En la Montaña de Cuerno, en medio del Pantano de la Tristeza, vive la Vetusta Morla. Una vieja y sabia tortuga gigante a quien Atreyu pide ayuda en su misión de salvar Fantasia.
El viejo galápago conoce la cura para la rara enfermedad de la Emperatriz Infantil. A pesar de lo anterior, su opinión es que es inútil intentar nada y aconseja al joven guerrero que no tiene opciones, que es mejor renunciar a la lucha.
Muchos otros seres sabios e inteligentes habitan las palabras del gran cuento de Michael Ende: Engywook, el gnomo estudioso del Oráculo del Sur, la hechicera Xayide o Gmork, el lobo sirviente de la Nada. Todos ellos comparten un pesimismo vital.
A quien no llamaríamos sabio ni inteligente, por mucho cariño que le tengamos, es a Fúyur. El dragón blanco de la suerte, siempre tan optimista que llega a parecer algo naïve.
En los años 40, Asch (investigador del que ya hemos hablado en otras ocasiones) mostraba en uno de sus estudios que sólo el 30% de los sujetos categorizaban como “sabia” a una persona presentada como “inteligente” y “educada”. Sin embargo, más del 50% lo hacían con alguien presentado como “inteligente” y “rudo”.
Lo describió perfectamente Blotnick en un artículo de Forbes de 1979 (el mismo año que se publicaba La Historia Interminable): “Sólo el pesimismo suena profundo, el optimismo suena superficial”.
Esa cita encabeza “Brilliant but cruel: Perceptions of negative evaluators”, trabajo de Teresa Amabile (1981). Utilizando extractos de reseñas de libros, negativas y positivas, Amabile mostró que aquellos que hacían evaluaciones negativas eran percibidos como más inteligentes, competentes y expertos que quienes escribían opiniones positivas. Esto era cierto incluso cuando, de forma independiente, se juzgaba la revisión positiva como de mayor calidad.
“Los profetas del pesimismo parecen sabios y perspicaces, mientras que los optimistas son percibidos como insensatos e ignorantes”, continuaba Blotnick en Forbes, en la misma línea que Stuart Mill hace más de 150 años: “no es el hombre que mantiene la esperanza cuando otros desesperan, sino el hombre que desespera cuando otros tienen esperanza, el admirado por la mayoría y tratado como sabio”.
Y es que los discursos pesimistas tienen algo, no sé qué exactamente, que los hace parecer más inteligentes o más elaborados que los optimistas.
Decía Kahneman, del que tantas veces hemos hablado en este blog, que los cerebros de humanos y otros animales están diseñados para dar prioridad a las malas noticias, de modo que quienes tratan a las amenazas de forma más urgente que a las oportunidades, tienen más opciones de sobrevivir. Parece por tanto que estamos hechos para que los discursos pesimistas calen más.
Por tanto, es más probable que demos credibilidad a mensajes negativos, haciendo que aquellos que son pesimistas sobre el futuro parezcan más inteligentes.
En mercados financieros (y en economía en general) este tipo de mensajes pesimistas pseudointeligentes suele llegar fundamentalmente de dos lugares: o de los gurús de siempre o de aspirantes a gurús. Si llega de otro sitio, sí pueden ser señal de curvas.
Por suerte, después unos años en mercados financieros ya tengo muy bien identificados tanto a los gurús de siempre como a los aspirantes a gurú.
A los gurús de siempre se les oye fuerte y claro en cada corrección del mercado, sea del -1% o del -50%. Los medios de comunicación amplifican sus voces y miles de seguidores comparten su discurso sobre el fin del mundo tal y como lo conocemos. Como le decía Louis Zabel a Jacob Moore en la película Wall Street 2, “el caos vende”. El optimismo, en cambio, parece inocente. Para ellos, cualquier noticia confirma su visión. Durante las subidas (es decir, la mayor parte del tiempo) suenan como un rumor quejicoso como de fondo, como un pepito grillo zombie, esperando que su reloj parado vuelva a acertar la hora.
Los aspirantes a gurú intentan aprovecharse de que el pesimismo suene más inteligente. Es un clásico en el gurú aprendiz lanzar advertencias pesimistas, que llamen la atención. Si no funcionan no pasa nada. Si funcionan, comienza la cantinela del “yo ya lo advertí” y de las presentaciones como el “economista que acertó el crash”. Es un discurso sin riesgos, porque mientras no se acierte no se gana fama, pero se mantiene un discurso alternativo al tradicional que suena inteligente.
