Estos días estoy siendo víctima de cadenas de mensajes de este tenor:
No tendrá temor de malas noticias;
Su corazón está firme, confiado en Jehová.
Asegurado está su corazón; no temerá,
Hasta que vea en sus enemigos su deseo.
(Salmos 112:7-8)
O este otro:
Hola, disculpa que te moleste, pero es muy urgente!!
Tengo un amigo que llegó de muy lejos y necesita un lugar donde quedarse.
Siendo así le sugerí tu casa. Te pido que lo recibas y lo ames. Su nombre es Jesucristo.
Ahora di en voz baja: puedes entrar, Señor, yo te necesito, limpia mi corazón con tu sangre y bendice a mi familia.
Si crees en Dios envía este mensaje a 20 personas.
Si lo rechazas recuerda que Jesús dijo: "Si me niegas entre los hombres te negaré ante mi Padre".
Y resulta que quien está tan preocupado por el bienestar de mi alma no es otro que el okupa que lleva tres o cuatro años metido en una de las últimas casas que he adquirido, con quien tuve una pequeña conversación la semana pasada sobre la cantidad de euros que tendría que entregarle para que se fuera por las buenas de la casa y lo que le ocurriría al piso si al final yo forzaba judicialmente que se fuera sin pasar por caja.
<<== Junto a estas líneas podéis ver el curso de nuestras negociaciones por Whatsapp.
Bueno, nuestras negociaciones no, más bien sus negociaciones, porque yo todavía no he empezado a negociar. Hasta ahora me he limitado a visitarle y ofrecerle 500 euros y todo lo demás me lo está diciendo él por whatsapp. Pasa de decirme que quiere llegar a un acuerdo por mi bien a amenazarme con las situaciones más peregrinas, como por ejemplo irse y meter a sus primos en la casa horas antes a que yo vaya a desalojarles con los del juzgado.
(Por cierto, añagaza muy popular entre esta gente pero que solo les es útil si se les ha demandado por la vía penal y nunca si se está en la vía civil, que por cierto, es siempre la mía)
Y además, entre la amenaza y la petición de pasta, el muy cretino aprovecha para catequizarme.
Y esta situación me recuerda mucho a un personaje de armas tomar que conocí hace cinco o seis años, cuando le vendí un piso cuya venta se me estaba atravesando porque a los ingenieros sociales de los años 80 se les había ocurrido la genial idea de que para integrar a según que gente la mejor vía era incrustar con calzador dos familias por cada portal en las promociones de VPO que tuvieran la desgracia de que les tocara esa suerte.
El resultado inmediato de semejante política fue la creación de un barrio en el que todas las viviendas comenzaron a valer la mitad de lo que podrían haber valido por su naturaleza, tamaño y ubicación.
Yo tenía la mía a la venta a un precio ridículo, pero aún así todos los potenciales compradores de origen payo salían horrorizados de la visita al inmueble.
Y para colmo, cuando los clientes que llevaba el de la inmobiliaria eran de esa misma cuerda, enseguida eran llamados a capítulo por el vecino de abajo, que les advertía muy serio que allí el jefe del bloque era él y que de lo que me pagaran a mi, luego tendrían que añadir para él un 5%, no se en qué concepto.
Hasta que llegó Celedonio.
Porque cuando el agente inmobiliario, antes de hacer la visita, le advirtió de esa extraña circunstancia, el visitante le dijo muy serio...
"Tranquilo, hermano, que ya verás como éste, a mi, no me dice nada de eso"
Se llamaba Celedonio y era un pastor evangelista que apacentaba su rebaño en el barrio madrileño de Hortaleza.
De los evangelistas solo se que son calvinistas y que sus reverendos pastores se forran porque todo lo que les llega los domingos al cepillo es para ellos mismos. Pero no supe hasta qué punto esto es así hasta que conocí a Celedonio. Por lo que me contó su abogado, en aquellos años el tipo estaba comprando uno o dos pisos todos los meses, pagando grandes cantidades en efectivo.
Y el problema que surgió con esta compraventa es que cuando el tal Celedonio vio en la notaría que la casa arrastraba deudas de comunidad desde hace más de diez años, se le cruzaron los cables y dijo que no compraba ni loco. Y no sirvió de nada que yo le explicase que aquellos recibos antiguos eran deudas del antiguo propietario y que no tendría que pagarlos nadie porque la Ley solo nos obligada a pagar el año en curso y el año anterior al de la fecha de nuestra compra y que ambos años habían sido pagados, como acreditaba el certificado de deudas de que me había extendido el administrador de la comunidad de propietarios.
