La culpa no está fuera, está dentro.
http://www.javiermalonda.com/elsentidodelavida/primera-epoca/espana-pais-de-gilipollas.html
España, país de gilipollas
Enviado por GonzoTBA en Lun, 29/12/2008 - 17:14
Crisis. Crisis. Crisis.
Llega 2009 y la crisis se cierne sobre nosotros como un descomunal monstruo amorfo que nos va engullir a todos y sólo dios sabe cuándo terminará por cagarnos. Es una sombra indefinida que empieza a sobrevolar nuestras cabezas, una nada que avanza lenta pero segura y despiadadamente. Sopla el viento y los animales, asustados, se refugian en sus madrigueras. Se cierran puertas y se atrancan ventanas. Se huele la inquietud en el ambiente.
Se avecina la crisis.
El presidente la niega. Después la nombra en un discurso informal. Después la define como una “desaceleración transitoria”, lo que sea que algo así quiera decir. Después dice que saldremos de la crisis en primavera de 2009. Luego dice que el 2009 será un año duro. Me pregunto qué dira mañana, pero desde luego sus afirmaciones convergen hacia un lugar bastante inhóspito, una especie de hostia de dimensiones siderales que a mí, quizá porque no tengo ni puta idea, me resulta inquietante.
En España no nos gusta el éxito ajeno, y diría que ni siquiera estamos preparados para el éxito propio. Nos encanta el cantamañanismo. España no es un país con una larga tradición de orgullo obrero; aquí nos encanta pensar que la riqueza no tiene que salir de la tierra y desde luego, dios nos libre, no del sudor. Llevamos al menos diez años atando los perros con longanizas y viviendo alienados pensando que somos más guapos y más listos que los que nos rodean. Aquí pensamos que el dinero sale de debajo de las piedras y la mayoría de nosotros no ha visto un arado en su puta vida. Algunos no saben ni lo que es. Y desde luego, lo último que se nos ocurre es que los excesos de uno habrá que pagarlos entre todos.
España es un país con una larga tradición de mentirosos y embusteros, un país de pícaros hasta tal punto que nuestra historia refleja este rasgo con un género literario propio. La mentira es un argumento tan legítimo que está socialmente aceptado y para la mayoría es una forma de vida perfectamente viable, si no la única. Aquí nos importa un comino mentir para alcanzar objetivos meramente egocéntricos. De hecho pensamos que es el único modo de lograrlos. La mentira no sólo se tolera sino que se alienta.
Admiramos a charlatanes y a mangantes. Los ensalzamos en las revistas y en los programas de televisión. Todos queremos trincar como ellos, y lo haríamos sin pestañear si se nos bendijera con las circunstancias precisas. “Ese tío sí que sabe”, decimos con una sonrisa, “Menudo fenómeno”. Creemos que esas son las vidas de verdad y que las nuestras son las equivocadas. Vivimos en un país en el que parece que la única salida a un futuro incierto es opositar para convertirnos en funcionarios. Y ahora, en estas fechas, comprar lotería. Envidiamos a los premiados, maldecimos nuestra desdicha y corremos a hacer cola para comprar boletos del niño. Nuestra capacidad de iniciativa se reduce a ver debajo de qué piedra vamos a correr a ocultarnos. Somos una panda de cobardes expertos en la autojustificación.
Dijo el filósofo Bertrand Rusell: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los sabios llenos de dudas”.
El viernes pasado estaba en una discoteca. Dejé la copa sobre la barra y, por algún motivo, la seguí mirando. Al cabo de unos cinco segundos pasó un tipo por allí y se la llevó con pasmosa naturalidad. Salí presuroso detrás de él y, cuando le hube alcanzado, le dije: “Me temo que esa copa es mía”. En esos momentos se giró y me miró fijamente a los ojos diciendo “¿Estás seguro?”. Su gesto era tan serio y su actitud tan sincera que, por un momento, me pregunté si realmente estaba seguro. Me sentí como en la frase de Groucho “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus mentirosos ojos?”. Le quité la copa de la mano y le dije “Estoy seguro”.
Hemos llegado a un punto en el que los mentirosos se comportan con tal congruencia que el embuste se ha convertido en casi indistinguible de la verdad. Tócate los huevos.
Somos una sociedad ciega, segura de la mierda que hace y a la que es incapaz de reconocer siquiera por el olor. Somos escépticos, pero sólo con aquellos que no comparten nuestras ideas. Estamos endiosados y nos encanta mirar por encima del hombro. Señalamos y criticamos todos los días. Nos apresuramos a opinar, menospreciamos las perspectivas de otros y creemos que todos aquellos que no comulgan con nosotros están equivocados. Cuchicheamos y contribuimos a propagar bulos que ignoramos si son ciertos, y sin embargo callamos cuando miramos a la verdad a la cara y nos repugna. Lamemos muchos culos, empezando por el nuestro.
El español es, en definitiva, mezquino; adjetivo que le ajusta como un guante a pesar de contener otros muchos otros en su definición. “Cicatero, ruin, tacaño, roñoso, avaro, usurero, parco, ávido, interesado, egoísta”.
En esta tierra hemos tenido que estirar la goma hasta que el cambio se ha hecho inevitable. Ahora toca lidiar con ese cambio, y el primer paso es asumir que somos un país de gilipollas. Después ya veremos qué hacemos.
La crisis no está fuera. Está dentro.