Re: los "panfletos" españoles os están engañando como a chinos
Pujol español del año.
Fdo. Jordi Pujol. ¡Ah! no, creo que fue ABC.
El silencio es hermoso cuando no es impuesto.
Pujol español del año.
Fdo. Jordi Pujol. ¡Ah! no, creo que fue ABC.
El silencio es hermoso cuando no es impuesto.
Todo esto viene porque la estrategia de basar vuestro discurso en "el miedo" es errónea por si misma. Y luego pasa lo que pasa...que algunos van a mentira por día.
Si tienes algún titular de medio independentista al que criticar...lo traes y lo analizamos. De momento, os seguiré dejando en evidencia...lo cual visto el nivel de dificultad...ya hace tiempo que es muy asequible.
El muy honorable símbolo del independentismo? Muhahahahahahahaha...ya creía que fue "español del año en el ABC!!!. Ale suma otro owned más a tú colección particular.
Saludos catalanes...
Jordi Pujol, expresident de la Generalitat, está en el ojo del huracán. La explosión del caso Pujol se mira y remira por unos y por otros solo en relación con el independentismo catalán. Pero tiene mucho que ver también, o sobre todo, con la corrupción y la revuelta popular contra la casta de la transición. El notario López Burniol cita a menudo una frase atribuida a Azaña en la que identificaba todos los males de España con un puñado de familias cuyos negocios acampan en las laderas del Boletín Oficial del Estado. Según el republicano, llevan siglos siendo las mismas. Su penúltima operación de surfismo político aconteció durante la transición. Bancos, compañías energéticas, constructoras de obra civil, un par de editores de prensa y unos pocos más sobrevivieron a la dictadura en el campo empresarial y aún hoy –impulsados por las privatizaciones del último Felipe González y las liberalizaciones del primer Aznar- copan las juntas de accionistas y los consejos de administración de una serie de empresas convertidas en multinacionales que han sufrido la crisis con mucha menor intensidad que las pequeñas y medianas empresas gracias al control que ejercen sobre el BOE, también en democracia. Lo explica magníficamente César Molinas en su último libro.
Para entender las relaciones de estas familias con el poder franquista es muy recomendable ver la película La escopeta nacional, donde un genial Saza interpreta a un industrial –catalán, por supuesto- que pretende conseguir que un ministro publique un decreto obligando a implantar el portero electrónico en todos los edificios de viviendas en España y aspira a que los únicos homologados por el Gobierno sean los de su fábrica. El hombre se gasta una fortuna en sufragar una cacería en honor del ministro que, finalmente, le pide un porcentaje en la nueva empresa además de beneficiarse a su secretaria.
La transición fue tan modélica que la sobrevivieron casi todos los políticos franquistas –excepto los más significados- y la totalidad de los jueces, los fiscales, los policías y… los empresarios como el de La escopeta nacional. Cuando pasan cosas como las de Pujol, o como Gürtel o como Pretoria o como Filesa o como Pallerols, siempre me viene este asunto a la memoria. Jamás critico a quienes hicieron la transición. Saldarla sin tiros merece el silencio sobre todo lo demás. Pero los actos –todos- tienen consecuencias aunque respondan a nobles propósitos. Del franquismo, la transición se quedó con el jefe del Estado pero también con las élites de funcionarios y de empresarios que garantizaron la continuidad de una determinada manera de hacer las cosas a favor de unos determinados intereses.
Los mismos que iban a las cacerías pronto aprendieron el carácter lampedusiano de la transición. Para ello contaron con la ingenuidad de la nueva clase política. Atemorizados por el poso franquista de la sociedad española, el consenso de la transición partió de tres premisas fundamentales: no había que pasar cuentas con el pasado, los partidos democráticos debían ser pocos y fuertes como lo había sido la Falange y la democracia no podía costar un duro a los ciudadanos, en apariencia. La crisis ha puesto en evidencia esas tres claudicaciones que las nuevas generaciones ya no toleran, sobretodo cuando toman formas hipertróficas en asuntos como el rescate de Bankia y las autopistas radiales de Madrid, el sobrecoste del AVE, el fraude de los ERE en Andalucía, las comisiones de Bárcenas y la trama de los hijos de Pujol.
