El totalitarismo monoteísta
Parece ser que el instinto de supervivencia es por delante del instinto sexual el más primario de todos los instintos animales, incluida la especie humana. Así debiera ser si nos creemos a Darwin y su teoría de la evolución de las especies. Es lo lógico en las especies que pretendan superar la selección natural. Además el hombre es un animal racional lo que unido al instinto de supervivencia pudieran llevar a la consecuencia de que el ser humano se pueda considerar un animal religioso. Así parece ser que ha sido desde que el mundo es mundo.
Nuestra civilización que tuvo su origen en lo que hoy es Irak, entre el Tigris y el Eúfrates, ha conocido diversas evoluciones de los distintos pueblos que la conforman. El antiguo Egipto, por ejemplo, era considerado el país de los mil dioses. El propio Herodoto quedó asombrado ante la multitud de dioses que adoraban y no tenían inconveniente en adorar también los de otros pueblos. En la misma Grecia tenían a los doce dioses del Olimpo y aunque Zeus se consideraba como el “Rey de los Dioses” cada uno tenía sus competencias, su ocupación; Hades el inframundo, Atenea la guerra, Poseidón el mar, Dioniso el vino, etc. Roma siguiendo la tradición helena, a pesar de tener los suyos propios, no tuvo inconveniente en adaptar y adoptar como propia la mitología griega, Zeus pasó a ser Júpiter, Atenea Minerva, Poseidón Neptuno o Dioniso Baco, etc. El imperio Romano ha sido el gran imperio de la historia, sobre todo la occidental. Evidentemente, como ha sucedido a lo largo de la misma con todas las potencias invasoras la expansión romana, supuso la sumisión de los pueblos conquistados, la esclavitud para sus pobladores en muchos casos, aunque también la expansión de la civilización clásica. Roma era cruel pero aceptaba las distintas creencias de los pueblos conquistados, en ocasiones incluso asimilaba y hacía propias parte de las creencias y dioses de estos. Pero topó con el irreductible pueblo judío y el judaísmo, la primera religión monoteísta. Las convicciones judías eran mucho más fuertes que las de otros pueblos conquistados. Pero los judíos solo consideraban a Yahveh como el dios del pueblo judío, no les interesaba el resto de la humanidad. Su dios, aunque único, era tan cruel como otros, como muestra el Antiguo Testamento. Roma no tenía inconveniente en aceptar un nuevo dios, lo que no toleraba era el desprecio judío al resto de dioses.
Un judío, Jesús de Nazaret, supuso la aparición de la religión monoteísta hegemónica. El cristianismo además de ser monoteísta introdujo el elemento de la universalidad, que no existía para los judíos. El cristianismo se basó en revolucionarias innovaciones de Jesús atractivas para las gentes. Así utilizando el poder multiplicador del imperio romano se sentaron las bases de lo que significa en la actualidad. El cristianismo, seductor en sus orígenes, acabó sumiéndonos en la etapa más oscura de nuestra civilización, la Edad Media. En esa época el avance del conocimiento, controlado por el clero, sufrió un estancamiento. No salimos de esa situación hasta el Renacimiento con la recuperación de los clásicos, el humanismo y la sustitución del teocentrismo por una mayor valoración del hombre.
El Islam surgió como una herejía del cristianismo y tuvo una amplia difusión debido a una doctrina sencilla y a su tolerancia con las religiones del Libro, tolerancia que contrastaba con el intolerante cristianismo imperante. En la actualidad se presentan en muchas ocasiones como unos criminales fanáticos, tal y como se ha demostrado recientemente con el atentado en París y anteriormente en Nueva York o Madrid.
Es evidente la necesidad religiosa del ser humano, pero también lo diferente que resultan las antiguas religiones politeístas de occidente con el monoteísmo imperante. El politeísmo era más plural; no existía un solo dios omnipotente, omnisciente, omnipresente y en definitiva todopoderoso; había contrapoderes divinos, controles divinos, ...; en definitiva, parece que era como más plural, democrático y tolerante. El monoteísmo nos habla de certezas y de una sola versión de la realidad (aunque se maten entre ellos para determinar cual es la verdadera). Cuando alguien se cree en posesión de la certeza absoluta cae en muchas ocasiones en el fanatismo y todo está justificado porque él es el portador de la Verdad. Se puede torturar, matar y realizar las más abyectas atrocidades porque actúan en nombre del verdadero dios. A fin de cuentas lo importante no es la vida terrena, sino salvar las almas para la vida eterna. Desde ese punto de vista se comprende que actúen y lo hayan hecho de esa manera a lo largo de la historia, y que se crean sinceramente lo correcto de sus actos. Este dogmatismo totalitario explica como las grandes religiones se han enfrentado y enfrentan no solo una contra la otra, sino incluso internamente. Dentro del mismo cristianismo se hacen sesudos análisis teológicos sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras. Así, por ejemplo, el arrianismo fue considerado herético al no aceptar la divinidad de Jesús y se impuso el dogma trinitario del catolicismo. Los musulmanes se dividen fundamentalmente entre suníes y chiíes con sus correspondientes diferencias teológicas y sus consecuentes enfrentamientos, lo que sería otro ejemplo.
En la actualidad los sectores conservadores y el clero católico nos quieren hacer ver, cada vez que los islamistas cometen alguna atrocidad, la superioridad del cristianismo sobre el islamismo. Consideran que nuestro sistema de libertades es consecuencia de esa superioridad. Parece que olvidan que la Santa Inquisición duró hasta el siglo XIX, que el mayor exterminio sistemático de un pueblo, llevado a cabo por los nazis, contó con el silencio cómplice de Pío XII (declarado venerable por Benedicto XVI) anteayer, hasta ayer mismo imponían su doctrina a los españoles al amparo del poder, y cardenales como Rouco Varela, de haber vivido en otra época, harían bueno a Torquemada. No sería malo dejarse de tantas superioridades y ser conscientes de que la religión, sobre todo los totalitarios monoteísmos, han supuesto una rémora al avance de la humanidad, que las libertades las hemos conseguido a su pesar y que, como bajemos la guardia, lo mismo que se conquistan se pierden a su costa.
No sé si algunos alcanzarán el paraíso y la vida eterna, o si otros podrán solazarse en el mismo con cien vírgenes; lo desconozco. Lo que sí es cierto es que, como la historia demuestra, las religiones, particularmente aquéllas que creen que están en posesión de verdades y certezas absolutas, nos han frito a lo largo de la historia.