En el mismo sentido, también se valen de lo anterior los políticos: es más creíble y recauda más votos criticar al gobierno/oposición con un discurso pesimista que con aportaciones en positivo.
Cuando hablamos puramente de inversiones, parafraseando a Morgan Housel un alcista suena como un animador de fiestas infantiles, mientras que un bajista suena como una mente aguda que mira más allá de los titulares.
Pero lo cierto es que mantener una visión optimista puede llevar mucho más trabajo mental que la pesimista. Al fin y al cabo, el optimismo exige hechos y se puede abandonar con facilidad ante la primera señal de problemas. El pesimismo en cambio puede crecer a partir de un pensamiento loco y mantenerse indefinidamente.
No quiero reivindicar el optimismo `por el optimismo, ni renunciar al pesimismo. Sencillamente poner a ambos en su lugar correspondiente. Tampoco quiero reivindicar el optimismo excesivo, que puede ser igualmente tóxico, ni una visión siempre-alcista (permabull). De hecho, ya hablé sobre ello en otro post. No, este post no va de defender a los que siempre están alcistas.
De lo que va es de advertir frente a las opiniones racionalizadas en vez de razonadas. Y en este sentido hay que reconocer que es sorprendente ver que la voz de los pesimistas suene más fuerte cuando la historia de los mercados financieros (que ha visto burbujas, guerras mundiales, pandemias, crashes, quiebras financieras, quiebras de estados, etc) ha mostrado que el verdadero riesgo en el largo plazo es el de estar fuera del mercado.
Fuente: MorningStar
Es más, se puede ser crítico y optimista. Pero claro, seguramente todo sea una cuestión de plazo. Puede ser que alguien considere a determinados analistas como permabull . Pero si lo ha sido durante el tiempo suficiente (por ejemplo, desde los 80), no le ha ido mal en ese plazo. Claro que habrá tenido malos periodos. Pero estoy seguro de que su rentabilidad en los últimos 40 años ha sido superior que la suma de todos los permabears (que siempre tiene una visión negativa). Estos últimos han ganado su fama teniendo razón a veces, mientras que el otro ha ganado dinero teniendo razón en general.
En el mundo de la economía y las inversiones, los discursos pesimistas subestiman la capacidad del ser humano de cambiar y de adaptarse con éxito a las nuevas realidades. Pero no pueden extrapolarse, así sin más, hechos que están ocurriendo ahora y llevarlos a cómo serán en 10-20 años. Muchas cosas pueden cambiar.
Esa es la razón por la cual cada caída del mercado pasada parece una oportunidad, pero cada caída futura del mercado parece un riesgo.
En otro artículo, Morgan Hosel señalaba que la economía y las inversiones tienen que llevarse a sus límites cada cierto tiempo, aunque solo sea para ver dónde están esos límites. "Insostenible" es el estado más común de las empresas y los mercados financieros.
Volviendo de nuevo al artículo anterior de Hosel, coincido con algunos de los argumentos que ofrece para justificar que el pesimismo pueda sonar más inteligente:
-El optimismo parece ajeno a los riesgos. Como si alguien que mantuviese una visión positiva de largo plazo fuera ajeno a los hechos del corto plazo. Por supuesto que hay que sobrevivir a los vaivenes del corto plazo de la mejor forma posible.
Un pesimista cree que con cada crisis se acaba el mundo. Para un optimista realista (no para un permabull) las caídas de los mercados son sólo un paso en una carrera mucho más larga. Mientras tanto, son momentos de buscar oportunidades, de adecuar los modelos de riesgo a la capacidad de asumir pérdidas y de prepararse para el siguiente escenario.
-El optimista parece que te quiere vender algo, el pesimista en cambio parece que quiere ayudarte. Pero lo cierto es que la mayoría de las veces, es el discurso pesimista el que intenta venderte algo.
-El pesimismo requiere acción. Te pide que vendas, que salgas del mercado. El optimismo te pide que aguantes. Sin embargo, lo que termina por conseguir el pesimismo es dejarte fuera o entrar demasiado tarde. Perdiendo sólo algunos de los mejores días de mercado, los rendimientos caen notablemente. Y los días buenos suelen estar muy cerca de los malos.
Es decir, que tener un sesgo alcista ha sido más rentable en términos de inversión, pero menos rentable en términos de fama.
Que cada cual decida lo que prefiere. Pero eso es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.