Corruptelillas de poca monta.
Lo verdaderamente gordo viene de más atrás. Hagamos un poco de historia.
Allá por los años noventa un juez pone patas arriba el Ministerio del interior porque considera que algo huele a podrido en el interior del Ministerio.
Desde el Gobierno se ponen todo tipo de inconvenientes e impedimentos a su labor e incluso se ataca a su persona diariamente con el objeto de desacreditarle públicamente.
El principal partido de la oposición elogia su heroica labor y se convierte en su abogado defensor.
El partido del Gobierno le hace una oferta que él acepta y se incorpora a sus filas de cara a las próximas elecciones. Próximo destino Ministerio del Interior. Ni el más ingenuo creería que le iban a permitir levantar las alfombras desde dentro. Cualquier bienpensado podría entender que de lo que se trataba era de asegurarse su cese en su molesta actividad.
El principal partido de la oposición que continúa siendo el principal partido de la oposición, convierte sus previos elogios en descalificaciones personales con el objeto de desacreditarle públicamente.
Mientras tanto, sorprendentemente, el sumario abierto en la Audiencia Nacional queda abandonado a su suerte por tiempo indefinido, sin que ningún otro juez se ocupe de atender los asuntos del cesante, al menos en lo relativo al asunto que nos ocupa.
Transcurrido un tiempo el juez se considera engañado, abandona la política y regresa a la Audiencia Nacional.
Llama la atención el hecho de que los jueces no puedan pertenecer a partidos políticos y sin embargo pueden saltar de la judicatura a la política y viceversa, de un día para otro y a nadie le parece mal.
Una vez reincorporado a su puesto de trabajo, rescata del olvido aquel sumario que permanecía en estado de hibernación y del que ningún otro juez se había ocupado ¿Venganza?
Como era de esperar vuelve a pasar de héroe a villano y de villano a héroe, según sea el hipócrita interés particular del partido político afectado.
Además de los pequeños defectillos ya señalados, nos encontramos con un personaje que siempre quiere ser el muerto en el entierro, el novio en la boda y que al mismo tiempo se postula como maestro de ceremonias, pero se sigue olvidando de la cualidad fundamental que debe tener un juez: la discreción.
Pienso que todo lo que ocurre actualmente es más de lo mismo y que nos lo deberíamos haber ahorrado, si el personaje hubiese quedado fuera de la carrera judicial hace ya bastante tiempo.
Si tuviera poderes mágicos convertiría juez estrella en estrella de Mira QUIEN BAILA, lugar en el que seguramente se sentiría realizado. Se le permitiría competir y al mismo tiempo participar en las decisiones del jurado.
Pero como dicen que la historia siempre se repite, quizás los peperos le hagan una oferta para las próximas elecciones. ¿Aceptaría?
En España suceden cosas muy raras.