Si el medio es el mensaje, como preconizaba Marshall McLuhan (se crea una relación simbiótica entre los que se dice y en dónde se dice), habrá que tener muy en cuenta que el diálogo entre Artur Mas y Felipe González se produjo el domingo en Salvados, un programa de denuncia y alternativo, que Jordi Évole está conduciendo en laSexta con verdadero éxito. La conversación entre ambos logró el 19,4% de cuota de audiencia, esto es, el nada despreciable registro de más de cuatro millones de espectadores.
Conclusión: el principal problema político de España se trata en un programa no convencional emitido por la cuarta televisión generalista del país y cosecha una audiencia que aventaja en cinco puntos a una entrevista con el presidente del Gobierno en Antena 3. O algo no funciona bien en el sistema de medios tradicionales en España o acaso resulte que el empuje, la creatividad y la credibilidad, están residenciadas hoy en huecos mediáticos que hasta hace poco se consideraban excéntricos y hasta marginales. A todo ello habría que añadir la coreografía: ambos políticos descorbatados y con una puesta en escena sobria, sin alharacas, como si departieran en el velador de un café decadente, alcanzando sus mayores grados de expresividad.
Si el medio es el mensaje, apuntemos que la cuestión catalana se les está escapando a los grandes medios y a los grandes comunicadores. De ello se dan cuenta hasta intuitivos dinosaurios políticos –por trayectoria, experiencia y discurso– como Mas y González, que acuden a una plataforma mediática desinhibida e impertinente para que sus palabras y criterios golpeen con más fuerza. Y lo hicieron. Porque se demostró lo más esencial del conflicto que plantea CiU-ERC y la respuesta de PSOE y PP: mientras González (al igual que Rajoy) respondió desde dentro del perímetro de lo que el expresidente socialista denomina “espacio público de convivencia” (las reglas de juego, la Constitución, España), el planteamiento de Mas y de los partidos que le apoyan se desenvuelve fuera de ese territorio. De forma tal que la apelación al diálogo, en estas condiciones, comience a parecerse mucho a una ingenuidad, un escapismo argumental o una actitud buenista y naíf.
Si el medio es el mensaje, apuntemos que la cuestión catalana se les está escapando a los grandes medios y a los grandes comunicadores. De ello se dan cuenta hasta intuitivos dinosaurios políticos como Mas y González
Quiero decir que no hay diálogo fructífero posible porque, como quedó demostrado en el debate en la noche del pasado domingo, Mas no pretende tanto un nuevo encaje de Cataluña en el conjunto de España, sino una fuga del pacto constitucional de 1978 y la conformación de un sujeto político soberano con propósito de estatalidad. A las ofertas de diálogo que puso encima de la mesa González, Mas respondió con la persistencia en la consulta. La llamada ‘tercera vía’ es abiertamente despreciada por el secesionismo catalán, que quiere una consulta (a veces habla de referéndum) para señalar una muesca en la historia de Cataluña y, al menos, dejar sentado un precedente. Mas –como declaró a La Vanguardia del mismo domingo– dice no querer “un choque de trenes”, advirtiendo, sin embargo, de que “no podemos quedarnos en vía muerta”.
Plaza Catalunya, Plaza Tahrir
Para Mas, CiU y ERC, la posición del PSC y del PSOE (véase el esforzado discurso de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, que aboga por un modelo constitucional blindado y singular para Cataluña, expuesto ayer en Barcelona ante políticos, empresarios y profesionales) es por completo irrelevante e igual de inútil –a efectos persuasivos– que la del Gobierno de Rajoy y del PP. El designio de Mas es que él maneja “un reto histórico” que “no puede responderse con la mentalidad de abogado del Estado (sic de la entrevista en LV) y que cualquier “oferta del Estado” para Cataluña “se tendrá que votar con la pregunta” que en su momento acordaron CiU, ERC, ICV y CUP.
