En el post de hoy me gustaría citar un artículo sumamente interesante de Nouriel Roubini en Project Syndicate que he leído hace algunas semanas sobre la cruda realidad que afrontan la administración Trump a la hora de implementar sus agresivas políticas fiscales. En el mundo político, está muy bien decir todo lo que quieres hacer y además con la seguridad un tanto arrogante de Trump parece que será dicho y hecho pero nada más lejos de la realidad.
El primer objetivo legislativo de gran magnitud del presidente estadounidense Donald Trump: “derogar y reemplazar” la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud del año 2010 (“Obamacare”) ya ha implosionado, esto ocurrió debido a la ingenuidad de Trump y de los republicanos del Congreso sobre las complejidades de la reforma de salud. Su intento de sustituir una ley imperfecta pero popular, por una pseudoreforma que privaría a más de 24 millones de estadounidenses de recibir atención médica básica estaba condenado al fracaso.
Ahora, Trump y los republicanos del Congreso están llevando a cabo la reforma tributaria comenzando con los impuestos sobre la renta de las empresas y luego focalizándose en los relacionados sobre la renta personal como si esto fuera más fácil. No lo será, sobre todo porque las propuestas iniciales de los republicanos añadirían millones de millones de dólares a los déficits presupuestarios y canalizarían más del 99% de los beneficios al 1% en la parte superior de la distribución del ingreso.
Un plan presentado por los republicanos en la Cámara de Representantes de Estados Unidos para reducir la tasa de impuesto sobre la renta de las empresas del 35% al 15%, y para compensar los ingresos perdidos con un impuesto a las importaciones está ya muerto de entrada. Este impuesto no tiene suficiente apoyo incluso entre los republicanos, y violaría las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Los recortes de impuestos propuestos por los republicanos crearían un déficit de ingresos de 2 billones de dólares durante la próxima década, y no pueden tapar ese agujero con ahorros en los ingresos de su plan de reforma de salud o con los $1,2 millones de millones que se podría esperar recibir de los impuestos a los bienes importados.
Los republicanos ahora deben elegir entre aprobar sus recortes de impuestos (y agregar 2 billones de dólares a la deuda pública) o llevar a cabo una reforma mucho más modesta. El primer escenario es improbable por tres razones. En primer lugar, los republicanos que son congresistas fiscalmente conservadores se opondrán a un aumento imprudente de la deuda pública. En segundo lugar, las normas presupuestarias del Congreso exigen que todo recorte de impuestos que no esté totalmente financiado por otros ingresos o recortes de gastos debe expirar dentro de un período de diez años, por lo que el plan de los republicanos tendría solamente un impacto positivo limitado sobre la economía.
Y, en tercer lugar, si los recortes de impuestos y el aumento del gasto militar y de infraestructura aumentan los déficits y la deuda pública, las tasas de interés tendrán que elevarse. Esto obstaculizaría los gastos sensibles a los intereses, tales como los gastos en vivienda, y conduciría a un aumento en el valor del dólar estadounidense, lo que podría destruir millones de empleos, afectando con mayor intensidad al electorado clave de Trump los votantes blancos de clase trabajadora.
Por otra parte, si los republicanos inflan la deuda, la respuesta de los mercados podría causar el desplome de la economía estadounidense. Debido a este riesgo, los republicanos tendrán que financiar todos los recortes de impuestos con nuevos ingresos, en lugar de financiarlos con deuda. Como resultado, su reforma tributaria que aparentaba ser un león rugiente, muy probablemente se tenga que reducir a un ratón crujiente.
Incluso recortar la tasa de impuesto sobre la renta de las empresas del 35% al 30% sería difícil. Los republicanos tendrían que ampliar la base impositiva obligando a que sectores enteros que hoy en día pagan poco en impuestos como el farmacéutico y el tecnológico empiecen a pagar más. Y, para lograr que la tasa de impuestos sobre la renta de las empresas se sitúe por debajo del 30%, los republicanos tendrían que imponer un impuesto mínimo muy alto sobre las ganancias en el extranjero de estas empresas. Esto marcaría una desviación del sistema actual, en el que millones de millones de dólares en ganancias en el extranjero no se gravan a menos que dichas ganancias sean repatriadas.
Durante la campaña presidencial, Trump propuso una impuesto de repatriación del 10% que operaría como una “exención temporal” para alentar a las compañías estadounidenses a traer sus ganancias en el extranjero a Estados Unidos. Pero esto sólo aportaría entre 150 a 200 mil millones de dólares en nuevos ingresos menos del 10% del déficit fiscal de 2 billones de dólares que implica el plan de los republicanos. En cualquier caso, los ingresos procedentes de un impuesto de repatriación deberían utilizarse para financiar el gasto en infraestructura o la creación de un banco para las infraestructuras.
Algunos republicanos del Congreso que ya saben que el impuesto a la importación es una propuesta inviable ahora proponen que el impuesto sobre la renta de las empresas sea reemplazado por un impuesto al valor agregado que es legal bajo las reglas de la OMC. Pero, tampoco es probable que dicha opción sea viable. Los propios republicanos siempre se han opuesto firmemente a un IVA.
El punto de vista republicano tradicional sostiene que un impuesto tan “eficiente” como el IVA sería demasiado fácil de aumentar con el transcurso del tiempo, haciendo que sea difícil moderar del gasto derrochador a la administración. Los republicanos apuntan a Europa y a otras partes del mundo donde la tasa de IVA comenzó en niveles bajos y gradualmente aumentó a niveles de dos dígitos, superando el 20% en muchos países.
Los demócratas, históricamente también se han opuesto a un IVA, porque es una forma altamente regresiva de imponer impuestos. Y, si bien se lo podría hacer menos regresivo mediante la exclusión o descuento del pago de este impuesto para alimentos y otros productos básicos, eso solamente lograría que se torne en menos atractivo para los republicanos. Teniendo en cuenta esta oposición bipartidista, el IVA al igual que el impuesto a la importación desde un inicio no tiene ninguna posibilidad de éxito.
Será aún más difícil reformar los impuestos a la renta personal. Las propuestas iniciales de Trump y el liderazgo republicano habrían costado entre 5 a 9 billones de dólares en la próxima década, y el 75% de los beneficios habría llegado al 1% en la parte superior de la distribución de ingresos una idea políticamente suicida. Ahora, después de abandonar su plan inicial, los republicanos afirman que quieren un recorte de impuestos neutral en cuanto a los ingresos, que no incluya reducciones para el 1% en la cúspide de quienes perciben los mayores ingresos.
Sin embargo, esa propuesta, también, parece ser una misión imposible. La implementación de recortes fiscales neutros en cuanto al nivel de ingresos para casi todos los tramos de ingresos significa que los republicanos tendrían que eliminar gradualmente muchas exenciones y ampliar la base impositiva en maneras políticamente insostenibles. Por ejemplo, si los republicanos eliminaran la deducción del interés hipotecario para los propietarios de viviendas, el mercado inmobiliario estadounidense colapsaría.
En última instancia, la única manera sensata de proporcionar alivio fiscal a los trabajadores de ingresos medios y bajos es aumentar los impuestos a los ricos. Esta es una idea populista socialmente progresista que un plutocrático pseudopopulista como Trump nunca aceptará. Por lo tanto, parece que los republicanos seguirán engañándose a sí mismos sobre que las políticas fiscales de efecto derrame o goteo del lado de la oferta sí funcionan, a pesar del peso abrumador de la evidencia que prueba lo contrario.
Javier Flórez
@FlorezJav