Hitler contaba la historia del pueblo alemán como víctimas del complot sionista internacional
El núcleo duro de este conflicto parece encontrarse en esedictum infinitamente repetido según el cual “la historia la escriben siempre los vencedores”, que naturalmente presupone que, al hacerlo, los vencedores falsean los hechos para establecer como definitiva una verdad oficial según la cual ellos fueron los buenos, y los derrotados los malos. Debido al prestigio adquirido por ese dictum, nadie quiere adoptar el punto de vista del vencedor, por temor a que ello convierta inmediatamente su relato en sospechoso de falsificación. Pero esto no significa, ni por asomo, que el relato de los vencedores se complete o se contraste con el de los derrotados (algo que, al menos, tendría cierto interés narratológico). Puesto que lo que buscan quienes pretenden monopolizar el relato de los hechos no es la verdad histórica, sino la legitimidad moral, la realidad es exactamente la contraria de la enunciada en esa fórmula repetitiva, es decir, que todo el mundo se empeña en contar la historia desde la perspectiva de las víctimas, que ha quedado incomprensiblemente libre de toda sospecha (incluso Hitler contaba la historia del pueblo alemán y de la raza aria como víctimas del complot sionista internacional, y Franco estuvo 40 años haciéndose la víctima de la conspiración judeo-masónica). Naturalmente que todos los que participan en un conflicto falsean la historia para presentarse como “los buenos”, pero la forma de hacerlo consiste justamente en aparecer como víctimas, porque sólo así la victoria que pretenden será no solamente consecuencia de su predominio material sobre el enemigo, sino de su superioridad moral.
El discurso nacionalista es, no por casualidad, un ejemplo privilegiado de esta estrategia narrativa. En España hemos visto, por ejemplo, cómo el nacionalismo catalán ha construido en unos pocos años una narración en la cual Cataluña aparece como víctima de una historia de expolio y avasallamiento que ha durado siglos. Si esta historieta hubiera sido impuesta mediante la violencia a todos los súbditos por un dictador despiadado en un país remoto, nos parecería verosímil que muchos de ellos hubiesen acabado creyéndosela. Sin embargo, ha ocurrido en un país democrático, políticamente pluralista, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, y no obstante un buen número de catalanes letrados se ha enganchado a esta fábula con manifiesto entusiasmo. Y si escuchamos con atención la historia del terrorismo de ETA que narra el nacionalismo vasco, tenemos bastantes posibilidades de que los asesinos se conviertan en patriotas (o sea, abertzales),ciertamente equivocados, pero patriotas al fin, que habrían sido, no menos que los asesinados, víctimas de un conflicto político no resuelto con el Estado español. Y si quienes no son nacionalistas se niegan a aceptar ese relato, es decir, si rechazan desempeñar el papel de verdugos que falsifican la historia para justificar el saqueo, sencillamente tendrán que admitir que no viven en el mismo país (español, vasco o catalán), puesto que su relato es incompatible con el del nacionalismo.