Pese al ruido mediático, Podemos no va a investir a Pedro Sánchez. Decía Chesterton que desde que la gente ya no cree en Dios está dispuesta a creer en cualquier cosa. Y con la política ocurre algo parecido. Desde que los grandes relatos teóricos –muy principalmente el marxista– han dejado de proveer de un sentido inteligible a los hechos que acontecen en la realidad, el personal está dispuesto a creer que las series de televisión escriben el guión de la Historia. En el siglo XIX, si alguien hubiera tratado de explicar la política de Cánovas durante la Restauración tomando como base los capítulos de Juego de Tronos, sin duda, habría sido tomado por un idiota integral. Y con razón. En el XXI, en cambio, los más sesudos y respetados augures de la cosa pública pretenden que las pulsiones psicológicas de un Sánchez o un Iglesias constituyen lo único que mueve el mundo.
No habría, pues, otra explicación a fin de entender el devenir político que el loco extravío por el poder de Fulano, la ambición sin límites de Mengano, la pérfida maldad de Zutano o la indolente parsimonia de Mariano. Para que luego digan que el Progreso existe. Hay, sin embargo, en la peripecia institucional más, mucho más que esos personajes del guiñol y sus pasiones del tebeo. Podemos, incierto híbrido entre el radicalismo genuino de Syriza y el oportunismo no menos genuino del Movimiento Cinco Estrellas, no va a llevar al PSOE a La Moncloa por razones estrictamente tácticas. A diferencia de lo que sucede con Ciudadanos, cuyo espacio político aún está en gran medida por definir, la base electoral de Podemos se antoja mucho más delimitada y precisa.
Si el voto a Ciudadanos responde, sobre todo, a algo tan volátil y contingente como un estado de ánimo colectivo, el de Podemos obedece a una fractura profunda en lo que en su día fuera el sostén sociológico de la socialdemocracia. Por eso, Ciudadanos no compite por la hegemonía con el Partido Popular y, en cambio, Podemos sí lo hace con el PSOE. Y de ahí la primera objeción seria a una eventual entente con Sánchez. El próximo Gobierno de España, lo presida quien lo presida, está llamado a seguir aplicando raciones de aceite de ricino al gasto social. Bruselas ya se ha apresurado a recordarlo. Algo letal para Podemos, que pondría en riesgo su legitimidad de origen ante el electorado a cambio de nada. No se olvide al respecto que Syriza, el partido que hoy aplica la política económica más ortodoxa y derechista de toda Europa, esperó a llegar al poder para desprenderse de la virginidad ideológica.
Pero, antes de alcanzarlo, se abstuvo muy mucho de mancharse las manos apoyando a los socialistas del Pasok. Una estrategia que se demostró brillante con el tiempo. Tan brillante que el Pasok ni siquiera existe a estas horas. ¿Por qué iba a hacer algo distinto Pablo Iglesias en España? ¿Por alguna bobada infantil sacada de Juego de Tronos? Y después está el asunto catalán. El referéndum no será algo irrenunciable para Tania Sánchez y los compañeros de Rivas, pero sí lo es para Ada Colau. No solo es algo irrenunciable, es su genuina razón de ser. Sin la bandera del referéndum, Colau no sería nadie en la política catalana. Y Colau lo puede ser todo en la política catalana. No pueden desprenderse de esa bandera. Bajo ningún concepto lo harán. No, pese al ruido, no lo investirán.