La casta y el consenso constitucional
Los trapos sucios de la transición se escondieron tras el eufemismo de los pactos de Estado, el consenso constitucional. Fernando Abril Martorell en nombre de Suárez, Alfonso Guerra en el de Felipe González y Miquel Roca en el de Pujol amañaron lo fundamental: evitar la restauración de la legalidad de la Segunda República –y por lo tanto no juzgar ni a quienes la subvirtieron ni a quienes titularizaron el botín-; garantizar un sistema nuevo de partidos sin la Falange, pero también con el PCE y Esquerra Republicana marginalizados para reforzar la operación de amnesia; y, en tercer lugar, crear un método de financiación de los partidos políticos que evitara la sensación que la democracia era más cara que la dictadura. Así es como se crearon las condiciones para lo que después aflora. Los mismos que pagaban mordidas a la dictadura pasaron a sacar a los nuevos partidos de sus apuros financieros derivados de un deficitario sistema de financiación pública. Que la UCD se acomodara a este pacto resulta del todo previsible. El partido de Suárez representaba a los funcionarios, empresarios y ciudadanos españoles que no querían demoler al franquismo sino sobrevivirlo. ¿Cuándo sucumbieron al trato partidos de tradición democrática con dirigentes encarcelados o exiliados por el franquismo? No fue cosa de un día sino un proceso lento e imperceptible.
Pujol obtuvo en 1980 una victoria inesperada en las elecciones catalanas. Comunistas y socialistas habían arrasado en las elecciones de 1977 y 1979. Los mismos que hoy se movilizan por tierra, mar y aire para frenar al independentismo vieron en Pujol el muro de contención contra un gobierno de socialistas y comunistas en la Catalunya autonómica. De manera que el exdirigente de Banca Catalana –persona de fiar para las elites madrileñas y barcelonesas susceptible de ser domesticado- recibió todo tipo de ayudas, lícitas e ilícitas. La más llamativa –vista con la perspectiva del tiempo- fue el manguerazo que recibió de la patronal catalana la Esquerra Republicana de Heribert Barrera, furibundo anticomunista al que por ello perdonaron su independentismo que meses antes le había dejado fuera de la legalidad constitucional. Esos hijos de exbancarios catalanes que ahora se rasgan las vestiduras escribiendo un día sí y otro también que el independentismo lo inventó Pujol en TV3 y en la escuela deberían preguntar en su casa quién y por qué pagó a Barrera la campaña electoral de 1980. Tras ese primer escarceo, Pujol ya formaba parte del sistema y, por lo tanto, cuando un par de años después algunos damnificados de aquella derrota le buscaron con malas artes las cosquillas por su vida anterior de banquero recibió la preceptiva protección. Esos experiodistas que ahora escriben día sí y día también que los hijos de Pujol robaban a manos llenas ante el silencio de la prensa que se atreven a llamar subvencionada deberían explicar cómo y por qué dejaron de investigar el caso cinco minutos antes de pasar a dirigir la televisión de Pujol para luego arruinar el diario de Prenafeta. En esa operación estaba ya metido el hombre que le ha hecho la declaración de la renta a Pujol mientras ha defraudado: Joan Antoni Sánchez Carreté, entre muchas otras cosas dirigente del Partido del Trabajo que amparó a ERC en sus listas en las elecciones generales de 1977. Félix Martínez ha explicado que ha sido uno de los cerebros de la confesión del expresident.
