De todos los conceptos habitualmente manejados por los parlantes del podemés (y, en general, por los progres biempensantes), el más peligroso es, de lejos, el de mayoría social. Su exaltación por Ada Colau me llevó en su día a escribir un glosario progre. Pero hoy, aún renqueante tras el ametrallamiento de la expresión perpetrado por el representante de Podemos el pasado sábado en La Sexta Noche (si no la usó veinte veces, no la usó ninguna), me gustaría ir más allá de la simple traducción al castellano.
Empecemos por lo más obvio: una mayoría social no es una mayoría. De hecho, es su contrario. El adjetivo social vicia el sentido natural del sustantivo mayoría. Igual que la expresión paz social significa una amenaza de violencia (es decir, lo contrario de la paz), la expresión mayoría social describe a una minoría. Ésta es, ciertamente, una minoría cuya superioridad moral le hace creerse digna de ser mayoría. Pero es una minoría. La expresión, en suma, describe más atinadamente los delirios de grandeza de quienes la usan que su número.
La diferencia entre una mayoría y una minoría en democracia es abismal. Implica, ante todo, la posibilidad de imponer decisiones al conjunto de la población. Todos sabemos que, en democracia, se hace lo que decide la mayoría. Pero esto es así con, por lo menos, tres grandes condiciones que los hablantes de podemés nunca recuerdan: 1) que exista un sistema fiable para conocer la opinión de la mayoría, 2) que los intereses de las minorías estén salvaguardados y 3) que ciertos valores consagrados en la Constitución –los derechos fundamentales– no estén sujetos a votación (el derecho a la propiedad privada implica, por ejemplo, que una mayoría de tres votos no legitime el reparto del bocadillo de un cuarto chaval en un recreo).
Cuando una minoría se disfraza de mayoría cubriéndose con un velo social, lo que está haciendo, en el fondo, es intentar imponer su voluntad. Sus integrantes están diciendo:
Mi voto vale más que el de los demás porque mis intenciones son más puras, más generosas y más sociales. Soy altruista. Pienso en el bien de todos, no en el mío propio. Me merezco ser mayoría para que se haga lo que yo digo que se debe hacer.
Esto supone, en la práctica, la destrucción del principio "una persona, un voto". Según esta lógica, los votos de unos deben valer más que los de otros en función de sus intenciones. Es la vuelta a la concepción censitaria del voto, si bien sustituyendo el patrimonio por las intenciones como requisito para el ejercicio del voto. Nada nuevo bajo el sol socialista. Clara Campoamor lo sufrió en sus carnes durante el debate de la concesión del voto a la mujer en 1931: las mujeres, para una parte importante de la izquierda, no debían votar porque no harían un buen (hoy se diría social) uso del voto.
El peligro de esta mentalidad se multiplica cuando sabemos que la actual izquierda social, una vez alcanzado el poder, destruye todo sistema de contrapesos institucionales que impida que se haga su voluntad. Esto es el significado de la expresión "romper el candado de la Constitución". No es ninguna coincidencia que todos los regímenes que financiaron tan generosamente el aún desconocido estudio de Monedero sobre una moneda común cambiaran la Constitución de sus países nada más llegar al poder.
La expresión mayoría social es, en suma, una amenaza. Una amenaza del tenor de: "Si no piensas como nosotros, estás en la minoría y tu opinión es marginal. Más te vale cambiar de opinión pronto y apoyarnos". Este fue el mensaje implícito de la manifestación de Podemos del sábado pasado. Sus participantes no se manifestaron para defender sus propias ideas. Lo hicieron para intentar deslegitimar las ideas y la propia existencia de los demás. Nadie lo expresó mejor que una activa defensora de Podemos en Twitter:
Quienes no han ido a la mani están a favor de los desahucios, no quieren educación pública y les gusta que la gente se muera de hepatitis C.