Otro catalán que explica las cosas muy claritas: http://www.eleconomista.es/firmas/noticias/4366912/11/12/Cataluna-es-un-problema-europeo.html
Ignacio Nart: Cataluña es un problema europeo
Cataluña es ante todo un problema europeo. La Unión Europea, creada para superar una historia de crónicas rencillas nacionales y alcanzar peso específico en el concierto de los grandes bloques que hoy conforman el orden mundial, bien podría acabar siendo el disolvente de las viejas naciones que lo integran.
Un proyecto de fusión económica, cultural y humana puede derivar en un proceso incontrolado de fisión que atomice las naciones que lo componen en un subconjunto de particularismos que, desdeñando los lazos evidentes que los unen a sus conciudadanos, ahonden en las diferencias, reinterpretando la historia como un memorial de agravios en clave nacionalista.
Una Europa fragmentada; una nueva torre de Babel compuesta por minúsculas entidades subnacionales que haga imposible la ya de por si caótica y poco eficiente estructura comunitaria. Córcega, Sicilia, Padania, País Vasco y Cataluña (norte y sur), Bretaña, Flandes, Renania, Baviera, la lista de posibles candidatos es numerosa; diría que inacabable, si triunfa el principio de que cualquier entidad administrativa de rango regional tiene el derecho a convocar un referendo y declarar unilateralmente su independencia. En todos ellos podríamos encontrar políticos ambiciosos, nuevos Moisés dispuestos a conducir a sus pueblos a una mítica tierra prometida, hurtando la circunstancia de esos cuarenta años de duro tránsito por el desierto. Sin olvidar que Moisés condujo a su pueblo a un callejón sin salida. Tuvo que intervenir el mismo Dios Yavé para salvar la situación cuando toparon con la dura realidad y abrir las aguas del Mar Rojo para facilitar el paso al autodenominado pueblo elegido.
Hoy resultaría cuando menos aventurado contar con que las puertas de la Unión Europea se abrirán con la misma celeridad para acoger a los huidos. Sería sentar un precedente que iría contra la propia supervivencia de la Unión. Imaginemos por un momento que por otro milagro las naciones afectadas por la secesión -y las que se temieran procesos similares- no ejercieran su legítimo derecho de veto y a los desgajados se les permitiera la entrada con carácter inmediato. Si el proceso decisorio en la Europa de los 27 es una pesadilla, en la que incluso al borde del abismo abierto por esta crisis es imposible dar una respuesta coherente ante la falta de reflejos, lentitud, y burocracia de Bruselas, una Europa atomizada en mini-Estados nos haría recordar los tiempos actuales con nostalgia.
Ambiente agriado
Una Europa mosaico donde el ambiente estaría inevitablemente agriado por el traumático proceso de secesiones resultaría en una cacofonía de voces e intereses contrapuestos y a menudo irreconciliables. Si actualmente las dos instituciones con mayor peso decisorio, el Consejo Europeo -formado por los jefes de Estado- y el Consejo de Ministros o de la Unión, son instituciones que chirrían a la hora de alcanzar un consenso y luego implementarlo, podemos imaginar cuál sería el resultado si tuvieran que cargar el peso añadido de una Europa de las regiones.
Europa en un futuro inmediato sólo es factible en su configuración actual. No olvidemos que la Unión, hoy por hoy, es un proyecto en gestación, frágil y sometido a fuertes tensiones. La disolución de los Estados, principales motores de ese proyecto, acarrearía, mal que nos pese, la disolución de la propia Unión. Y deberá ser también la propia Unión la que explicite que las aspiraciones secesionistas atentan contra la viabilidad del proyecto europeo.
