Valencia, la ciudad tomada, hecha unos zorros
Cada vez que llegan las fallas, me entra un sudor frío que contrasta con el "calor" que desprenderá la "cremà".
Siempre las he considerado fiestas de barbarie. Utilizadas por el franquismo como escaparate de bienestar, propaganda y desarrollo, con aquellas terribles bandas de "cornetas y tambores" marchando al paso del Régimen, poco han cambiado. Me hace gacias toda la chabacanería que rodea el mundo fallero, sus ridículas jerarquías, la vacuidad de sus mensajes vomitando tópicos, la fallera mayor echando la última lagrimita, el facherío reinante, el poder sacando pecho...
Este año, Camps se ha pertrechado en una discreta segunda fila para evitar los más que probables abucheos del respetable que al pie del consistorio seguro le iba a dedicar. Su afición a los trajes caros exige estos peajes. Ha ofrecido una patética imagen de cadáver político andante.
Y mientras, la ciudad y sus alrededores convertidas en un inmenso vertedero y foco de contaminación brutal, tanto acústisca como aérea. Pero, ¿qué infernales materiales usan los "artistas" falleros, que desprenden al quemarse esas nauseabundas nubes de humo tóxico?
Y la gente, tan campante. Orgullosa de su tierra, la "millor terreta del mon", ajena a todo, en medio de un un inmenso y pestilente caos de petardos, basura, ruido, colapso circulatorio, muchedumbres erráticas, olorazo a rancia fritanga, inmensas columnas de humo de una ciudad tomada.
Todo lo que vivimos en fallas es justo lo que más necesita el planeta.
Qué asco.
S2