Tal día como ayer hace un año, Pablo Iglesias presentó su candidatura a las elecciones europeas en el Teatro del Barrio, en el mismo escenario de Lavapiés donde se representaba la obra Ruz-Bárcenas, un brutal alegato contra la corrupción. El acto fue reseñado sólo por algunos diarios digitales. «El régimen del 78 está muerto y es hora de enterrarlo», señaló aquel día Iglesias. Entonces estas palabras eran propias de un marciano. Iglesias fue clasificado como un candidato marginal de la ultraizquierda, a sumar a otras listas extravagantes como la del juez Elpidio Silva y el Partido X.
Doce meses después, el profesor de la Complutense y un grupo de colegas lideran un partido que llamaron Podemos, copiando el lema de la campaña de Obama - «Yes, We Can»- y lo han situado en condiciones de ganar las elecciones generales, según los sondeos. Doce meses después, Iglesias ha dejado la ultraizquierda y sus chavistas pecados de juventud. Quiere ser el Felipe González del siglo XXI y comerse al PSOE. En ocho meses, ha construido un fuerte liderazgo en torno a su persona y sus colaboradores: Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre.
La historia del mayor fenómeno político español de los últimos 35 años empezó a escribirse la noche electoral de las europeas, cuando Podemos logró 1.245.948 votos y cinco escaños. «¿Quién es Pablo Iglesias?», preguntaron muchos ministros que no ven la televisión. «¿De dónde han salido?», se preguntó la España oficial que no supo o no quiso analizar el 15-M. Podemos ya no es un conjunto de frikis que aterrizaron sobre Madrid, sino un grupo de politólogos muy entrenados en la dialéctica televisiva que ha sido impulsado por la crisis, una corrupción que es el rayo que no cesa y el agotamiento de las instituciones surgidas de la Transición.
Desde su llegada a este mundo, Podemos ha sido analizado y escudriñado por sociólogos y politólogos, a la vez que combatido como elemento perturbador de la confortable estabilidad del bipartidismo. Si nadie lo leyó antes de las europeas es porque estaba, según el ministro Wert, «bajo el radar». «No supimos apreciar el estado de ánimo del país. La moderación histórica del electorado parece haberse alterado por la crisis. Y con razón, aunque antes de las europeas lo ignoramos, no lo supimos ver, no éramos conscientes», asegura un experimentado político.
Errejón dio en noviembre una clase en la Uned para enseñar la asignatura de Podemos. «No hay ningún ingrediente secreto. Las élites no han sido capaces de comprender las necesidades de la gente. Después de un trabajo teórico modesto de muchos años, hemos sido capaces de elaborar un relato de fácil transmisión y comprensión para los ciudadanos. El dolor y los problemas de la crisis se sentían de forma personal, vergonzosa, ahora han adquirido categoría política. Somos artesanos que trabajamos las palabras para darles un significado -casta, por ejemplo-, y aunque cuantitativamente nuestro resultado en las europeas fue modesto, cualitativamente hemos logrado imponer el marco y las categorías a los demás. Los actores políticos se han visto obligados a cambiar de ropajes, a ser una cosa nueva, a parecerse a nosotros. Han pasado a ser un poco como Podemos, igual que Blair era un poco Thatcher».
Tras las europeas, todo el mundo los ha leído de forma compulsiva. Hasta el punto de que el sociólogo Pedro Arriola trasladó a la cúpula del PP en su última reunión que sólo hay hoy dos alternativas de Gobierno: el PP y Podemos. Sin embargo -salvo Iglesias y su equipo, que creen que el cambio es irreversible-, nadie imagina a Podemos como partido más votado en las generales. Belén Barreiro, ex directora del CIS y responsable de la empresa de sondeos Myword, señala que Podemos encabeza sus sondeos, pero que existe una gran incertidumbre que dificulta el diagnóstico hasta las generales. Barreiro cree que el voto a Podemos es «aspiracional, como un sueño al que la gente se ha agarrado sin procesar nada más, pero en función de que la economía vaya mejor, los electores a lo mejor se preguntarán si pueden permitirse votar a Podemos». Cree que Iglesias es un líder atractivo que ha sido capaz de coincidir con lo que sienten los «huérfanos de la política».
Las direcciones del PP y, sobre todo del PSOE, consideran que el tiempo juega contra Podemos y que las elecciones de mayo no favorecen su progresión. Pero son conscientes de que si la corrupción sigue en la agenda diaria durante este año electoral, las posibilidades de frenarlo con la estrategia del miedo a lo desconocido disminuirán.