Uno de los analistas financieros que más me interesan es Jose Luis Cárpatos, de serenitymarkets.com quien hace unos años escribió un libro titulado "Leones contra gacelas", que es un manual para especuladores en bolsa pero en el que además expone su filosofía personal sobre el trading, partiendo de la base de que las personas normales (gacelas) no tienen nada que hacer en los mercados financieros porque los grandes especuladores (leones) los trituran cada cierto tiempo, de manera que el dinero acaba viajando siempre desde el bolsillo de los que se creen suficientemente listos para especular por libre hacia los bolsillos de los que son realmente listos.
Algo parecido sucede en las subastas judiciales, que parecen pensadas para que los pardillos pierdan de vez en cuando sus ahorros. No importa cuantas veces ocurra, siempre aparece el pardillo de turno que se mete la leche de su vida y vuelve a desaparecer tan súbitamente como como vino.
Como explican los liberales, la economía funciona por la búsqueda de beneficios por parte de unos pocos y lo malo en este negocio de las subastas es que a veces esa lícita búsqueda de beneficios viene acompañada de cortedad de entendimiento. Y lo cierto es que es bueno que sea así para que el ascensor social siga funcionando, de manera que para que unos puedan subir a vivir al ático otros tienen que mudarse al lóbrego sótano.
Estaba hace unos días charlando con un subastero medio novato mientras esperábamos la celebración de una subasta que iba retrasada (como siempre) y el tipo me sorprendió contándome que no había visto el piso más que por fuera y que apenas había tenido tiempo de examinar el expediente judicial hacía unos minutos.
- Pero cómo, ¿que ni siquiera has visto el piso por dentro ni sabes quien vive en él?
- Hombre, supongo que el demandado, quién si no. Y el piso estará bien porque es casi nuevo.
- Podría estar alquilado. De hecho está alquilado a una familia que paga 300 euros al mes (bola por si colaba)
- No creo, ¿de verdad que está alquilado?, hummm, si fuera cierto tu no estarías aquí, jejeje
- A mí me interesa tal como está, alquilado, ¿como se te ocurre comprar así, a ciegas?
El caso es que un rato antes me había contado no se qué desgracia que le había ocurrido en otra subasta adjudicada hacía un año. Lo cierto es que no me extraña que a algunos les ocurran lo que ellos mismos se buscan... y me alegro de que así sea porque estos tipos que no hacen sus deberes nos perjudican a todos pues se presentan a las subastas y pujan con un optimismo indebido cuando en algunas subastas hay que hacerlo con la información adecuada. Por ejemplo, en esta subasta de la que estamos hablando el muy gilipollas todavía pujó contra mí y me hizo comprar más caro y lo que me enerva es que lo hizo sin saber exactamente la situación del piso por el que pujaba.
Pues bien, pronostico que ayer alguien se dio una buena leche pujando en una Gestión Directa de Hacienda en la que se subastaban tres plazas de garaje que son tres marrones como tres soles. Si con los pisos abundan los que no se preocupan en investigar el estado posesorio, con las plazas de garaje eso es lo más usual, cuando en realidad el peligro de que estén alquiladas es mucho mayor. Eso o cosas peores, como por ejemplo que en realidad pertenezcan a una persona diferente del demandado, con la consiguiente tercería de dominio asegurada. Como las plazas de garaje son inversiones de menor cuantía y además no puede haber nadie viviendo en ellas, parece como si fuera innecesario investigarlas. Nada menos cierto que eso.
Pues en este caso alguien ha cometido un gran error porque a pesar de que las plazas están en una de las dos únicas torres que lindan con el Retiro de Madrid, su valor real es próximo a cero pues resulta que para acceder a ellas hay que contar con la aquiescencia del expropietario de las mismas. Es una situación extraordinariamente rara pero con la que hay que contar. Se trata de que para abaratar los costes de las plazas de aparcamento o para extraerle el máximo jugo a la comercialización, el promotor del edificio hizo los garajes con un mínimo de viales de acceso de manera que luego pudo vender las plazas en lotes grandes. Así, en este caso, al deudor de Hacienda le vendieron un lote de seis plazas de las que solo la mitad tenían acceso directo desde los viales, teniendo la otra mitad su acceso a través de las tres plazas anteriores.
Conclusión, que quien las haya comprado no puede venderlas ni alquilarlas más que al propio expropietario de las mismas, que le pagará lo que crea conveniente si es medio tonto o no le pagará nada si es medianamente listo, pues para seguir usándolas no necesita que sean suyas ni que se las alquile el nuevo flamante y orgulloso propietario.
¿Y por qué Tristán ha esperado hasta ahora para advertirnos de este marrón? Pues sencillamente porque sin gacelas que hagan correr la voz de lo peligrosas que son las subastas la pradera se llenaría de leones y no habría comida para todos.