Cuento de verano: la Troika, el Presidente A y el Pais B
Por: José Ignacio Torreblanca | 10 de septiembre de 2012
Presidente A. gobernaba el país B. Al país B. no le iba nada bien. Ahogado por el déficit, la falta de crecimiento y el desempleo, tuvo que pedir ayuda y ponerse en manos de una serie de organismos internacionales para que le ayudaran. Esos organismos eran el Banco Central X., el Fondo Monetario Y. y la Comisión Z. Juntos formaban lo que popularmente se conoció como la “Troika”, pues se coordinaban entre sí para elaborar las recomendaciones que los países debían de adoptar si querían recabar la ayuda financiera internacional.
Un tema recurrente en las recomendaciones de esta Troika tenía que ver con los mercados de trabajo, que nunca parecían ser lo suficientemente flexibles como para satisfacer las demandas de estos organismos. Representando el consenso establecido entre acreedores y otros operadores económicos, estas organizaciones tendían a establecer una correlación prácticamente directa entre la flexibilidad laboral y el nivel de empleo. Con ello ignoraban, no se sabe bien muy bien por qué, cuestiones cruciales como la calidad del sistema educativo, las barreras a la competencia o la ausencia de una política industrial. También, curiosamente, dejaban al margen la relación entre productividad y estabilidad en el empleo. Extrañamente, además, la ayuda financiera nunca quedaba condicionada a la elevación del gasto en educación o en investigación, ni se fijaban objetivos cuantitativos ni cualitativos de obligado cumplimiento en estas materias.
Así pues, un día, intrigado por la obsesión con la flexibilidad laboral de estos asesores, que machaconamente insistían en la necesidad de trabajar más, cobrar menos, jubilarse después, abaratar el despido y debilitar el papel de sindicatos, el Presidente del Gobierno del país B. pidió a un asesor que leyera con detenimiento los estatutos de personal que regulaban las relaciones laborales de los empleados del Banco Central X, el Fondo Y y la Comisión Z.
Así lo hizo el asesor. El Banco Central X, descubrió, era un empleador modélico. La indemnización por despido procedente (es decir, en caso, de un “desempeño insatisfactorio continuado”) era de 30 días por año trabajado hasta un máximo de doce anualidades, se pagaban 20 semanas de permiso de maternidad y se concedían 30 días y medio de vacaciones anuales. Además, como empleador responsable, el Banco complementaba mensualmente los salarios de los empleados con apoyos a los gastos de vivienda (251 euros), número de hijos (319 euros por hijo), gastos educativos (285 euros) o gastos de expatriación (hasta 562 euros) para residentes de Estados miembros de la UE distintos de aquel donde estaba situado el Banco.
En el Fondo Y. las cosas no eran muy distintas: una carrera profesional estable y bien regulada, salarios libres de impuestos, 30 días de vacaciones al año, una edad de jubilación fijada en los 62 años, apoyo para los gastos de mudanza e instalación, apoyo a la educación de los hijos, dos viajes anuales a casa para todos los miembros de la familia y una pensión indemnizatoria al terminar los contratos temporales con el objetivo de facilitar la reentrada en el mercado de trabajo.
Y, para terminar, comprobó que la Comisión Z. también se tomaba muy en serio su trabajo, regulando en un detalladísimo manual de 163 páginas las condiciones laborales de sus 34.000 trabajadores, siempre con el objetivo de asegurarles el máximo bienestar posible: jubilación obligatoria a los 65 años, opcional a los 63; un mes por año trabajado en caso de despido disciplinario (el único posible); garantías de promoción equitativas para hombres y mujeres; 20 semanas de permiso de maternidad; y una compensación por gastos de desplazamiento e instalación (pese a existir libre circulación de trabajadores y un mercado laboral en teoría unificado).
Visto el informe de su asesor y reunido con la Troika, el Presidente del país B. no pudo menos que felicitar a sus representantes por ser tan buenos y responsables empleadores y les anunció que, en reconocimiento de su labor, estaba dispuesto a adoptar como obligatorias para su país las mismas normas laborales que regían en sus organizaciones. La estabilidad y la seguridad en el empleo, les aseguró, estarían siempre en lugar prioritario pues sólo con unos trabajadores que identificaran su futuro con el de las empresas y organizaciones para las que trabajaban podrían salir juntos de la crisis con éxito.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Detesto a las víctimas que respetan a sus verdugos.