415 : Barcelona ,Primera Capital en españa ( Y por tres veces)
domingo, julio 13, 2014 | Etiquetas: Edad media, Hispania, Siglo V del año 401 al 500 |
La caída del Imperio Romano fue lenta, salpicada de convulsiones, sobresaltos, reconstrucciones y recaídas. La aparición de los godos tendría un papel fundamental en la constitución de un sentido de unidad de gens (gentes) en el nuevo Reino que se iría forjando en Hispania, y que acabaría conociéndose como el Reino visigodo de Toledo, que iría del siglo V al VIII.
En estas lineas la intención no es realizar un tratado de Historia, sino pincelar cómo se fue logrando, ante la caída de un imperio, y la emergencia de nuevas fuerzas bárbaras, un sentimiento de unidad en la Península Ibérica. Todo ello pretende demostrar la dificultad para explicar el origen de una nación; no como hacen los nacionalistas, que configuran en su imaginación un pueblo perenne e inmortal, ajustándo todos los datos históricos para reforzar esa imagen pre-concebida.
Todavía se oyen recriminaciones a la escuela franquista por la «inutilidad» de aprenderse la lista de los treinta y tres reyes godos. No nos embarcaremos en dicha retahíla de nombres, la mayoría de ellos impronunciables. No obstante, conviene detenerse en algunos para descubrir lo que representó la España visigoda, en la cual el territorio de la futura Cataluña estaba totalmente integrado.
El primer nombre de la lista de los reyes godos (visigodos para más exactitud) es Ataúlfo. De él apenas sabemos nada, salvo que fue coronado rey al estilo germánico, a la muerte de su primo Alarico. También conocemos que albergaba el deseo de finiquitar el Imperio Romano —que ya estaba en sus últimos estertores— y construir un imperio propio. Sin embargo, llegó a un pacto con el emperador Honorio. Éste le concedía tierras en las Galias a cambio de que devolvieran a Gala Placidia (hija del Emperador Constancio II, que Alarico había tomado como rehén tras el sitio de Roma).
Ataúlfo, al que se considera el fundador del poder político godo (su gobierno fue mucho más estable que el de las hordas de Alarico que asolaron la vieja Roma), no cumplió su pacto, se casó con Gala Placidia y se ganó las iras del Emperador. Ello le obligó a retirarse hacia lo que llamaríamos la Galia Narbonense y Aquitania.
Este dato no deja de ser importante, pues el catalanismo nunca dejó de soñar con la posibilidad de que la Aquitania hubiera sido parte de un gran «reino catalán» que abarcara ambos lados de los Pirineos; hecho que la historia se negó a conceder, y sobre lo que evidentemente el nacionalismo tendria que buscar culpables siglos despues.
La presión militar del emperador Honorio llevó a que Ataúlfo se retirara, entrando en Hispania; un camino que cinco años antes habían realizado los suevos, vándalos y alanos, arrasando todo a su paso. La gran diferencia de las anteriores razzias bárbaras es que Ataúlfo fue un rey capaz de asentar una corte e intentar una organización política centralizada.
Esta labor la realizó en Barcino (Barcelona) donde instaló su gobierno o corte. Desde ahí quiso gestar su soñado imperio, aunque su acercamiento a Roma le granjeó enemistades que provocaron su asesinato.
Lo que se puede destacar es que la primera capital en España, en el primer e inestable período visigodo, fue varias veces Barcelona, incluso antes de que acabara asentándose en Toledo. La historia que sigue es tan sencilla como la naturaleza humana, esto es, cruel. Asesinatos de reyes y manipulaciones políticas estuvieron al orden del día.
El Emperador Honorio pagó a los godos para que exterminaran a vándalos y alanos, cosa que hicieron (sólo se salvaron los suevos que acabarían integrándose con los godos a regañadientes). A cambio, el Emperador les regaló Aquitania, pasando la capital visigoda de Barcelona a Tolosa.
Pero la Historia tenía sus propios planes. La aparición de los hunos, con Atila al frente, y los levantamientos de los suevos, todavía no suficientemente dominados, llevaron a que los visigodos se desplazaran nuevamente hacia Hispania (y, es que los nacimientos de las naciones no son tan idílicos como sueñan los nacionalistas). Tras la disolución oficial del Imperio Romano occidental (en el 476), los visigodos se vieron libres para consolidarse entre las Galias e Hispania.
