Hay miedo en Cataluña
Deberíamos preguntarnos si, con la 'presión independentista', cierta parte de la población en Cataluña tiene miedo. Vamos a escribir las cosas con meridiana claridad: miedo a expresarse; miedo a ser marcado; miedo a hablar de ciertos temas en ciertos ambientes. Empecé a escribir mi columna hace más de un mes. En este período no sólo familiares o amigos sino incluso ex parejas me han pedido que deje de hacerlo. No temen por lo que escriba sino por algunos que leen lo que escribo. Esa es la Cataluña actual.
Estamos en una Cataluña donde se quiere el silencio. Donde cualquier opinión divergente, es decir, juntar unas letras, son insultadas o vilipendiadas por el simple hecho de no ser compartidas. Y, como hemos escrito en innumerables ocasiones, las opiniones divergentes son las que enriquecen un país. Ahora es tiempo de discursos únicos. Consignas, fe y dogma. No vale salirse de la línea. Algo propio de otros tiempos. Algunos pensamos que el Govern de Artur Mas no sólo ha dividido al país sino, peor aún, ha atemorizado a una parte de los ciudadanos. Aunque sea incómodo decirlo es así. Y, si una parte de la sociedad catalana tiene miedo a hablar en publico, es porque el procés se ha hecho mal, muy mal.
Y esto es más crudo aún en localidades pequeñas. Imaginen un pueblo cualquiera de Cataluña. Uno de esos con la bandera estelada en su rotonda de entrada. Más banderas en los balcones o hasta en el propio ayuntamiento. ¿Alguien cree que, si se 'invita' a alguien a ir a la Via Lliure, se negará? ¿Alguien cree que, si unos miembros, lista en mano, de la ANC visitan su tienda para colocar alguna publicidad, se negarán? ¿Alguien cree que un ciudadano opinará algo que se salga de la matriz creada? No duden de que la vida pública se ha prostituido en Cataluña de una forma infernal en favor de unos. Pocos o muchos, sólo de unos.
Ahora nadie quiere ser marcado. Muchos prefieren callar. Algunos tenemos la libertad de opinar lo que nos dé la absoluta gana sin más miedos que ser fieles a nuestras reflexiones. Pero somos unos afortunados. Y no todos podemos disponer de esa opción. Pero, por suerte, esa dimensión pública se transformará en privada el próximo día 27. Allí, por primera vez en 4 años de procés, no hablará la calle sino los votos. Algunos pedíamos estas elecciones autonómicas hace años. Otros las han retrasado para seguir chupando dinero público. Una derrota del procés no sólo deberíamos interpretarla como una derrota del independentismo, como algunos creen, sino también como un reconocimiento del miedo real en Cataluña.
Y no nos engañemos, que un gobierno --el de Artur Mas o cualquier otro-- haya fomentado el miedo en una parte de sus ciudadanos no tiene cabida en Europa. Algunos maltratan la palabra miedo por decir que estaremos fuera de la Unión Europea o por indicar que la economía catalana se hundirá. Señores, eso no es miedo, eso es una realidad. Miedo es simplemente que mucha gente vaya a actos por el qué dirán o, peor aún, que mucha gente no pueda decir en público lo que dice en privado. El miedo es la peor política de un gobierno. Artur Mas no es un mal político por liderar un procés. Artur Mas sí es un mal político, el peor de la historia catalana, simplemente por instaurar el miedo en Cataluña.
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