Es de los pocos autores vivos con alguna de sus obras editadas en Cátedra, el gran sello de los clásicos españoles. Pero no es esa, la de la posteridad, la vanidad con la que sueña Boadella. Para él, el teatro es un arte que desaparece ante nuestros ojos, al tiempo que se ejecuta, como los toros. Según esto, leer teatro sería como escuchar música en una partitura. Boadella es partidario de lo que Bertolt Brecht llamaba el gestus, el pequeño guiño que cambia el sentido de una frase. Pero lo que es aplicable al teatro no lo es a las entrevistas. Es cierto que en la transcripción se pierden los precisos movimientos de mimo con los que nuestro hombre acompaña cada una de sus frases. Pero lo que dice es lo que dice, sin lugar a segundas intenciones. Es difícil encontrar a un español que se pronuncie sobre tantas cuestiones sin tropezar una sola vez con el topicazo, sin hacer escala técnica en el lugar común. He aquí, en fin, un hombre que ha hecho de su vida la más acabada de sus obras.
–Gonzalo Altozano: Cuando Rajoy ganó las elecciones, usted le aconsejó no teñirse las canas y sentarse en un butacón de La Moncloa con un puro a verlas venir y dejarlas pasar. En lo primero no le ha hecho caso, en cambio en lo segundo…
–Albert Boadella: Rajoy ha practicado un galleguismo tópico y es indudable que en muchos aspectos le ha funcionado. En Cataluña le dio resultado cuando puso nervioso a Mas, que quería y no podía hablar con él. Pero eso fue al principio. Porque llegó un momento en que tocaba actuar. Aquella farsa del referéndum era intolerable en la España de hoy. En cualquier caso, salirse por la tangente no es el único problema de Rajoy. Su principal problema es el entorno.
–GA: ¿Se refiere al paisaje o al paisanaje?
–AB: refiero a que no se ha rodeado de personas que en un momento dado puedan sustituirle. Y eso lo va a pagar caro. Claro que no es el único gobernante que prefiere la mediocridad alrededor, como si temiera tener la inteligencia de su parte. Les pasa a casi todos.
–GA: A Aznar, dicen, le pasaba lo contrario.
–AB: La acción política de Aznar hubiera sido mucho más eficaz que la de Rajoy, qué duda cabe. Aznar es alguien que sabe decir que no y que sí, a veces en circunstancias muy difíciles, y esto es muy importante. Es de esa clase de personas que no rehúyen los problemas; los solucionarán o no, pero no los rehúyen, los encaran. Igual que Esperanza Aguirre.
Aznar es de esa clase de personas que no rehúyen los problemas. Igual que Esperanza Aguirre.
–GA: ¿Esperanza Aguirre for president?
–AB: Esperanza hubiera sido una excelente alcaldesa de Madrid. Su figura estaba hecha para eso. No se merecía los resultados.
–GA: Parte de responsabilidad habrá tenido, ¿no?
–AB: Abandonar la Comunidad de Madrid sin que quedaran del todo claro los motivos quizás le perjudicó. La gente a lo mejor pensó que alguien en quien habían depositado su voto, su confianza, se desentendía de sus responsabilidades.
–GA: De todas formas, peor le ha ido a Rosa Díez en la feria.
–AB: Siguiendo con el juego de los tópicos, puede decirse que a Rosa Díez le ha salido el lado vasco. Tiene un punto intolerante, incluso en las ideas, incluso en las mejores ideas. Y esa intolerancia le llevará al desastre. A un buen líder –ella lo es– no le puede fallar la cintura, lo que los franceses llaman savoir faire.
–GA: ¿Le falla también el entorno?
–AB: Algunos de los que le rodean, como Gorriarán, le hacen muchísimo daño, a su imagen y a la del partido. Es cierto que los líderes necesitan de fontaneros que se ocupen de los bajos fondos, pero es que Gorriarán…
–GA: Quien sí ha cuidado la imagen, la suya y la del partido, es Albert Rivera, a quien usted conoce bien.
–AB: Cuando empezó Ciudadanos, íbamos juntos a los mítines, yo como profesor y él como alumno.
–GA: ¿Y era aplicado?
–AB: Tenía la ventaja y la desventaja de la juventud, de la inexperiencia. Pagó muchos errores, pero ha sabido recomponerse. Es inteligente, de eso no hay duda, y ha evolucionado. Es también un hombre con suerte. Y deseo que siga siéndolo, no solo por él, también por España.