La definitiva incorporación de Pujol al sistema de trabajo de las elites postfranquistas –catalanas y españolas- llegó tras la operación Roca. Un asunto del que el expresident destronado se mantuvo aparentemente distante pero que no dejaba de ser un intento de reproducir a escala española la alianza de intereses que él había liderado en Catalunya. El preámbulo de la operación Roca fue nombrar a Pujol "español del año" en 1985 por el diario ABC (título que aún no le ha retirado) como único bastión frente a la hegemonía de los socialistas aún no plenamente domesticados. El asunto salió mal y la manera de tapar el agujero no es ajena a lo que ahora se destapa: el secretario general del Partido Reformista Democrático –hoy presidente del Real Madrid- había comprado a precio de saldo una empresa llamada Construcciones Padrós, radicada en Badalona y en la órbita de Banca Catalana, y que en pocos años pasó a ser una de las principales contratistas de la obra pública licitada por la Generalitat. Así el exsecretario general amasó suficiente fortuna para recuperar los avales personales con que se financió la campaña del PRD. Y se abrió la veda en una administración de nuevo cuño como era aquella Generalitat de Catalunya que pasó a ser una copia a escala local de aquella administración y aquellos empresarios que sobrevivieron al franquismo, fueran catalanes o españoles. Poco después, Pujol entendió que el control de la caja podía conllevar el control del partido. Cuando Miquel Roca, envalentonado, alzó el partido contra el fundador para forzar su entrada en el Gobierno español, Pujol decidió cortarle las alas y montar un sistema alternativo. Para ello se sirvió de dos alfiles: Josep Antoni Duran i Lleida a cuya sombra se montó la trama de Pallerols (ya juzgada) y Lluís Prenafeta al frente del clan Pujol, capitaneado por la esposa y el primogénito. Ahí empezó todo, no por ninguna herencia.
La ingenuidad del PSOE y la OTAN
Fue también por esas fechas cuando el PSOE perdió la ingenuidad. Las primeras campañas las financió con fondos procedentes del SPD (“Ni flick ni flock”, ¿recuerdan?) y con los fondos públicos previstos para los partidos con representación. Pero en 1986 llegó el referéndum de la OTAN. Y la ley no tenía previsto sufragar el gasto. Fue en ese momento cuando se montó la trama Filesa (ya juzgada). Las empresas “del sistema” querían ayudar a Felipe González a ganar el referéndum e idearon la manera de financiar la campaña con la facturación de estudios inexistentes, todo legal en la cuenta de resultados de las compañías e ilegal en la contabilidad de los partidos. La historia se repite una y otra vez, formalmente son los políticos los que cometen ilegalidades pero son las empresas las que se llevan los beneficios.
Faltaba un tercero en discordia para asegurarse la plena impunidad. El PP de Aznar, ausente como ERC del consenso constitucional, entró en esta dinámica cuando el nuevo líder de la derecha decidió poner al frente de las finanzas a su mentor político, Álvaro Lapuerta, imputado en el caso Bárcenas y heredero de la saga Naseiro-Sanchis, exculpados en un caso de financiación ilegal por el mismo sistema que ahora pretende librarse Pujol querellándose contra la banca andorrana: la eliminación de las pruebas por estar contaminadas en su origen. Con Lapuerta, Aznar logró que el PP dejase de ser la sectorial política de la CEOE que quitaba y ponía candidatos como explica en su primer volumen de memorias. Por eso el editor de Logroño siguió al frente de la financiación del PP hasta pasar el bastón de mando a su número 2: Luis Bárcenas. El resto ya está explicado.
Así las cosas, a principios de los años 90 del siglo pasado en España los pactos de Estado que garantizaron una transición pacífica ya tenían a todos los partidos con posibilidades de gobernar –y los únicos que han gobernado de hecho- conchabados en un sistema amparado por la jefatura del Estado, con partidos fuertes pero mal financiados y con una omertá basada en el chiste del dentista. Cuando aparecía un escándalo vinculado a la financiación de los partidos, se decían unos a otros: “¿Verdad que no nos haremos daño? En esas condiciones, España –incluida Catalunya- vivieron dos épocas doradas de inversión pública –con sus correspondientes comisiones-: los fastos de 1992 y la burbuja inmobiliaria a partir del 2000. Se hicieron autovías, edificios públicos, autopistas, carreteras, escuelas, universidades, miles de kilómetros de Alta Velocidad, aeropuertos, puertos… Todos construidos por las mismas empresas que hicieron los pantanos de Franco y alguna reciente incorporación. Y todos sobrefinanciados por la Unión Europea y por los pelotazos inmobiliarios. La mejor manera de entenderlo es revisitar la serie de televisión Crematorio.