Así los derroteros de este delicado asunto apuntan hacia el planteamiento pacífico, pero pasivamente insurreccional. Mas sabe a ciencia cierta que no se aceptará la delegación de facultades para convocar una consulta y que el Gobierno impugnará una convocatoria al amparo de una ley catalana y es consciente, por lo tanto, de que el día 10 de noviembre –como confesaba privadamente un catalán apostado en una inmejorable atalaya de observación–, es decir, el día después de la no consulta, es muy posible que la Asamblea Nacional Catalana (ANC) –con decenas de miles de militantes y un millón de censados– ponga en las calles de Barcelona a tantos ciudadanos cuantos desee en una demostración de fuerza resistente tan contundente como lo fueron las Diadas de 2012 y 2013 y, como lo será, más aún, la de este año 2014.
Cuando cientos de miles de catalanes, convocados por la ANC y ERC –ambos vienen advirtiendo de la verosimilitud de este escenario–, se aposenten en la plaza Catalunya –remedando una plaza Tahrir cairota, con todas las distancias que haya que salvar en la comparación– los “aterrados” países de la UE a los que se refirió tan plásticamente Felipe González requerirán a la Generalitat, sí, pero a la Moncloa, también, para que lleguen a un acuerdo y no planteen a la Unión Europea un foco de inestabilidad en la cuarta economía de la Eurozona.
Mas sabe que el 10 de noviembre, el día después de la no consulta, es muy posible que la Asamblea Nacional Catalana ponga en las calles a tantos ciudadanos cuantos desee en una demostración de fuerza tan contundente como lo fueron las Diadas de 2012 y 2013 y, como lo será, más aún, la de 2014
Y ahí, a esta reacción de “terror” internacional, quieren llegar los secesionistas catalanes, que vieron confirmada la sospecha de que sus planes inquietan en el Viejo Continente en las palabras del expresidente socialista. Mas ya subrayó en La Vanguardia del domingo que “de Europa recibimos comprensión, respeto o frialdad, no rechazo explícito, hasta ahora”. Curiosamente –sin que parezcan darse cuenta ni populares ni socialistas–, la vertiente internacional de Catalonia calling, es decir, del plan secesionista, lejos de constituir un obstáculo se configura mucho más como una oportunidad. Porque el arbitraje situaría a Cataluña en términos de bilateralidad con España –la dicotomía estaría conseguida– y algo se sacaría de ella si los poderes de la Unión instaran a un acuerdo.
Mas –que apareció hermético y distante, frente al énfasis y la emocionalidad de González– había declarado a La Vanguardia horas antes del diálogo televisivo que “a partir del 9 de noviembre se deberán tomar muchas decisiones”. Esta es una partida en la que el president ya ha dicho que la historia de Cataluña –la cesión pragmática, la negociación de tangibles– no se va a repetir y, mucho menos, se “hará el ridículo”, quizás recordando a Macià en 1931 y a Companys y su seis de octubre de 1934. El ‘plan B’ de Mas no es el que mi apreciado colega, Jordi Barbeta, ha descrito (“evitar el choque de trenes con una encuesta de opinión llevada a las urnas”), sino otro bien distinto: jugar al todo o nada. Y hacerlo, primero, porque quiere, y, segundo, porque el cuadro de mandos de Cataluña lo comparte con instancias de poder que no están en la Generalitat, sino fuera del Gobierno (ERC) o en la calle (ANC).
El único diálogo que quiere en este minuto histórico el secesionismo catalán es sobre un referéndum soberanista, para ganarlo y negociar luego la marcha de Cataluña de España y constituir un Estado. Será aparentemente imposible; escasamente verosímil; arriesgado o excéntrico; divisor dentro y fuera de Cataluña... será todo eso. Pero exactamente eso, y no otra cosa, quieren Mas y sus aliados. Y para conseguirlo tienen que crear –y ya lo están haciendo– un grave problema que trascienda a España y sea europeo. Un problema de perfiles pasivamente insurreccionales que, efectivamente, “aterre” a la UE, como reconoció González que comienza ya a suceder. Es de suponer que Rajoy esté al tanto de lo que verdaderamente ocurre en Cataluña.
http://blogs.elconfidencial.com/espana/notebook/2014-02-04/hacia-un-proceso-insurreccional-en-cataluna_84621/