–GA: ¿Usted cree en la suerte?
–AB: Soy de los que piensan que nada existe que no esté previsto, que las cosas están hechas antes incluso de que sucedan. Pero entraríamos en discusiones filosóficas.
–GA: Vayamos entonces por derroteros políticos: Rivera, la suerte y Cataluña.
–AB: Aquí tenemos dos partidos, PSC y el PP catalán, que fallan, que no hacen los deberes. El PSC se pasa al lado nacionalista, lo cual es una demencia total, pues socialismo significa solidaridad. El PP, en cambio, no cambia de bando, pero pastelea con la idea de la unidad de España. Y ese espacio abierto que dejan PSC y PP es la suerte por la que irrumpen Ciudadanos y Albert Rivera.
–GA: Y ahora Rivera, la suerte y España.
–AB: En este caso la suerte se llama Podemos. Porque es verdad que la gente piensa que hay que cambiar las cosas, pero no a la manera chavista. Y ahí entra Ciudadanos. No debemos olvidar que en Europa hoy nadie quiere revoluciones, ni siquiera los que las pregonan. En esta historia del Estado de Bienestar que mal o bien nos hemos inventado todos tenemos mucho que perder. Por tanto, ese paso no se dará. Y los que lo den serán una minoría muy desahuciada.
La idea revolucionaria es siempre un principio destructivo. Y no solo en política, también en arte. Me declaro abiertamente contra-revolucionario.
–GA: Un hijo de Mayo del 68 como usted –en sentido generacional, claro–, arremetiendo contra la revolución.
–AB: Mayo del 68 fue nefasto. Las revoluciones, todas las revoluciones, la francesa, la soviética, la de Mao, todas, han hecho un daño espantoso. ¡El trabajo que cuesta luego recuperar la Historia! La idea revolucionaria es siempre un principio destructivo. Y no solo en política, también en arte. Me declaro abiertamente contrarrevolucionario. Yo, cuando oigo la palabra revolución, salgo corriendo.
–GA: ¿Hacia dónde, hacia la República de Venecia?
–AB: Ese es mi ideal.
–GA: Mire que le hubiera tocado trabajar de encargo.
–AB: Bueno, Miguel Ángel trabajaba de encargo. ¡Y con qué precisión! Ponga a Dios aquí y a la Virgen María allí. Claro que luego el hombre se tomaba sus licencias. Yo tengo que decir que mis mejores obras son las que de alguna manera se han aproximado al encargo.
–GA: ¿Esperanza Aguirre le hizo alguno cuando lo nombró director de los Teatros del Canal?
–AB: No. E Ignacio González tampoco. Pero, ya digo, no me hubiera importado que me dijeran, oye, por qué no haces esto o por qué no haces lo otro. Y, sin embargo, los dos entendieron muy bien la libertad del artista.
–GA: ¿La libertad presupone al arte?
–AB: Con las épocas duras sucede lo que con las enfermedades graves: generan anticuerpos fuertes. Esto se ve, por ejemplo, no a comienzos del franquismo, cuando se arrasa con todo, sino al final, donde aparecen artistas formados en circunstancias difíciles.
–GA: O sea, que la censura fue buena escuela.
–AB: Digamos que fue un estímulo al ingenio.
–GA: No solo tuvo que sortear la censura franquista, también la de Pujol, quien, por cierto, ha terminado pareciendo una criatura de Joglars.
–AB: El mejor Ubú lo ha representado él, y con un realismo extraordinario, lo que demuestra la importancia de la realidad en el teatro y en las artes. La realidad es insuperable.
–GA: ¿Dónde queda la fantasía?
–AB: La fantasía no sirve de nada. Esa es una idea equivocada. Lo que sirve es la óptica sobre la realidad profunda de las cosas. La realidad es siempre mucho más interesante, divertida y trágica. Los artistas casi somos unos censores de la realidad. Si contáramos las cosas como sucedieron, muchas veces tendrían un lado increíble.
–GA: El caso Palau, por ejemplo.
–AB: El convergente Millet y su consuegro decidieron ir a medias en los gastos de la celebración del banquete de la boda de sus hijos en el Palau. Millet no solo no pagó su parte, sino que se quedó con la de su consuegro. El episodio es un delirio divertidísimo, algo propio de la alta comedia.