El país asiático desbanca a EEUU como primer comprador a escala mundial y el volumen de inversión alcanza los 2.650 millones.
Estados Unidos ha perdido su cetro. Solo ha pasado cuatro veces en la historia y 2016 va a ser la quinta. Si nada lo remedia, China se lo va a arrebatar. El país asiático se ha destapado este año como el gran comprador a escala mundial. Las empresas chinas han sacado la billetera y han esparcido más de 200.000 millones de euros para tomar posiciones en compañías de distintas partes del globo. Y eso es mucho más del doble de lo que gastaron el año pasado.
El resultado es que Estados Unidos no lidera en estos momentos la clasificación de país que más dinero ha desembolsado en fusiones y adquisiciones en el exterior, según los datos de Dealogic. Por primera vez, China está a la cabeza.
De todo el dinero desembolsado desde el país asiático, casi 89.000 millones han terminado en Europa, una cantidad que también es récord y que triplica lo invertido el año pasado. Pero el reparto entre países ha sido desigual. China ha dado un paso atrás en Italia, donde su presencia en operaciones corporativas se ha desplomado, mientras que en Francia y Reino Unido se ha mantenido alta, aunque lejos de sus mejores momentos.
A España solo ha llegado una mínima parte de la lluvia de millones que ha movido China este año y aun así ha sido suficiente para romper todos los registros. Los 2.650 millones de euros invertidos en la compra de participaciones en empresas españolas multiplican por 14 el volumen del año pasado y suponen un 355% más que en el mejor ejercicio de China en el país hasta la fecha, que fue 2014.
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No hace falta esperar a los primeros cien días de Donald Trump para ponderar razonablemente las cartas con que cuenta China para salir como la gran vencedora de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No es la única potencia con posibilidades, pero sí la que tiene mejores expectativas. Rusia puede obtener ventajas regionales en Europa oriental y Oriente Próximo, en Ucrania principalmente, como resultado del debilitamiento del lazo transatlántico y del desinterés de Washington por el futuro de Siria.También puede sacar tajada la República Islámica de Irán, que ya aprovechó la guerra de Bush para extender su esfera de influencia en Irak, regresó a la escena internacional gracias al acuerdo nuclear con Obama y ahora puede sacar partido de la nueva estrategia de Trump para consolidar al régimen aliado de Bachar el Asad.
La realidad mundial de hoy es que hay un presidente electo en Estados Unidos que ha manifestado su desinterés por la marcha del planeta y por su gobernanza multilateral y otro presidente, el de China, Xi Jinping, que tiene planes de inversión en infraestructuras y de conectividad para todo el complejo tricontinental de Asia, Europa y Africa –bajo el nombre de Nueva Ruta de la Seda, de antiguas resonancias imperiales para China- e iniciativas de construcción de nuevas instituciones globales a partir de su visión asiática del mundo y no de la visión de EEUU y de las antiguas potencias europeas.
Trump atacó duramente a China en la campaña electoral, acusándola de depreciación competitiva de su moneda y de inventarse la idea del cambio climático para debilitar la economía estadounidense. La debilidad de estos argumentos, propios para debates de barra de bar, acrecientan la inyección moral que significa para el Partido Comunista de China el contraste entre la eficacia de su oscurantista y lento sistema de selección de sus líderes y la escandalosa e incomprensible elección de un personaje salido de los reality shows como es Trump, sin idea estratégica alguna, y además con menos votos populares que su contendiente demócrata. Es también una victoria ideológica frente a la democracia occidental, que regocija a todos los regímenes autoritarios, especialmente los más competitivos respecto a Washington, como son los de Teherán y Moscú.
Un saludo