El devenir histórico es incesante, pero los saltos en el vacío, las fracturas en los procesos todavía en gestación han producido siempre décadas de turbulencias y han hecho fracasar los mejores proyectos. El futuro nunca ha sido lo que alcanzamos a imaginar desde el presente, y desde luego encarar la Unión desde la mitología del nacionalismo decimonónico nos aboca a todos una vez más al fracaso. Los españoles seguimos tan aficionados a la metafísica como siempre, desoyendo el sabio consejo de Ortega y Gasset: "Españoles, a las cosas". Y éstas no nos faltan: desempleo, una economía en crisis, una clase política veteada de corruptos, un sistema educativo ineficaz. La lista es lo suficiente larga para mantenernos ocupados durante decenios.
La torre de Babel, desgraciadamente, es algo más que una metáfora pintoresca. Como modernos Yavés, la lengua como instrumento separador ha sido una parte fundamental de un proyecto de ingeniería social abiertamente propugnado por los nacionalismos. El patriotismo trasnochado y excluyente, si es en clave nacionalista, parece estar libre de toda culpa. "España nos roba" -amable e integrador eslogan- falsea el principio de solidaridad y redistribución de todo impuesto. Y se olvida convenientemente que gracias a ese principio se han recibido durante años fondos de convergencia de la Unión Europea de los cuales también se ha beneficiado Cataluña. Como también se omite interesadamente que en una hipotética incorporación a Europa sus integrantes estarían obligados a aportar fondos a otros miembros de la Unión en aras de esa misma solidaridad interterritorial que hoy se rechaza. Llámese Polonia o Extremadura.
Pérdida de tejido empresarial
Cuando un bote está siendo zarandeado por la tempestad no es el momento de empezar disputas. CiU ha introducido en un momento tan delicado como el actual un factor de incertidumbre de carácter mayúsculo que hará que los inversores internacionales se retraigan; especialmente en Cataluña. No hace falta ser profeta para predecir que en los próximos meses y años veremos una progresiva deslocalización de empresas fuera de Cataluña. Esa pérdida de tejido industrial será el legado de CiU.
Ésa será su responsabilidad histórica. La precipitación en un proceso en que los tiempos y modos están supeditados a intereses electorales y de partido por encima de los intereses de los ciudadanos catalanes. Un nuevo flautista de Hamelín ha entonado la melodía popular del momento y, arrastrando 600.000 seguidores, nos ha embarcado a todos sin consultarnos en una dinámica incierta con el señuelo de una nueva tierra prometida en la que no se nos espera. "Cataluña nuevo Estado europeo".
Una travesía en el mejor de los casos llena de incertidumbres por la que pagaremos un precio real y desde el primer momento: pérdida de los subsidios europeos agrícolas a la pagesia y nuestros hijos convertidos en nuevos simpapeles cuando se vean obligados a buscar trabajo en Europa. Los nuestros, como siempre; que los otros, los recién salidos del Liceo Francés a buen seguro encontrarán acomodo en las nuevas embajadas e instituciones catalanas.
Desde el poder se está infantilizando a un pueblo con falsas promesas que saben perfectamente que no está en su mano cumplir, utilizando una argumentación falaz: nos insultan, no nos quieren, nos roban, repetida una y otra vez, machaconamente, para que calen. Los catalanes que también estimamos Cataluña sin necesidad de alimentar rencores contra nadie contemplamos con enorme preocupación esta deriva secesionista en mala hora.
Mientras tanto, asistimos impotentes a un monocultivo de la opinión por parte de los medios de comunicación que, intoxicados por las subvenciones, se dedican a atizar el sentimiento por encima de la razón. "La rauxa per sobre del Seny". En Cataluña hoy quien no comulga con el este nuevo régimen que se empieza a perfilar es anticatalán, facha o un nuevo término cargado de desprecio: españolito. Cualquier razonamiento que cuestione el pensamiento único es despachado de un plumazo como amenazas o como un intento sedicioso de cultivar el miedo. Me preocupa el estado de mi pequeño país, me preocupa ese clima de intolerancia. Lo catalán-español-europeo ha sido siempre y es un todo continuo orgánico y centenario. La fractura que algunos propugnan es lo artificial, lo interesadamente artificioso.
Ignacio Nart. Analista financiero.