Interesante este artículo de Michael J. Boskin (Professor of Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was Chairman of George H.W. Bush’s Council of Economic Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a congressional advisory body that highlighted errors in official US inflation estimates):
Luego de la crisis financiera de 2008, el presidente Barack Obama tuvo los déficits presupuestarios más grandes que cualquier otro presidente desde la Segunda Guerra Mundial (ajustando los efectos de ingresos y gastos automáticos del ciclo comercial). Su sucesor, Donald Trump, lo sobrepasó.
Biden planea superar a ambos. Mientras que la deuda federal bruta de Estados Unidos hoy representa el
107% del PIB –un récord post-Segunda Guerra Mundial-, el presupuesto de la administración Biden para 2022 hace que el país tenga por lejos los déficits más grandes en tiempos de paz.
Obviamente, respaldo las políticas para mitigar la penuria económica de corto plazo causada por una crisis como la pandemia del COVID-19 y para ayudar a impulsar la recuperación, siempre y cuando el costo a largo plazo sea razonable. Pero los planes de gasto de Biden no cumplen con esa condición. Por el contrario, crearán enormes déficits que persistirán mucho después de que la economía vuelva a estar en una situación de pleno empleo.
Para los cinco años fiscales de 2022 a 2026, la administración Biden tendría déficits del 5,9% del PIB, en promedio. Ese nivel se alcanzó sólo una vez entre 1947 y 2008 –en 1983, cuando la tasa de desempleo promedio estaba por encima del 10%-. Pero las proyecciones de la administración colocan el desempleo en 4,1% en 2022 y en 3,8% de 2023 en adelante.
Biden sostiene que sus propuestas sólo incrementarán modestamente la deuda pública (que va a crecer de todos modos, debido principalmente al gasto cada vez mayor en Seguridad Social y Medicare). Pero hay buenas razones para creer lo contrario.
Por empezar, la administración Biden espera compensar el mayor gasto aumentando los impuestos corporativos y de plusvalías. Pero es poco probable que estas alzas impositivas sean aprobadas, tal como fueron propuestas, por un Senado estadounidense dividido en partes iguales. Asimismo, estos impuestos afectan particularmente el crecimiento, de modo que, si se implementa alguna versión de ellos, la administración Biden probablemente descubrirá que sus proyecciones de ingresos eran excesivamente optimistas.
Las propuestas de gasto de Biden también incluyen varios beneficios costosos, como una mejor atención domiciliaria para las personas mayores y con discapacidades, pre-escolaridad gratuita universal y dos años gratuitos de colegio comunitario para adultos jóvenes. La historia sugiere que estos programas probablemente se vuelvan permanentes, con costos que crecerán mucho más que las proyecciones.
Mientras tanto, aun cuando China y Rusia fortalecen sus ejércitos, Biden le ha asignado una prioridad más baja al gasto de defensa, con un incremento que no mantiene el ritmo de la inflación. En el presupuesto de su administración, el gasto de defensa caerá a su porcentaje más bajo del PIB desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
Algunos sostienen que Estados Unidos no tiene nada de qué preocuparse. Los déficits supuestamente no importan mucho cuando una economía se endeuda en su propia moneda; la Reserva Federal de Estados Unidos sólo necesita comprar la deuda del Tesoro. Y con las tasas de endeudamiento del gobierno más bajas que la tasa de crecimiento proyectada, la deuda se puede prorrogar eternamente. El financiamiento del déficit termina no teniendo costo.
Estas argumentaciones ameritan un escepticismo considerable. Los motivos están resaltados en documentos técnicos recientes escritos por mí, mi colega de la Hoover Institution John Cochrane, Greg Mankiw y Laurence Ball (de la Universidad de Harvard y de la Universidad Johns Hopkins, respectivamente) y Larry Kotlikoff de la Universidad de Boston, con sus co-autores.
Históricamente, las grandes acumulaciones de deuda normalmente acarreaban problemas serios: un crecimiento lento, un repunte inflacionario, una crisis financiera o las tres cosas. No podemos asegurar qué problemas ocurrirán o qué ratio de deuda-PIB será una señal de problemas para qué países. Y Estados Unidos efectivamente tiene la ventaja de emitir la principal moneda de reserva del mundo. Pero los riesgos de inflación están en aumento –una tendencia que un mayor gasto financiado con déficit no hará más que acelerar.
Una deuda más alta también hace crecer la tentación de atizar la inflación, particularmente si una buena parte de ella está en manos de extranjeros. La presunción extremadamente simplista de que los deudores son ricos y los acreedores son pobres probablemente refuerce esta tentación, especialmente en un clima político en el que muchos políticos y votantes apoyan las políticas impositivas y otras medidas que apuntan a los ricos.
Otro problema es que una mayor deuda pública en definitiva hará subir las tasas de interés, lo que iría en detrimento de la inversión y afectaría el crecimiento potencial de la economía. La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO por su sigla en inglés) espera que los bonos del Tesoro a diez años aumenten antes y más rápido que el presupuesto de Biden.
Si bien es poco probable que haya cambios en las tasas de interés en el corto plazo, la realidad es que los mercados financieros y los pronosticadores oficiales y privados muchas veces no han sabido anticiparlos –por ejemplo, durante la inflación de los años 1970 y la desinflación de comienzos de los años 1980-. Después de 2008, todos subestimaron profundamente cuánto tiempo la Fed mantendría sus tasas de interés objetivo en cero.
Tarde o temprano, habrá otra crisis. Si el gobierno de Estados Unidos sigue expandiendo su deuda ahora, la falta de capacidad fiscal podría afectar sus respuestas políticas cuando la economía realmente necesite respaldo. Mientras tanto, el diluvio de deuda de las economías avanzadas hace que a los países pobres con capacidad de deuda limitada les resulte más difícil responder de manera adecuada a la crisis del COVID-19, lo que agrava la tragedia humana.
A pesar de todo esto, el argumento de que Estados Unidos puede financiar sus deudas sin costo alguno es generalizado, y alienta a las autoridades electas a desestimar la disciplina fiscal. Esto plantea el riesgo de que la administración Biden no sólo gaste demasiado; en realidad, dilapidará dinero al financiar proyectos con retornos bajos –o incluso negativos- como hizo la administración Obama con su “estímulo” de 2009.
El contenido de las propuestas de gasto de Biden no es alentador en este plano. Consideremos el Plan de Empleos Estadounidenses de 2 billones de dólares. Se lo presentó como un “proyecto de ley de infraestructura”, pero sólo un pequeño porcentaje del gasto que incluye estaría destinado a infraestructura tradicional. Y aun así, la CBO estima una tasa de retorno de la mitad de la inversión del sector privado que quedará desplazada.
En el corto plazo, un sólido crecimiento económico podría proteger a la administración Biden de las consecuencias de su gasto imprudente. Pero si sus pronósticos de crecimiento mediocre de largo plazo resultan certeros –o, peor aún, resultan optimistas-, todos nosotros, incluido el Sr. Biden, podemos llegar a lamentarlo.