No he conocido a nadie más desdichado que la mujer que esta mañana me ha enseñado, entre llantos, su vivienda, que próximamente va a salir a subasta. Se trata un chalet en la sierra de Madrid, en uno de los parajes más bonitos y menos desarrollados urbanísticamente de la misma.
El caso es que la buena señora, lejos de echarme de allí a escobazos, ha tenido la amabilidad de enseñarme, una a una, todas la habitaciones de la casa, mientras me contaba que su marido había enfermado hacía un par de años y que, como era autónomo y dependía completamente de su trabajo, con la enfermedad los ingresos se habían reducido tanto que la familia acabó cayendo en manos de desaprensivos, hasta el momento actual, en el que están en trance de ver su casa subastada.
El hijo que podría ayudarles es un parado de larga duración y, por lo que he visto, pues le he conocido, se trata de una persona sin espíritu. De esos incapaces de llevar responsablemente el timón de su propia vida ¡Pobrecillo!
La hija tiene esclerosis múltiple y bastante tiene con lo suyo.
Y finalmente el marido enfermo murió hace cuatro meses dejando a la viuda desconsolada y preguntándose cada día qué va a ser de ellos. A mí también me lo ha preguntado y... no he sabido que decirle.
En fin, que como decía Baltasar Gracián:
"Como las desdichas andan encadenadas, unas a otras se introducen y al acabarse una es necesario engendrarse otra mayor"
Y una oportunidad perdida porque desde luego no me veo en el papel de ser yo quien les eche a la calle. No estoy seguro de si el cliente para el que estaba estudiando esta subasta lo entenderá, pero me da lo mismo. No asistimos.
Y tú, ¿asistirías a esta subasta sin tener en cuenta estas circunstancias?
A lo mejor es que yo soy un blandito muy poco profesional.