La crisis se llevó el agua del dinero fácil y apareció el lodo de la corrupción. Noos, Gürtel, ERE, Palau, Pretoria, Mercuri, Pujol… Siempre la misma historia: manejos en el BOE (concursos, recalificaciones, concesiones, reglamentos, homologaciones) pagados a través de empresas fantasmas dirigidas por los menos escrupulosos que se llevan un porcentaje de la mordida y con el resto pagan los festejos electorales. La primera reacción para surfear esta nueva contrariedad fue generar en el mapa político alternativas a los partidos de la transición pero low cost, gracias a las redes sociales: así Unión Progreso y Democracia (fundada por una exdirigente socialista) y Ciutadans (fundado por el hijo de un expresidente de la Caixa y primo del penúltimo presidente de Catalunya Banc) se dedicaron durante la crisis a expandir la idea que la corrupción era cosa de los políticos mientras que los empresarios eran como las esposas de Urdangarín y Torres: firmaban pero no sabían nada. En su discurso entretienen al personal con los excesos en las dietas –que existen-, con los excesos en los cuadros de los exministros –que existen-, con los excesos en los coches oficiales -que existen-, con los excesos de cargos de confianza –que existen-, pero los picos de oro de la antipolítica nunca hablan de los excesos de obra pública, de gasto farmacéutico o de los seguros de vida de las concesionarias de las autopistas. Esa labor ha quedado para Podemos, y en menor medida IU y Esquerra.
Finalmente, la bomba ha estallado por el lado de Pujol. Su apoyo al desafío independentista le ha expulsado del pacto de Estado –ya no sirve como muro de contención de ERC ni asegura la unidad de mercado- y una vez proscrito todos se han acordado de los pagos que hicieron a su entorno, antes roja que rota. La memoria es selectiva. Pero todo no empezó en el 2012, sino en 1976.
La conversión del expresidente de la Generalitat Jordi Pujol al independentismo fue en su día una victoria para el soberanismo, pero se ha convertido en un lastre tras su confesión de que mantuvo una fortuna oculta en el extranjero durante 34 años. Pujol representaba el camino que muchos catalanes han hecho, del catalanismo al secesionismo. El propio expresidente explicaba en 2011 que sus intentos por hacer avanzar España desde Cataluña habían fracasado y que en ese momento había que escoger entre dos alternativas: “O ser independientes o ser residuales”.
Con la revelación de su fraude, el mito de Pujol también ha caído para el independentismo. Su destierro no ha sido tan doloroso como en Convergència (al fin y al cabo, los dirigentes del partido son sus hijos políticos, y en el independentismo era un advenedizo), pero sí contundente. El independentismo ha renegado de Pujol para desvincularlo rápidamente del proceso soberanista.
El llamado caso Pujol –que se inicia con la confesión por el expresident la tarde del viernes 25 de julio de que su familia había tenido, fruto de una herencia oculta al fisco, cuentas en el extranjero durante decenios– conmocionó a Cataluña y España y ha sido el gran asunto del agosto de 2014. Seguirá ocupando titulares durante mucho tiempo y tendrá serias consecuencias –algunas imprevisibles hoy–, pero el primer afectado es y será CDC, el partido que fundó todavía en clandestinidad en el monasterio de Montserrat y del que ha sido patrón y referente indiscutible hasta el pasado 25 de julio.
Artur Mas, su heredero, escogido hace años por Pujol y su familia, que antes habían descartado a otros candidatos demasiado “poco reverentes” como Miquel Roca o Duran i Lleida, dice ahora que ya hace más de diez años que Pujol no tomaba decisiones en Cataluña. Él lo sabrá –quizás la última que tomara fuera la de designarlo sucesor–, pero lo cierto es que Oriol Pujol, uno de sus hijos en una familia que parece que operaba con sólido espíritu de clan, era secretario general y principal candidato a suceder a Artur Mas hasta muy pocos días antes del pasado 25 de julio.
Tener que hacer renunciar al fundador y líder del partido al que había llevado a seis victorias consecutivas desde 1989 a 1999 (algunas con mayoría absoluta) de todos sus cargos, beneficios y tratamientos honoríficos tanto en CDC como en Cataluña en menos de una semana, sugerirle que lo mejor sería que pidiera la baja y presionarle –tras la petición de la oposición y de sus aliados de ERC– a comparecer en el Parlament no es algo que se pueda hacer sin dolor y sin consecuencias.
Un amigo literario y siempre crítico con Jordi Pujol me dice que CDC tenía algo de fenómeno grupal-religioso. La Cataluña catalanista de la amplia clase media que se conforta mirando TV3 era la Patria-Iglesia, Jordi Pujol el profeta y el Papa, los dirigentes y militantes componían la jerarquía y el clero, y el resto de la humanidad estaba formada por distintas clases de infieles –respetables todos, eso sí– porque Cataluña es un país moderno y civilizado.