Ya en 474 Eurico, fanático arriano [el arrianismo era una herejía que portaban los godos sobre sus caballos y que negaba la divinidad de Cristo], había conquistado Tarraco. Durante el reinado de Alarico II (en el cambio del siglo V al VI) el reino godo ocupaba buena parte de la Península Ibérica y de la actual Francia.
Sin embargo, la presión de los francos y la muerte de Alarico II llevó a que los godos se fueran replegando definitivamente a Hispania. Su sucesor Gasaleíco, volvió a instalar la Corte en Barcelona. Desde ahí intentó recuperar a los francos la Septimania y la Provenza.
Aunque por aquel entonces Cataluña sólo existía en la mente de Dios, los historiadores románticos y políticos catalanistas han puesto siempre sus ojos en la Septimania, como si perteneciera a la esencia ancestral de Cataluña.
Fue con Gasaleíco cuando definitivamente entraron en Hispania unos 200.000 godos militarizados, casi todos arrianos. En ese momento, en la Península residían unos siete millones de hispano-romanos, que ya habían asumido el catolicismo plenamente y que se resistirían a ser convertidos al arrianismo, a pesar de que el poder estaba en manos de los godos.
La dinastía de estos reyes fue toda una odisea de asesinatos, pactos y traiciones. Amalarico, que reinó entre 526 y 531, intentó que la capital goda fuera nuevamente Narbona, pero las intrigas le llevaron a que Barcelona fuera su lugar de residencia. Así, por tercera vez, se convirtió en la capital goda. Su sucesor Teudis fue el que finalmente trasladó la capital de Barcelona a Toledo, y de ahí la denominación actual del Reino visigodo de Toledo.
¿Y qué pasaba con Madrid? .Simplemente no existía. La primera noticia histórica que tenemos data de finales del siglo IX, cuando el emir cordobés Mohamed I levantó una fortaleza en un promontorio junto al río Manzanares, en el lugar donde se alza hoy la catedral de la Almudena.
Barcelona fue tres veces capital de Hispania antes de que apareciera la villa de Madrid.
A mediados del siglo VI, el reino visigodo estaba lejos de estabilizarse. Luchas internas por el poder se combinaban con las invasiones de los francos, que estaban dispuestos a dominar la Península Ibérica, o de los vascones, que asolaban el valle del Ebro. Mientras las tribus astures iban a la suya y los suevos, que ocupaban Galicia y medio Portugal, no se daban por enterados de que pertenecían al Reino visigodo.
Para colmo, ante tanta presión, los godos pidieron ayuda a los bizantinos, que le cogieron gusto a la Península y más tarde hubo que echarles por la fuerza. Los del imperio oriental de Bizancio, aprovechando la invitación, invadieron buena parte del levante sur de la Península, desde Cartagena hasta el sur de Portugal, y la denominaron Provincia Spaniae.
En medio de tanta inestabilidad aparece la figura de Leovigildo, que se instala nuevamente en la Septimania para frenar el avance de los francos, dejando a sus espaldas a los bizantinos.
Tras varias campañas redujo a vascones y astures, incorporó a los suevos y consolidó el poder de Toledo como capital del Reino.
Ya sólo quedaban los bizantinos como últimos invasores peninsulares. Su hijo, el famoso Recaredo, convocó el III Concilio de Toledo, donde se consagra la unidad de Hispania, se convierte al catolicismo (por obra de san Leandro) y unifica así a los godos con la población hispanorromana.
El trágico asesinato de su hermano san Hermenegildo, a manos de su padre Leovigildo, culmina uno de los episodios fundantes de la unidad de España.
Varios reyes y asesinatos después, apareció Suintila quien, por fin, unificó todos los territorios ibéricos al expulsar definitivamente a los bizantinos.
Según cuenta san Isidoro en su obra Historia Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de «totius Spaniae».
En ese momento ya se esta larvando el concepto de Hispania como algo más que un mero recuerdo de un pasado romano o una mera referencia geográfica.