Ya tardaban los de Podemos en definir su proyecto estatal. En circunstancias normales habría que haber empleado el término nacional, pero no es fácil usar tan pecaminoso concepto en relación con un partido de izquierdas expañol (sí, con equis).
Los futuros barones de las denominadas comunidades históricas (las demás son ahistóricas) se han apresurado a aclarar que su partido defenderá el derecho de autodeterminación (agradezcámosles que nos hayan ahorrado por esta vez la cursilería del derecho a decidir) y posibilitará que aquellas naciones (aquí sí se puede usar la palabrita, pues no se está hablando de España) que quieran irse puedan hacerlo.
Al pobre Julián Zugazagoitia, pocos meses antes de morir fusilado, le dio tiempo a dejar constancia de su pasmo ante el fenómeno, para él inexplicable, de que los izquierdistas de su tiempo, tanto los comunistas como sus camaradas socialistas, estuvieran empezando a adoptar la ideología de los separatistas. Poco antes el influyente León Trotsky había dado una de las claves del asunto al señalar
el carácter progresista, revolucionario-democrático de la lucha nacional catalana contra la soberanía española, el imperialismo burgués y el centralismo burocrático. En la fase actual, a causa de las combinaciones presentes de las fuerzas de clase, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que pretenda ignorarla, que no la valore en primer plano, corre el riesgo de convertirse en un agente inconsciente de la burguesía española y de perderse para siempre para la causa de la revolución proletaria.
Sus seguidores podemistas del siglo XXI han demostrado saberse bien la lección. Pero no es necesario que conozcan las palabras de Trotsky. Ni siquiera necesitan saber quién fue. Lo que cuenta es que, como buenos izquierdistas expañoles, innatamente alérgicos a la existencia de su propia nación, opinen, asuman, compartan, sientan, exhalen por cada uno de sus poros la idea tan claramente expuesta por su presidente Pablo Iglesias:
Me revienta el nacionalismo español mucho más que el vasco o el catalán.
Mortificante tarea, vive Dios, la de quienes detestan aquello que pretenden gobernar. "Podemos posibilitará que las naciones que quieran irse de España puedan hacerlo". Ya se han apuntado a ello los dirigentes podemistas catalanes, vascos y gallegos. Parece que también han pedido vez los baleares. ¿Para qué se meten, pues, en política? ¿Para qué el esfuerzo de fundar un partido con la intención de gobernar un país que piensan desintegrar en cuanto lo toquen? ¿Qué aspiran a gobernar? ¿La España exclusivamente castellanohablante? ¿Para ese viaje tantas alforjas? Además, ¿qué impedirá que los asturianos echen mano de los bables, los andaluces del seseo y los aragoneses del cheso y el ansotano para apuntarse a la fuga? El que suscribe promete promover que su norteña tierruca también salga huyendo del desaguisado. Al fin y al cabo no cabe hecho diferencial de más alto pedigrí que el hombre de Altamira. ¡A ver quién es el valiente que nos niega el derecho a decidir!
Frénese el optimismo y no se descarte la posibilidad de que los hispanófobos chicos de Podemos consigan un estupendo resultado en la urnas. Hay demasiados depositarios de la soberanía nacional que, para vengarse de unos cuantos mangantes, son capaces de dispararse, y de dispararnos a todos, un voto en la sien. Cosas del naufragio universal