Después de una cena en casa con unos amigos y estando ya después del postre, disfrutando de unas copas, uno de ellos propone un juego que consiste en lo siguiente:
Se va a subastar un euro. Se pujará por múltiplos de 1 céntimo y, por supuesto, el que ofrezca el valor más alto, se lleva el euro. Pero en este juego, además, el segundo que puje más alto también debe pagar lo que ha ofrecido pero sin obtener nada a cambio.
Como el juego nos hace gracia, decidimos participar.
Empezamos ofreciendo 20 céntimos por el euro. Nuestro amigo (ahora enemigo de pujas) ofrece rápidamente 21 céntimos. Nosotros ofrecemos 22, al fin y al cabo, tendríamos que pagar 20 céntimos al rematante sin llevarnos nada. Pero claro, evidentemente por el mismo razonamiento nuestro ene-amigo ofrece 23.
El primer punto crítico llega cuando resulta que nuestro amigo ofrece 50 céntimos. Nuestra puja debe ser 51 por lo que ya, hagamos lo que hagamos, nuestro otro amigo, el organizador de la puja, ya ha ganado (como pagamos tanto el primero como el segundo, si pujamos habrá ganado como mínimo 1 euro y un céntimo). Pero claro, nos sigue pareciendo barato un euro por 51 céntimos (y caro perder 50 céntimos por nada) así que continuamos la puja que se desarrolla sin novedades hasta que tras nuestra puja por 99 céntimos, nuestro amigo-enemigo ofrece un euro (empatando así la apuesta: comprará un euro por un euro) y nos sonríe. Jaque, piensa. Sin embargo nosotros preferimos perder 1 céntimo ofreciendo un euro y un céntimo, antes que perder 99 céntimos, por lo que nos compensa pujar más. Así que subimos y ofrecemos ese euro con un céntimo...
Pero claro, nuestro enemigo de pujas hace exactamente el mismo razonamiento y prefiere perder dos céntimos a perder un euro y céntimo. La puja termina un rato más tarde, cuando se nos acaba el dinero que llevábamos suelto y no ofrecemos más. El ganador ha pagado la friolera de 3 euros por un euro...
Este divertido juego, ideado por Martin Shubik en 1971, se llama “la subasta de un dólar”. Lo hicimos en vivo y en directo en clase de matemáticas cuando iba al instituto y fue necesario que nos parase el profesor cuando íbamos por 600 pesetas (en aquel entonces no había euros y estábamos subastando 20 durillos). El juego destapa la llamada “trampa de la escalada” que tiene interesantes aplicaciones prácticas. M. Motterlini señala como uno de los ejemplos trágicos de esta trampa la guerra de Vietnam, donde EEUU se vio en la necesidad de elegir entre perder aún más vidas humanas o aceptar la humillación de haber perdido una guerra (eligiendo la opción que ya conocemos hasta que “se le acabó el suelto” y demostrando, como dice R. Schank, que es falsa la célebre frase de Santayana de que aquellos que no conocen la historia están condenados a repetirla).
Si nos fijamos, al principio entramos en el juego para sacar un duro por cuatro pesetas (vamos, para ganar). Sin embargo poco después la “escalada” está fuertemente influida por factores completamente irracionales y de fuerte carga emotiva: minimizar nuestras pérdidas, quedar mejor que nuestro enemigo de pujas... Igual que ocurre a los traders en los mercados financieros: Nuestra idea principal es salir a ganar dinero, pero ¿cuántas veces estamos en el mercado pensando sencillamente que con recuperar lo perdido nos vale?, ¿cuántas veces hemos insultado al “maldito mercado” por no darnos la razón?
En ningún sitio nos van a dar duros por cuatro pesetas, eso lo podemos tener seguro. Pero los mercados financieros al final son aquel lugar donde los duros, al final, nos los intentarán vender por 8 y nos los suelen vender por 6.
En otro experimento, llevado a cabo por H. Arkes y C. Blumer, se pedía a los participantes imaginar que eran los presidentes de una compañía que tiene un presupuesto de 10 millones de euros para el proyecto de construir un avión militar supermoderno. Cuando está completado el 90% del proyecto, nos enteramos de que nuestra competencia ya ha sacado a la venta un avión similar al nuestro, pero con muchas mejoras, es más rápido y además más barato.
La pregunta es: ¿invertimos el 10% restante para acabar el proyecto o lo abandonamos?
Cerca del 85% de las personas objeto del experimento respondió que efectivamente como presidentes decidiríamos terminar el proyecto.
Cuando el escenario se plantea de diferente modo, sin embargo, cambia la respuesta de la gente. Cuando la pregunta es ¿invertiría 1 millón de euros en un producto que es peor y más caro que el de su competencia? Son muy pocos los que responden positivamente (cerca del 17%).
En la operativa en bolsa, especialmente si somos activos, tenemos que tener más que claro que muchas veces nos veremos obligados a aceptar una pérdida, antes de entrar en una espiral de escalada que pueda llevarnos a la ruina. Pensamientos como “he invertido mucho en este valor (dinero, tiempo, estudios, esfuerzo, etc) como para dejarlo ahora” suelen terminar muy mal en los mercados financieros. Especialmente porque acelera y saca a relucir una de las caretas de nuestro yo que no sabemos vestir: la emocional.
La trampa de la escalada lo que trata de enseñarnos es que estaríamos dispuestos a invertir más dinero en una inversión incorrecta de la que nos sintieramos responsables, de lo que estaríamos dispuestos a hacerlo en otra inversión que podría ser correcta. La consecuencia más normal de este error la solemos encontrar en los que "promedian a la baja". Promediar a la baja significa comprar más titulos de una acción que tenemos en cartera para así rebajar el precio medio. Esta táctica, que con un análisis preciso y sobretodo una gestión de capital correcta, podría ser adecuada en algunos casos, normalmente se convierte en una trampa que deriva a la larga en grandes pérdidas. Es por ello que suele ser estudiada como un error del inversor.
Muchas veces he escuchado, incluso a "famosos" analistas, que solo debe promediar a la baja el inversor y el especulador, sin embargo, debe cubrirse con stops. Mi respuesta es sencilla: no son estrategias contradictorias. De acuerdo a mi experiencia (y también a la experiencia que he heredado) solo debe promediar a la baja el que sabe, con un control férreo de su capital y sabiendo dónde se mete y que puede ser presa de la trampa de la escalada. Es decir, muy poca gente. Más vale perder 100 que perder 1000, y cuando promediamos reducimos el precio de la compra, pero también aumentamos el riesgo. Con una gestión correcta de riesgo y de capital, esta estrategia puede ser ganadora.
Pero como más del 90% de los inversores (y especuladores) no tienen gestión ni de riesgo, ni de capital, es imposible que ningún experto se la recomiende.