Por más que a veces predique como un cura (como hice en este post), lo cierto es que a veces me dejo llevar por mi mala cabeza. A mis clientes y en este mismo blog siempre he dicho una y otra vez que
(...) siempre aconsejo a los no profesionales que ni se les ocurra meterse en la casa hasta que lo puedan hacer de la mano del juzgado. O eso o pactar la Posesión con el demandado.
El caso es que compré (lejos de los juzgados) un local vacío y en julio me dieron los títulos y lo inscribí. Pero no puedo pedir la Posesión porque quien ha subastado no la da. Mientras tanto he averiguado que el negocio anterior cerró hace unos cuatro años y que por allí ni entra ni sale nadie desde entonces. Por otro lado he intentado localizar al expropietario por activa y por pasiva, sin ningún resultado.
¿Qué voy a hacer, meterme en un desahucio por precario que a lo peor me cae en el juzgado nº31 y me caigo con todo el equipo? De eso nada, que para eso somos profesionales y sabemos cómo hay que hacer las cosas y blablablá blablablá.
Conclusión, que decido llamar al notario más cercano al local y le solicito que me acompañe para dar fe de que el local está vacío y de que no me apropio de nada que no sea mío. El notario se resiste como gato panza arriba, alegando que no puedo entrar si antes un juzgado no me ha dado la Posesión y que lo usual sería esperar a tenerla y luego ya entrar con él solo si me consta que el local está realmente vacío para así ahorrarme la espera al Lanzamiento.
Pero fui hábil como un mercader persa empleando las palabras adecuadas y al final aceptó acompañarme a la apertura. Todavía estará tirándose de los pelos.
En el post anteriormente mencionado, "¿Posesión o allanamiento?", explico la razón por la que nunca hay que dar la patada a la puerta y hacernos con el piso por las bravas. El mayor peligro, aparte de la posibilidad de enfrentarnos a una denuncia por allanamiento de morada, es que el expropietario nos demande con la mentira de que le hemos robado unos muebles antiguos, las joyas de la abuela, casualmente de incalculable valor, o el contenido de una caja de caudales. Solo podemos atrevernos a dar ese paso, el de violentar la cerradura, en situaciones muy concretas y haciéndolo siempre con cabeza, con mucha cabeza.
La misma cabeza que yo no tuve en esta ocasión, porque una vez que el cerrajero abrió la puerta del local que daba al portal descubrimos con horror que el local estaba montado como una oficina que hubiera estado abierta hasta el mismísimo día anterior.
- ¿Pero no me dijo usted que el local estaba vacío desde hacía cuatro o cinco años?
- Uy, lo siento, eso me dijo el presidente de la comunidad. No se qué habrá pasado.
- Si hasta tienen papeles encima de las mesas, ¿seguro que en la actualidad está cerrado?
- Si, de eso estoy completamente seguro. No hay más que ver el local por fuera, todo sucio y con carteles en los cristales.
Y lo peor de todo fue que se materializó lo peor que podíamos encontrar en el local, que era una magnífica y enorme caja de caudales empotrada en una pared y cerrada. Imposible expresar con palabras el inmenso cabreo del notario al haberse visto implicado en un allanamiento semejante. Yo no sabía dónde esconderme y al notario solo le faltó echarme un escupitajo.
Sin embargo al final volvió a sonreírme la suerte y, una vez que se marchó el notario todo enfurruñado, alehop, apareció el expropietario, a quien había avisado alguien de la comunidad. Este, desconocedor de sus derechos, sobre todo del derecho a amargarme la vida y de forzarme a iniciar un procedimiento judicial, y sobre todo porque es una bellísima persona, se mostró amabilísimo conmigo cuando le ofrecí llevarle los muebles a donde me dijera o pagarle un año de guardamuebles.
Incluso me firmó el papelito que le presenté cuando, una semana después, recogimos los muebles que le interesaba conservar.
¡Qué alivio!