Los medios internacionales apenas le encuentran justificación. A ver: si en España el paro juvenil si sitúa por encima del 50% es cuestión de meses, si no de días, que hordas de jóvenes desencantados se echen a las calles para reivindicar un futuro mejor. Lo del 15-M no sería sino un aperitivo pacífico de lo que está por llegar. La situación es insostenible, apenas se contiene, y ya se sabe: la falta de esperanza suele ser el mejor combustible para las revoluciones. Cuidado con la Primavera, ya Estío, Ibérica, dicen
Esta percepción se quedaría en mera anécdota si no fuera por las enormes implicaciones que tiene sobre la visión de España y, por ende, sobre la confianza en el presente y futuro del país, elemento esencial a la hora de atraer capitales a nuestra maltrecha economía. En la medida en que los inversores anticipan un cambio de statu quo en cualquier área geográfica, prefieren esperar a ver cómo se resuelve antes de meter los pies en ese agua hirviendo, evitando de ese modo salir innecesariamente escaldados. Alimentar ese fuego supone quemarnos todos.
Sin embargo, la realidad es tozuda. No es verdad. Y los que vivimos el día a día de nuestra nación tenemos la certeza, que no la impresión, de que ni mucho menos se trata de un accidente a punto de ocurrir. Una aproximación empírica que –sí, llego tarde pero creo que no se le ha dado la importancia suficiente- tiene un reflejo estadístico que, por cierto, es absolutamente de cajón. Otra muesca más en el revólver de la incompetencia de los que nos dedicamos a acercarnos, con mejor o peor éxito, a aventurar el devenir económico del cualquier estado.
Y es que, es sabido que las tasas de paro se calculan sobre el conjunto de la población activa, es decir: gente entre 16 y 65 años apta para trabajar que, a su vez, puede estar ocupada o engrosar las listas del paro. Todos aquellos que no entran en la categoría anterior, bien porque se encuentren estudiando o sean jubilados -por poner ejemplos en los dos extremos de la pirámide poblacional- se encuadran en la categoría de inactivos.
Pues bien, es esta una característica, la de la inactividad, que afecta especialmente al ámbito juvenil, ciudadanos entre 16-25 años que ni ‘curran’ ni buscan activamente ‘curro’, precisamente, porque se están formando para encontrarlo. Si todos esos jóvenes entraran en el denominador de la división (parados entre activos+inactivos –ratio de paro juvenil- para ese rango de edad y no solo parados entre activos –tasa de paro juvenil-), el resultado cambiaría sustancialmente.
Es precisamente lo que nos recuerda Steven Hill en su columna de ayer de Financial Times (FT, Youth unemployment is bad but not as bad as we´re told, 25-06-2012). Aplicando ese mero ejercicio matemático nos encontraríamos con que en España el nivel baja de porcentajes cercanos al 50% a un alto pero más llevadero 19%. En el contexto europeo el salto sería del 20,8% agregado a un 8,7% sin que se haya movido demasiado desde 2009. Lo curioso es que son series elaboradas por el propio Eurostat que, sin embargo, apenas les da difusión.
Se daría la paradoja, señala Hill, que la mayor preparación equivaldría ex ante a más paro juvenil. Sin embargo, a las ‘buenas’ noticias cabe oponer varias objeciones, entre otras:
una, que la proporción española sigue siendo el doble que la comunitaria, no se puede negar que existe un problema;
dos, que en la génesis de ese desequilibrio se halla, precisamente, la crítica situación laboral española que lleva a muchos jóvenes a prolongar indefinidamente sus estudios;
tres, que es un hecho que en nuestro país sobran licenciados y faltan operarios y, por tanto, existe un fallo de base a la hora de incentivar una u otra preparación;
cuatro, que el estudio, como regla general, supone un coste para el estado que se incrementa en la medida en que la laxitud académica permite prorrogar la estancia universitaria ‘indefinidamente’ en el tiempo;
o quinto, que –cuando se prorroga injustificadamente- supone un drenaje de renta disponible familiar que afecta a las decisiones de tal unidad económica.
Pero aún así: no es tan fiero el león como lo pinta, queridos corresponsales extranjeros o Premios Nobel con predicamento internacional. Esta media verdad es cruel con la percepción de España y costosa en términos de nuestras posibilidades de financiación. Quédense con la otra mitad. Puede parecer un consuelo menor pero esta semana, ya lo dijimos en nuestro post de ayer, ¡podemos! Un chute de optimismo más. A por ellos, oé… (VA, Cuatro simples razones por las que España tiene solución, 25-06-2012)
S. McCoy