Esta mañana ha sido el último encierro de los Sanfermines de 2014 y -¡vaya por Dios!- los Miura han dejado tres heridos graves por asta de toro.
Estas fechas me traen muchos recuerdos del tiempo en que yo tampoco lo hacía tan mal cuando corría delante de los toros, en los Sanfermines, cuando nos animábamos a subir hasta allí, o en otros pueblos de la sierra de Madrid. Pero toros, toros, los de Pamplona. Y miedo... en Pamplona también. Recuerdo el último año que corrí junto a mi amigo Alberto, que nos tocábamos el corazón en los minutos previos al chupinazo y estaba desbocado. No volví a correr, ni allí ni en ninguna otra plaza. Mediados de los noventa.
Y eso que si pudiéramos elegir el sitio de España donde preferiríamos que nos pillara el toro, sin duda Pamplona sería el elegido. Buenos hospitales, docenas de ambulancias, tropecientos sanitarios, etc. Todo lo que haga falta para que el morlaco no te envíe de vuelta a la cola de reencarnados.
O sea, que sí, que no te pille el toro, pero si te pilla que sea en Pamplona
Pero los astados pamplonicas no solo corren por la Estafeta. Si te acercas a los juzgados de esa plaza y te asomas a alguna subasta, corres el riesgo de ser empitonado por otro tipo de bravos, aunque de peor catadura y facha que los nobles Vitorinos. Aunque eso, realmente, nos puede ocurrir en cualquier subasta, en cualquier juzgado.
Pero igual que con los toros, si yo pudiera elegir con qué juez preferiría que me empitonase un deudor mal encarado, sin duda que elegiría a aquél juez pamplonica que hace unos años me salvó de una cornada de las que te envían directo al barrio más pobre de tu ciudad.
Ocurrió en los años en que todavía me gustaba viajar por juzgados más o menos lejanos, siempre huyendo de la tremenda competitividad que había en los de Madrid. Pues ocurrió que uno de los mayores éxitos de mi carrera estuvo a punto de convertirse en la tumba de mi patrimonio pues tuve la suerte de comprar tres pisazos de un edificio nuevo en la avenida del Ejército en Pamplona. Los pisos eran espectaculares y me habían costado una pasta, aunque tenía la esperanza de que también me dieran un buen beneficio. Estaban a nombre de una sociedad cuyo administrador ocupaba con su familia uno de los pisos.
La catadura de aquel tipejo era tal que podría haber cabalgado a lomos de una rata sin sentirse envilecido.
Estuvo unas semanas mareándome con sus amenazas y chantajes y, finalmente, cuando vio que yo era inmune a sus marrullerías, lo que se le ocurrió fue la genial idea de redactar tres contratos de arrendamiento (uno por cada piso) de la sociedad con su mujer y con dos de sus hijos. Y los presentó en el juzgado para paralizar la entrega de la Posesión, que ya estaba en marcha.
Conozco más de un juzgado en los que esa sucia maniobra podría haber retrasado el procedimiento, aunque solo fuera unos meses, pero en este juzgado pamplonica su señoría no le dedicó ni un minuto. Cuando conseguí hablar con el juez lo primero que me enseñó fue el escrito del ejecutado y su sabia respuesta.
Al juez le había bastado medio párrafo para expresar lo que pensaba de aquél plebeyo.
Todavía le estoy agradecido, sobre todo porque cada año que pasa soy más consciente de lo difícil que se está poniendo encontrar a miembros de la judicatura que hagan bien su trabajo.
Y a vosotros, ¿qué tal se os dan los encierros?