¿Es la Justicia un servicio para los ciudadanos? ¿Están los juzgados al servicio de los ciudadanos? No lo parece.
Hoy os voy a contar la mala vida que ha tenido María y lo poco que le ha ayudado la (in)Justicia española. Con una guinda al final que ya es para rescatar la guillotina de su olvido, al menos metafóricamente.
María vivía en unas casas bajas de La Ventilla, junto a la plaza de Castilla. Se trataba de un grupo de "casi" chabolas que había resistido hasta mediados de los noventa y que finalmente fueron derruidas para hacer posible lo que hoy es la Avenida de Asturias.
Así que todos los vecinos acabaron recibiendo a cambio de su casita unas viviendas a precios ridículos en un edificio de realojo en uno de los nuevos buenos barrios de Madrid.
Según mi opinión salieron ganando con el cambio.
Por contra, les empotraron, como siempre hacen en estos casos, algunos vecinos muy poco recomendables. Aunque esto no tiene nada que ver con el relato de hoy.
Entonces le llegó la mala estrella, que consiste en mala suerte aderezada con malas decisiones.
La primera mala decisión fue casarse en gananciales con un tal Mohamed, que no solo le daba unas palizas de muerte sino que, además, vivía a su costa, siendo ella la única que trabajaba en esa familia.
Por ejemplo, de una paliza... zas, perdió el bebé que esperaba y también la posibilidad de volver a quedarse embarazada.
¡¡Hostia!!, le dejarías inmediatamente, ¿no?
Que va, Mohamed era un encantador de serpientes y se mostró tan arrepentido..
La segunda mala decisión fue poner el piso del realojo a nombre de ambos (o de su sociedad de gananciales), cuando podría haberlo comprado solo a su nombre pues era solo ella quien vivía en la chabola de La Ventilla.
La mala suerte fue tener un tremendo accidente que la dejó en silla de ruedas y con incapacidad permanente.
Al menos el seguro del coche culpable le soltó un pastizal.
Entonces llegó la paliza definitiva que casi la envía al otro barrio, motivo por el que, esta vez sí, denuncia a Mohamed e insta el divorcio.
Mohamed, que es un hijoputa pero no tiene un pelo de tonto, se larga a su país con todo el dinero de la indemnización del seguro y se queda allí a verlas venir, con el dinero a buen recaudo.
A partir de eso ya da igual que ella le reclame o no el dinero porque éste está muy lejos del alcance de ningún juez español.
El primer encuentro de María con la Justicia española se salda con el divorcio y con una pensión alimenticia de cuatrocientos euros que le tiene que pasar todos los meses al vaina ese, que como no tenía trabajo alegó que había estado durante todo el matrimonio haciéndose cargo de las labores del hogar desatendiendo su carrera profesional.
O eso, o que la juez le puso ojitos al morito.
De lo contrario no se entiende.
Entonces María se hunde y deja de pagar la hipoteca, perdiendo a los dos años su casa a manos de un conocido subastero madrileño llamado Tristán.
Tranquilo, Tristán, la casa es tuya y yo me voy a casa de mis padres.
No quiero vivir en una casa que ya no es mía
¿Se puede ser más honesta?
A cambio, Tristán se comprometió a ayudarla con el papeleo para reclamar al juzgado el sobrante de la subasta, que no era poco dinero.
El problema es que como la casa era el único activo del matrimonio y María no tenía dinero para comprarle a Mohamed su parte (que había pagado ella), la propiedad continuaba a nombre de ambos, lo que significa que la mitad del dinero sobrante era para él.
Eso no tenía remedio a estas alturas.
Aunque el resultado habría sido diferente de haber hecho las cosas bien, que para eso están Jotaerre y sus compañeron de profesión.
O sea, que ya sabíamos que íbamos a tener que compartir el sobrante con él, pero para lo que no estábamos preparados era para que el juzgado decidiera redactar el Mandamiento de Devolución a nombre exclusivamente de él pasando por encima de los argumentos expuestos por nosotros sobre por qué debía redactar dos mandamientos diferentes, uno a nombre de cada uno de ellos.
Y naturalmente que la conversación que tuvimos con el secretario del juzgado tampoco sirvió absolutamente de nada.
Los antecedentes le importaron un comino.
No solo la historia de María no le conmovió, sino que le aburrió y decidió cortar por lo sano con la cosa del mucho trabajo que tenía.
Campeón del mundo de empatía.
Al fin y al cabo allí se tramitan casi dos mil expedientes judiciales al año.
Dos mil dramas familiares.
Mucho mejor no enfocar la vista en ninguno de ellos.
Pasar por encima.
Y no molestarse ni siquiera en algo tan sencillo como rectificar un Mandamiento de Devolución.
Exactamente cinco minutos de trabajo.
O menos. Digamos que tres minutos.
Y María, que tampoco es Juana de Arco, decidió, contra mi opinión, agachar la cerviz y bajar la mirada al surco. El mismo surco que tan bien conocen sus tropecientas generaciones de antepasados campesinos acostumbrados a agacharse y a quitarse la boina al paso de la autoridad.
Así que le hizo prometer a Mohamed que le devolvería la mitad del dinero y le entregó a él el mandamiento del juzgado para que lo ingresase en su cuenta y luego le hiciese la devolución.
Eso fue hace tres meses.
Y María sabe que ni ha cobrado ni va a cobrar.
Y la Justicia en los cerros de Úbeda.
Mirándose el ombligo.