Hace unos quince años tuve conocimiento de que no he sido el primero de mi estirpe en participar en subastas judiciales. Me enteré de ello cuando mi tía me legó algunos documentos de mi abuelo entre los que se encontraba una especie de testamento manuscrito que redactó unos minutos antes de que unos hampones se lo llevaran de paseo en agosto de 1936.
El documento es un simple papel de tamaño cuartilla en el que hace una relación de su patrimonio.
El caso es que entre las distintas propiedades me llamó la atención una casa de la que nunca había oído hablar y que estaba situada en Torrelaguna. Como siempre me han interesado las viejas historias familiares no paré hasta enterarme de esta vieja historia.
Resulta que en los primeros años 30 salía a subasta la casa familiar de uno de sus mejores amigos y para evitar que el banco o los subasteros se la quedaran por unas pesetas, no se les ocurrió otra cosa a mi abuelo y a su amigo que participar en la subasta para elevar las pujas, con tan mala suerte que el muy novato se vino arriba y acabó adjudicándose la casa de su amigo, a quien le hizo un gran favor, pero a costa de su propio dinero.
Moraleja, solo hay que participar en una subasta judicial si realmente se quiere comprar el bien subastado y por ningún otro motivo.
¿Y por qué menciono ahora esta vieja historia?
Por los muchos desesperados que me escriben consultándome por la genial idea de enviar a un familiar o a un amigo a pujar en sus subastas con la intención de elevar las pujas y evitar que el banco o los subasteros se lleven la propiedad en plan chollo. Si la subasta en cuestión es interesante no hace falta hacer nada pues la natural competencia entre postores llevará el precio de adjudicación a su equilibrio natural y, si la subasta no tiene interés, el peligro de intentar manipular el precio hacia arriba se incrementa junto con las posibilidades de pujar más de la cuenta.
Incluso algunos locos pretenden pedir prestado para ingresar la fianza y ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de adjudicarse la subasta y de tener que rematar o perder el dinero de la fianza. Al menos mi abuelo tenía dinero para cubrir el remate y evitar que el error se convirtiera en catástrofe.
O sea, que la idea no es ninguna novedad y que sigue siendo tan mala idea como siempre.