@Enrique Utrera - Sígueme en Twitter 10/05/2012 06:00h
Rodrigo Rato
“Si alguien se mira con detenimiento el folleto de la salida a bolsa, ya podemos andarnos con cuidado”. La frase es de un director general de una de las dos entidades, Bankia y Banca Cívica, que hace exactamente un año estaban diseñando las dos ofertas públicas de venta (OPV) más macabras e inconsistentes de la historia de la bolsa española.
Poco más de nueve meses después, la estrategia de salvación urdida para ambas entidades ha fracasado estrepitosamente y ha dejado un mar de números rojos para los inversores que compraron al calor de unas operaciones a las que les otorgó el rango de cuestión de Estado. Bankia cotiza hoy un 43,2% por debajo del precio de la OPV a la que arrastró a 347.000 pequeños inversores y es ya una entidad nacionalizada. Y Cívica, absorbida por Caixabank, un 42,5% que se han ‘comido’ otros 100.000 particulares.
Se trata, por tanto, de dos operaciones ruinosas para sus accionistas. Un timo en toda regla que sin la connivencia del Gobierno, el Banco de España y, en el caso concreto de Bankia, de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) –que hizo la vista gorda en cuestiones tan capitales como el prorrateo de las acciones- nunca habrían salido adelante. Miles de accionistas estarían hoy agradecidos.
A marchas forzadas, obligada por la presión de la ministra Elena Salgado, Bankia inició en marzo de 2011 los trámites para salir a bolsa. Auditores, abogados, banqueros de inversión y el equipo directivo tuvieron que poner en orden una casa que, con apenas nueve meses de vida –Banco Financiero y de Ahorros se constituye en diciembre de 2010-, acababa de recibir 4.465 millones de euros del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).
“Por primera vez, había que vender en bolsa un grupo sin ningún tipo de historial bursátil, con un gran agujero inmobiliario, con estados financieros deslavazados fruto de la fusión de siete entidades y en pleno desplome de los mercados internacionales. Se trataba de rezar para que saliera bien”, recuerda uno de los banqueros que participó en la operación, que contó con un reparto de lujo que no evitó el rechazo no disimulado de los grandes inversores institucionales –un gran banco español como BBVA dijo no a la compra de acciones-.
Rodrigo Rato se rodeó de lo mejor de lo mejor. Bank of America-Merrill Lynch, Deutsche Bank, JP Morgan y UBS -muchos de ellos han rebajado sus precios objetivos después por debajo del de la OPS, como JP Morgan ayer, hasta los 1,7 euros- y la propia Bankia dirigieron la operación y Lazard –donde anidó Rato tras su salida del FMI- la asesoró. Mientras, Uría Menéndez y Davis Polk & Wardwell montaron todo el aparataje legal. Pero nada evitó el fracaso de una operación abocada al fracaso desde el principio y que se salvó en el último minuto y de penalti.
El grupo tuvo que rebajar el precio un 15% hasta los 3,75 euros. A la desesperada, se ajustaba a la realidad del mercado que no estaba dispuesto a pagar ni un céntimo más por las acciones del grupo presidido por Rodrigo Rato. El objetivo era sacar la operación adelante sí o sí y cumplir con las exigencias del Gobierno. El tijeretazo rebaja los ingresos de Bankia en la operación hasta los 3.090 millones frente al máximo previsto de 4.164 millones.
Sacar adelante la operación requirió tácticas de ‘guerrilla’ sin precedentes en este tipo de operaciones. En una última carambola sin precedentes, la CNMV, dependiente del Ministerio de Economía, permitió un cambio de las reglas del juego en el sistema de prorrateo. En lugar de tomarse como divisor el precio máximo de la OPS –como es ortodoxo en este tipo de operaciones-, se tomó el precio final, más bajo.
Una medida que perjudicó a los inversores, ya que recibieron más acciones de las que se les habría entregado con el sistema anterior. El caso que es Rodrigo Rato pudo cantar victoria públicamente cuando el valor empezó a cotizar el 20 de julio. Fue su única y efímera victoria en sus dos años al frente del banco.
El grupo tenía una estrategia comercial perfectamente definida para captar adeptos. A los que compraron al menos 1.000 acciones, Bankia les eximía del pago de comisiones en los productos bancarios adquiridos en el grupo. Además, permitía a los clientes cancelar sin penalización cualquier tipo de producto -por ejemplo un depósito- para acudir a la oferta. Los directores de sucursales aseguraban que las acciones tendrían una rentabilidad por dividendo del 7% -ahora en entredicho tras la nacionalización del grupo- y que el valor saldría con un suculento descuento del 30%.
Poco más de nueve meses después de la salida a bolsa el resultado es desolador. Los miles de inversores que cargaron con el peso de la operación y adquirieron acciones por valor de entre 1.000 y 250.000 euros salen del valor a la desesperada en las últimas sesiones y muchos de los que recibieron títulos a cambio de sus preferentes y deuda subordinada ven como el canje les sale a precio de oro: ya pierden un 35% en poco más de un mes.
Las salidas a bolsa de Bankia y Banca Cívica, un timo con el aval de la CNMV
salidas a bolsa | Banca Cívica | Bankia
La historia de Cívica –cada particular recibió un mínimo de 657 acciones- es casi una réplica, pero a pequeña escala. Nunca un debutante en bolsa duró tan poco tiempo en el parqué con empresa independiente –aunque sigue cotizando una vez cerrada la integración con CaixaBank-, ocho meses y cinco días, tras una operación valorada en 979 millones de euros que los copresidentes Enrique Goñi y Antonio Pulido, calificaron como “un rotundo éxito”. La dura realidad no tardó mucho en demostrar que la OPV, como la de la de Bankia, era un trampa que no sirvió para lo que fue ideada: salvar dos entidades en situación desesperada por la vía de la bolsa con el único argumento de que disponían del tamaño suficiente