertarse cuanto antes en la sociedad. Serán gilipollas.
No voy a hacerme el moderno y el chachi manifestándome en contra de la pena de muerte. No, esa hipócrita careta que se la pongan otros. Nosotros imaginemos por un momento -ya se que es difícil- que las pelis de terror con vampiros o con demonios que salen del infierno se hacen realidad. ¿No se defendería la sociedad a base de balas de plata o ristras de ajos y se los cepillaría sin contemplaciones? Pues la situación es idéntica. Por nuestras calles pasean diablos semejantes, solo que no beben sangre y su apariencia es idéntica a la nuestra. A ver quien es el guapo que dice que este tipo no es un monstruo.
Qué a gusto me he quedado. Reconozco que he abusado de los insultos y que a algunos lectores no os gusta y me lo reprocháis, pero hoy es lo que me pedía el cuerpo. Hubiera preferido apostarme con el kalashnikov en la puerta de la cárcel y desfogarme haciendo tiro al blanco, pero no tengo huevos. Qué se le va a hacer.
Por cierto, creo que he olvidado mencionar que el juez de vigilancia penitenciaria que en 1992 le otorgó al monstruo el permiso penitenciario se llama IGNACIO SÁNCHEZ YLLERA y los amos del cotarro no solo no le defenestraron por la cagada sino que le premiaron.
POSTDATA (24 feb): Uff, menos mal que por ahora parece que se queda dentro