En los años 70, cuando cumplí once años, un gitano de las chabolas del Barrio de San Pascual cruzó el Arroyo Abroñigal, actual M-30, y vino al Parque de las Avenidas a robarme la flamante bici que mi padre acababa de regalarme. Y ello ante la mirada indiferente de algunos compañeros de colegio y de sus padres.
Aquel día aprendí que nunca debo contar con que terceras personas salgan en mi defensa y que, en general, en los momentos clave, estamos solos.
Unos años más tarde, teniendo catorce, en una fiesta que organizamos en la casa de mi amigo Aurelio, algún mano larga robó mi codiciado ejemplar de "La prima volta" de Andrea & Nicole.
Ese día aprendí que a veces también debemos protegernos incluso de algunos amigos.
Desde entonces me han vuelto a robar alguna vez, pero ya nunca ha sido por un exceso de ingenuidad sino a pesar de haber tomado las precauciones de rigor.
Y aún así sigo confiando en la gente.
Hasta ahora, en casi veinticinco años en el negocio de las subastas judiciales, nunca le he hecho firmar ningún documento a mis clientes. He compartido con ellos información clave de las subastas de su interés con la confianza de que si determinada subasta les interesaba, asistirían a la misma conmigo y con nadie más y que de ninguna de las maneras se les podría ocurrir hacerme "la cobra" y asistir en solitario.
Entre otras cosa porque yo me enteraría al coincidir en el juzgado.
Y tras el éxito en la subasta, tampoco se me ha pasado nunca por la cabeza la posibilidad de que no me pagaran los honorarios.
Es algo que dejo muy claro desde el primer contacto. Mi comisión es el 6% con un mínimo de 6.000 euros y se paga simultáneamente al ingreso del precio del remate en la cuenta bancaria del juzgado. Ingresas el dinero en el juzgado y a mi me pagas lo mío. Punto.
Nunca nadie me ha dejado de pagar tras una adjudicación y solo un par de listos me han dicho que no estaban interesados en la subasta y luego han asistido por su cuenta.
¡Pobres!
Porque, como he dicho al principio, sigo confiando en la gente, pero no soy tonto, o al menos no soy tonto del todo.
Como ya he relatado en un par de ocasiones, acudo a las subastas con toda la tranquilidad del mundo respecto a mis clientes porque si a alguno se le ocurriera aprovechar la información que tanto trabajo me cuesta conseguir sin pasar por caja, mi inmediata respuesta sería visitar al ejecutado y poner toda mi experiencia a su servicio, con el afán de impedir durante el mayor tiempo posible que el felón llegue a disfrutar de su reciente inversión.
Hasta ahora que todo va a cambiar porque las pujas serán anónimas.
Vienen tiempos de cambio.
Renovarse o morir.
Todavía no estoy del todo seguro de hasta que punto las subastas judiciales electrónicas van a modificar mi relación con los clientes. Pero se que la van a cambiar mucho. Entre otras cosas porque cuando a principios de cada año sumo los beneficios del año anterior, siempre suele resultar que los procedentes de los clientes no pasan nunca del 10% del total de mis ingresos.
Y por supuesto que no puedo poner en peligro el resto de mis ingresos solo por conservar ese 10%.
Hasta ahora el cliente viene conmigo a la subasta o me entrega un poder para que yo asista en su nombre.
A partir de ahora lo primero ya no va a ser posible porque las subastas durarán 20 días (+1) y porque los minutos finales de las mismas van a ser capitales.
No me imagino a estos señores tan ocupados conviviendo veinte días conmigo en mi casa ni compartiendo las tardes de domingo por culpa de ese juzgado de cabritos que está haciendo coincidir el último día de la semana con el último día de la subasta.
No, lo mejor será que cada cual se quede en su casa y Dios en la de todos.
O, como dicen por ahí, cada mochuelo a su olivo.
¿Y cómo sabré que ese cliente tan serio y majete no estará pujando en secreto contra mi en su propio nombre o en el nombre de su prima o en el de su mucama?
Muy sencillo, no lo sabré nunca.
¡Pobrecillo, Tristán, que le van a engañar como a un tonto!
Y encima con mi propia información de importancia mega súper capital.
El muy imbécil venga a facilitar info a sus clientes y éstos respondiendo que no están muy interesados, que mejor lo dejan para otra ocasión o que sí, que les interesa, pero solo hasta una cifra inferior a la que ellos realmente están dispuestos a llegar por su cuenta.
Me temo que por ese camino vamos mal.
Posibles soluciones que estoy meditando:
- Que a partir de ahora todos los clientes firmen una nota de encargo de servicios a su nombre, el de su mujer y el de su empresa, si la tienen.
- Que toda la información sobre las subastas y las instrucciones sobre pujas máximas se hagan por correo electrónico para que queden evidencias.
- Que todos los clientes me otorguen un poder notarial para representarles en las subastas judiciales electrónicas. Por lo visto este poder debe ser telemático. Ya veremos.
- Comprobar si es posible que sean ellos quienes ingresen la fianza y luego me faciliten el NRC (código de la misma) para que sea yo y solo yo quien participe en su nombre y bajo sus instrucciones.
Sobre los dos últimos puntos aún tengo que investigar.
Es muy posible que la solución que tengo en la cabeza no se pueda implementar con este endiablado sistema que se han sacado de la manga estos tontainas. Pero lo que tengo más que claro es que prefiero mil veces dejar de prestar este servicio que hacerlo sin tener todas las garantías de que voy a cobrar por el mismo.
Porque un cliente pujando contra mi con mi propia info...
¿Qué opináis? ¿Alguna idea?