Aristodemo fue uno de los trescientos que acompañó a Leónidas a las Termópilas, pero él y un compañero cayeron enfermos con una inflamación ocular y a ambos se les dio de baja temporalmente. Al llegar el último combate, el compañero de Aristodemo se levantó del lecho de convalecencia y ordenó a un ilota que le guiase, puesto que estaba ciego, hasta el centro de la batalla. Aristodemo, en cambio, prefirió seguir la orden directa de Leónidas y se volvió a casa, vivito y coleando. A su llegada se le repudió y sus conciudadanos le empezaron a llamar «tembleque», el calificativo más vergonzante del léxico espartano.
Era una injusticia, pero en una ciudad donde se tenía al coraje por la mayor virtud era de esperar que el menor atisbo de cobardía bastara para hundir a un ciudadano en la ignominia. La vida de un «tembleque» en Esparta estaba señalada por la miseria: en su manto se cosía un retal que le identificaba, y a partir de entonces sus antiguos colegas le desdeñarían con frialdad. En las festividades tendría que levantarse o ceder el paso a quien se lo exigiese, incluso a alguien menor. Y en el mayor gesto de crueldad, sus hijas, si las tenía, no encontrarían nunca un marido, medida de eugenesia típica de los espartanos, diseñada para impedir que la mácula de la cobardía fuese transmitida a lo largo de las generaciones.
Sin embargo Aristodemo el Tembleque tuvo finalmente la oportunidad de lavar su honor en la batalla de Platea, cuando echó a correr contra las líneas persas mucho antes de que Pausanias diera la orden de atacar. Su muerte en el frenesí del ataque contra los bárbaros redimió su nombre, según acordaron más tarde sus compañeros en la mesa comunal. De hecho, su coraje sería recordado durante largo tiempo por los hombres de otras ciudades como algo realmente excepcional. Al menos en ese sentido podía afirmarse que Aristodemo había muerto como un espartano.
Sin embargo yo, Tristán el Subastero, cuando en mi agenda del teléfono aplico el prefijo "Tembleque" antes del nombre de un ex-cliente, ya no hay segundas oportunidades que valgan. Cuando hago eso es porque he llegado a la conclusión de que ese tipo no tiene la fortaleza mental necesaria para comprar bienes en subastas, bien porque definitivamente sea un cobarde demostrado o simplemente porque sus inseguridades son tan tremendas que es casi seguro que se va arrugar en el momento definitivo. No me refiero a esos muchos que no han llegado a ser clientes porque no han pasado mis primeros filtros sino a los que lo han sido pero me han dejado tirado la noche previa a la subasta o los que siempre encuentran la excusa perfecta para disimular su falta de ánimo inversor.
Y además se lo digo sin tapujos. No la versión dura de que les he puesto el sobrenombre de Tembleque, eso no, que tampoco quiero violentarles. Pero sí les digo que la inversión en subastas es muy exigente mentalmente, que no todo el mundo es capaz de afrontarla como es debido y que no quiero hacerles perder su tiempo ni, sobre todo, que ellos me lo hagan perder a mi. Que he llegado a la conclusión de que nunca van a ser capaces de hacer efectiva una compra en subastas judiciales o que, de conseguirlo, iban a pasar por un periodo infernal de incertidumbre y me lo iban a hacer pasar a mi, blablablá, por lo que lo mejor es que cada cual siga su camino, otra vez blablablá, y que quedamos como amigos, para lo que necesites llámame y último blablablá.
En cualquier caso, no solo les añado el término Tembleque delante de su nombre en la agenda telefónica, sino que además les pongo una musiquilla inconfundible para asegurarme de no cogerles el teléfono en el caso de que me llamen.
¿Que por qué hago esto? Muy sencillo, porque lo mejor de mi tiempo quiero dedicarlo a mi familia y a mis actividades deportivas favoritas y el resto, el tiempo que me quede libre quiero dedicarlo a mis propios intereses y a los de mis clientes. Para falsos clientes que solo me hacen perder el tiempo no me queda ni un minuto.
Por cierto, que la historia de Aristodemo el Tembleque me encantó desde que la leí en "Fuego persa" de Tom Holland, lectura que os recomiendo muy encarecidamente, es fabulosa.
Que cabroncete soy, ¿no?