Y para estos ‘creyentes’ (también muchos ‘tibios’ integraban por diversas causas el rebaño elegido), que algún sacerdote, obispo, o incluso cardenal, cometiera actos impuros con notoriedad era grave pero un palo que había que soportar (nadie es perfecto). Lo impensable, lo inadmisible, lo que podía hacer explotar era que el propio Papa viviera en pecado permanente.
El caso Pujol va a tener serias consecuencias para CDC y puede ser letal para Artur Mas, pero no implica la desaparición del fenómeno independentista porque ya se estaba produciendo –antes del escándalo– una fuerte emigración de voto desde CDC a ERC
Este amigo –al que le gusta el teatro de Valle-Inclán y que exagera– afirma que CDC ha podido superar muchas cosas, incluso la colusión con el estafador confeso Fèlix Millet en el asunto del Palau de la Música (la sede de CDC es la garantía prestada por el partido a la fianza exigida por el juez). Ya se sabe que encontrar benefactores es difícil y los partidos deben hacer cosas ‘extrañas’ para financiarse. Pero lo que no puede digerir es que se difunda (y muchos fieles e infieles crean que es cierto) que la familia Pujol se ha enriquecido con negocios y comisiones aprovechándose del liderazgo político del padre de familia. Si el Papa peca y lo confiesa a modo de expiación… apaga y vámonos.
Algo hay de interesante en esta aproximación. Al PSOE de Felipe González le sacudieron mucho los casos Rubio y Roldán, pero no le aniquilaron moralmente (al fin y al cabo gente así hay desgraciadamente en todas partes). Ni siquiera el famoso caso Filesa, ya que para muchos socialistas la financiación poco ortodoxa (quizás ilegal) podía ser imprescindible para vencer al partido de la derecha, siempre con las arcas llenas.
Al PSOE de Felipe González lo que le hundió moralmente porque repugnaba a muchos socialistas –incluso a los dirigentes que lo habían tolerado o habían mirado hacia otro lado– fue la evidencia de algún tipo de complicidad o respaldo con los GAL. El terrorismo de Estado a través de los cuerpos de seguridad era algo que el socialismo que había gritado a favor de los derechos humanos y contra los abusos policiales de la dictadura de Franco no podía asimilar.
El caso Pujol puede ser para CDC más grave que los GAL para el PSOE porque desarma moralmente el discurso convergente (ahora no es sólo España, sino también la familia del padre de la Patria la que puede haber esquilmado a los catalanes). El daño moral del caso Pujol puede tener, pues, consecuencias políticas y electorales graves, incluso letales, para CDC.
La “refundación” de la que habla el nuevo coordinador general, Josep Rull, que ha sido designado digitalmente por Artur Mas para relevar a Oriol Pujol en la secretaría general del partido, tiene muy escasa credibilidad. ¿Pueden los hijos políticos de Pujol refundar un partido que ha quedado muy tocado por la confesión de Pujol padre y las investigaciones en los juzgados sobre la conducta de sus hijos biológicos?
Pero de la misma forma que creo que CDC tiene un serio problema de supervivencia, aunque Mas haya demostrado carácter y determinación (quizás por encima de la recomendable), también me parece un error afirmar (como es tentación bastante generalizada en Madrid) que el escándalo Pujol conllevará de forma más o menos automática la derrota del independentismo.
Primero porque el independentismo se alimenta de la exacerbación del sentimiento catalanista –muy mayoritario en la sociedad catalana– ante una sentencia del Tribunal Constitucional que rectifica un Estatut que había sido aprobado en referendo, por el que el 80% de la clase política catalana había apostado (no sin cometer errores) y del que los más nacionalistas sin estar entusiasmados (ERC recomendó el voto en contra al igual que el PP) pensaban que más valía un mal arreglo que un buen pleito.
