Ya he mencionado alguna vez el nuevo negocio que se han montado algunos ocupando viviendas que han sido subastadas y luego negociando la posesión con el adjudicatario. El procedimiento es muy sencillo: En cuanto se enteran de una vivienda subastada que se ha quedado vacía, le meten una patada a la puerta y le venden esa "posesión temporal" a una tercera persona, generalmente del mismo clan, por unos cientos de euros, con la promesa de que podrá mantenerse ahí durante mucho tiempo y de que al final llegará el adjudicatario pringado y les dará dinero a cambio de hacerse con la posesión de la casa. Mi propia experiencia, por cierto, fue similar: "Veinticuatro horas".
Pero lo que me encontré ayer va mucho más lejos que la simple ocupación de una vivienda con la intención de extorsionar al legítimo propietario. Es un salto cualitativo que convierte el negociete en un gran negocio, más cerca del de las vigilancias de las obras que del de las ocupaciones de viviendas.
Como sabéis no hay constructor en España que no haya tenido que pagar sumas muy considerables de dinero a las mafias gitanas para evitar que estas mismas mafias le roben todo lo susceptible de ser robado, desde los materiales de obra hasta la maquinaria. El procedimiento es tan sencillo como que se acerca uno de ellos y le ofrece al jefe de obra su servicio de vigilancia. Si lo rechazas te empiezan a robar a saco hasta que les contratas y a partir de entonces todo va como la seda. Los vigilantes gitanos ni siquiera tienen que quedarse al acecho por la noche. Les basta con colocar un cartel para avisar a los otros clanes de que esa obra está controlada por ellos y listo. De esta peste solo se han librado las grandes constructoras que son capaces de pagar su propio servicio de vigilancia.
Por cierto, que acerca de este problema ha escrito unas páginas fantásticas uno de los mejores escritores españoles, Rafael Chirbes. Literatura con mayúsculas.
Ayer me acerqué al centro de Madrid para visitar un edificio antiguo y completamente reformado que es propiedad de un banco español. Hace un año, cuando el banco iniciaba la comercialización de las viviendas, se coló una familia de gitanos y ocuparon dos viviendas. Naturalmente la venta del resto de pisos quedó paralizada, pues los españoles no somos nada racistas, pero pagar un pastón para acabar viviendo junto a familias gitanas... como que no. Incluso a los progres más extremos, con más de treinta años votando a Izquierda Unida, se les aflojan las piernas solo de pensarlo. Los gitanos saben eso y lo explotan a conciencia: Un negocio de millones de euros paralizado por una sola familia.
No me preguntéis cómo me ha llegado la oferta, pero el caso es que ahora el banco está tratando de quitárselos de encima y pretende vender esos dos pisos por lo bajini a precios de derribo. Por lo visto los responsables del banco confían en la Justicia tan poco como yo y lo que buscan es que un particular se quede con las casas y les solucione el problema. Y ese es el motivo de mi presencia allí con la inocente ilusión de que los ocupas ya se hubieran ido a otro lado. Pero no.
El caso es que lo tienen montado perfectamente. En cuanto he llamado al portero automático me han hecho subir y me han explicado perfectamente la situación. En uno de los pisos se ha metido el padre, la madre y algunos hermanos. En el otro piso está el hijo mayor, de unos veinticinco años, junto a su jovencísima esposa, de unos dieciocho y dos churumbeles que tienen todo el edificio como campo de juegos mientras están ahí aprendiendo el oficio familiar.
Y la actuación ha sido digna de ganar un Oscar. Mientras la gitana madre llora contando que estaban en la miseria, viviendo debajo de un puente y con los niños pasando frío, su hijo me explica que quien compre las viviendas les tendrá que hacer una oferta que ellos consideren suficiente y que si les pienso ofrecer cinco o diez mil euros que mejor ni lo intente porque la vida está muy cara y los alquileres por las nubes y que de ahí no se mueven por menos de cincuenta mil euros.
A estas alturas su madre está a punto de arrancarse la peineta del disgusto que tiene. Me fijo bien y observo atónito que las lágrimas que le resbalan por las mejillas son de lo más auténtico. Los churumbeles gritan y corren por el pasillo de la corrala mientras la nuera les persigue tratando de limpiarles los mocos. Todo muy auténtico, inmersión cultural de la buena.
Mientras tanto el hijo, más atento a que su mensaje cale, deja caer que su abogado es íntimo amigo del abogado de Bárcenas (jejeje) y que no les cobra nada, por lo que pueden pleitear todo lo que haga falta. Y que ellos se han visto obligados por las circunstancias a actuar así, pero que su honradez está fuera de dudas. Esto último lo dice con la mano en el corazón, así que debe ser verdad.
Finalmente, mientras su madre llora que te llora por todas las cosas de las que carecen los churumbeles, el hijo me asegura que son gente de palabra y que si se les entrega el dinero acordado se irán sin presentar más problemas.
Lo que no me queda claro es si se refería a que se irían de esas dos viviendas y se colarían en las de al lado o si se irían definitivamente del edificio.