¿Os imagináis lo que es un calvinista gitano con ojos de lunático jurando que me va a matar si no le devuelvo en ese mismo momento la fianza que me había entregado una semana antes?
Y como salidas de una película de Almodóvar, por ahí estaban también su mujer y su hija, ambas con peineta y traje de faralaes. Esto último, que ya se que parece una exageración, os lo juro por los dioses antiguos y los nuevos. No es ninguna exageración, ambas iban disfrazadas de flamencas, con peineta y todo.
Y como esta gente siempre va acompañada, también estaban por ahí un par de primos de él que me miraban con ojos furibundos, como convencidos de que estaba intentando estafarles.
Y a todo esto, cuando intento que Celedonio escuche la voz del notario, que supuestamente debería ser la voz de la razón, el muy miserable leguleyo hideputa me sale con que el comprador tiene razón y que la casa debe venderse sin deudas sean del año que sean.
¿Será posible?
Y de nada sirvió que el notario y yo leyéramos, despacito y en voz alta, en la pantalla del ordenador el artículo 9.1e de la Ley de Propiedad Horizontal porque cada uno de nosotros entendía una cosa diferente del mismo párrafo.
Entonces el socio con el que había comprado esta casa y yo decidimos salir un rato a la calle (la notaría estaba en un local comercial en Tres cantos) para hablar sobre el problema y tomar una decisión. ¿Vendíamos descontando todas las deudas de comunidad, que suponían unos dos o tres mil euros o tumbábamos la compraventa?
Breve inciso para comentar que yo nunca compro a medias con nadie, pero que en esta ocasión sí lo había hecho porque mi amigo Ramón y yo habíamos coincidido participando en la misma subasta y al final habíamos decidido que sería más interesante comprar a medias que batirnos el cobre. Una especie de Unión Temporal de Empresas constituida sobre la macha.
Pues en cuanto Celedonio y sus cuates vieron que no estábamos en la notaría se pensaron que nos habíamos escapado sin devolverles la fianza y salieron echando leches a la calle dispuestos a perseguirnos.
"No sus vayáis o sus mato" nos amenazaron con muy malas maneras mientras Ramón y yo deshojábamos la margarita.
Ramón se cree que está muy mazao, pero aquel día temblaba como una hoja al viento.
Y yo tampoco las tenía todas conmigo.
Pero lo que nos llevó a bajarnos los pantalones y aceptar rebajarle del precio los recibos impagados, por mucha que fuera su antigüedad, no fueron las amenazas sino el convencimiento de que, si al tal Celedonio se le metía entre ceja y ceja, no podríamos vender el piso a ningún otro a ningún precio.
Estábamos atrapados, o le vendíamos el piso a él o nos lo comíamos con patatas.
Y lo cierto es que habíamos comprado muy bien y con mucho margen.
Y el motivo por el que el actual okupa con el que he comenzado el post me recuerda tanto a Celedonio es por la facilidad con la que ambos mezclan la amenaza agresiva con la paz de Cristo, porque cuando Ramón y yo entramos de nuevo en la notaría y les dijimos que aceptábamos sus condiciones, Celedonio se sentó a mi lado, puso la mano sobre mi rodilla y me dijo con voz contrita:
Hermano, quiero que sepas que ambos somos hijos de Jesús y que te amo y por eso quiero pedirte perdón por mis palabras de hace un momento.
¡¡¡El muy hijoputa!!!
Hasta ese momento se le había olvidado que era un pastor de almas y que quedaba mal que un curilla fuera por ahí violentando voluntades.
Y para rematar la historia y que todos conozcáis la calaña de este señor tan religioso que se gastaba el cepillo de su Iglesia en inversiones inmobiliarias, solo decir que al final la comunidad de propietarios no cobró esos recibos antiguos que Celedonio se había descontado del precio de la escritura, aunque esto se veía venir.
Pero lo alucinante es que el agente de la propiedad inmobiliaria tampoco cobró sus honorarios porque el muy memo tuvo que salir pitando de la notaría y en sus prisas aceptó, contra mi opinión, el ofrecimiento de Celedonio de coger el dinero en su nombre cuando se hubiese firmado la escritura, con la promesa de llevárselo luego a su oficina.
Así son las cosas y así os las he contado.