El caso Pujol va a tener serias consecuencias para CDC y puede ser letal para Artur Mas, pero no implica la desaparición del fenómenos independentista porque ya se estaba produciendo –antes del escándalo– una fuerte emigración de voto desde CDC a ERC
La tentación obvia para los más radicales era concluir que si el mal acuerdo (el Estatut, que como salió de las Cortes españolas tras el acuerdo Zapatero-Mas era distinto del que se aprobó en Cataluña) se tumbaba, mas valía sostener un buen pleito (la independencia). Y en este desapego o desafección –certeramente señalado por José Montilla antes de la sentencia– jugaron no sólo los asuntos de fondo (siempre discutibles), sino también las formas.
Por una parte el serial de recusaciones y juego sucio en el propio Constitucional. Por la otra, a una Cataluña que apostaba (no sin errores) por una España plural y que había decidido ser España (en el referendo del Estatut) no se la debía responder con los agravios y el recurso de los nacionalistas españoles contra artículos de ese Estatut que no se recurrieron en otros estatutos posteriores como el valenciano o el andaluz. Y la asimetría en el trato fiscal con la otra ‘nacionalidad’ –la vasca– era patente y se arrastraba desde la Constitución.
Sin solucionar estos problemas de fondo –no fáciles de resolver porque el federalismo es menos conflictivo en países de cultura homogénea como Alemania o Estados Unidos–, una gran parte del nacionalismo catalán e incluso del catalanismo de izquierdas (gente que militaba en el PSC-PSOE como Montserrat Tura, que ayer presentó un libro en Barcelona que aboga por la unión con España desde la libertad, es decir, desde la consulta) puede decidirse a apostar por el independentismo radical. Y este fenómeno ya se estaba produciendo con cierta intensidad –con anterioridad al caso Pujol– a través de la emigración del voto de CiU hacia ERC.
Cuando el partido reformista (en este caso CDC) se convierte sobre el 2012 a las tesis rupturistas o revolucionarias de ERC (el nacionalismo español de Aznar, Rajoy y los “cepillados” de Alfonso Guerra también tiene responsabilidad en esa conversión), es lógico que muchos electores de CDC concluyan que, si ERC tiene razón, lo mejor y más conveniente es votarles directamente. Ese es el descomunal error de Artur Mas, asesorado por un grupo de jóvenes sin experiencia que desprecian el pragmatismo de la CDC tradicional de Pujol y Roca.
Y el tránsito del nacionalismo catalán de CDC a ERC es muy anterior al caso Pujol. En las elecciones del 2010 (cuando Mas derrotó al tripartito), CDC obtuvo el 38,4% de los votos (Pujol había llegado al 45%) y ERC el 7%. En las del 2012 –cuando Mas se inclinaba a medias por la independencia– CDC sacó el 30,7% (diez puntos menos) y ERC el 13,7% (6,7 puntos más). En las europeas de mayo de este año –con Mas lanzado a la consulta independentista– CDC bajó otros nueve puntos, hasta 21,8%, y ERC logró el sorpasso con el 23,6%, diez puntos más. Ahora la encuesta publicada este lunes por El Mundo sobre Cataluña dice que ERC mantendría su 23% y que CiU (quizás el primer efecto Pujol) caería 2,7 puntos más, hasta el 19,1%.
En cuatro años de lo que Mas llama “la hora grande de Cataluña”, CDC puede haber perdido la mitad de su cuota electoral mientras que ERC ha multiplicado por casi cuatro la suya. Lo más curioso es que el tan criticado por poco catalanista PSC (en Barcelona, porque en Madrid se le recrimina lo contrario) sólo pierde 0,6 puntos entre las elecciones del 2012 y la encuesta de El Mundo, mientras que CDC –que decía con orgullo que encarnaba la nueva centralidad catalana– se deja 11,6 (8,9 en las europeas, antes del caso Pujol).
Es evidente que Mas se ha equivocado y ha llevado a una situación muy complicada tanto al nacionalismo de centro-derecha como a toda Cataluña. Pero no creo que para España (ni para Cataluña) lo mejor que pueda pasar es que ERC se convierta en el primer partido catalán. Aunque quizás en el PP haya alguien que apueste exactamente por lo contrario. O actúa con tanto desconocimiento que lo parezca.
Catalufa se desangra......pero a los energúmenos separatistas les da igual.
Está comprobado que son masocas.
La lástima es que los catalanes de bien no les rompan las costillas de una vez.
¿Esos serían los catalanes de bien? Hay que leer cada cosa.
El silencio es hermoso cuando no es impuesto.