Cuando José Luis Rodríguez Zapatero se hizo con la Secretaría General del PSOE creímos que sería con carácter interino, para un rato, lo que tardaran las familias socialistas en limar sus diferencias y acordar un genuino jefe de mesnada. Luego, el 11-M catapultó a Zapatero a La Moncloa y el atolondrado dirigente cuajó en solemne para elevar a la categoría de política el caos que bullía en su mollera. Acabado su sobresaltado mandato, nos engañamos creyendo que aquello no fue más que un paréntesis, una equivocación, un mal sueño, que al fin terminó. Pasamos por alto el vergonzoso hecho de que, transcurridos cuatro años del atentado que lo encumbró, lo volvimos a votar, esta vez hallándonos en pleno ejercicio de nuestras facultades mentales. Es inquietante sospechar que lo zapatérico nos atrae.
Leyendo las primeras propuestas del PSOE para estas elecciones, da la impresión de que Pedro Sánchez también cree que Zapatero fue algo más que un accidente. Expuesto el verdadero rostro del comunismo y desautorizado el socialismo hasta en los lugares donde se ha aplicado con más éxito, la izquierda mediterránea, huérfana de referentes, desnuda de ideas, se debate entre el oxímoron de un marxismo utópico y el pleonasmo de un populismo demagógico. Lo que hoy hemos sabido del futuro programa socialista lo podría haber firmado Zapatero sin remordimiento alguno. Tiene delito que sea el editorialista de El País quien, tras detectar el zapateril origen en sus derrotes anticlericales, termine afirmando: "Lo mejor de las propuestas socialistas es el alejamiento de todo ejercicio crispador y demagógico". Y ahí está lo delictivo, que, precisamente por su inspiración zapatérica, las propuestas socialistas crispan en tanto que gratuitamente anticatólicas y son demagógicas al plantear un aumento de la edad de escolarización o del salario mínimo.
Si tanto les preocupa la educación y tan de izquierdas son, ¿por qué no proponen medidas para incrementar la calidad de la enseñanza pública con el fin de que quien no tenga dinero pueda dotarse de una formación en condiciones de competir con la de quienes pueden pagarse una enseñanza privada? Sin embargo, eso no lo proponen. Y no lo hacen porque los colegios y las universidades tendrían que ser exigentes con sus alumnos, porque habría que arrebatar a los sindicatos el control de la enseñanza pública, porque los profesores tendrían que tener la formación necesaria para garantizar esa alta calidad y estar dotados de la autoridad suficiente para impedir que los malos estudiantes obstaculicen el aprendizaje de los buenos.
Siendo la calidad de la enseñanza en España la que es, lo que le preocupa al PSOE de Pedro Sánchez es expulsar a la Iglesia de este ámbito y aumentar la edad obligatoria hasta los dieciocho años para que, en vez de ir a la cola del paro a engordar las estadísticas que Bruselas nos restriega luego por la cara, los mocetones que no quieran estudiar huelguen en los institutos estorbando a quienes sí quieren hacerlo. Zapatero ha hecho escuela. Nunca mejor dicho.
Emilio Campmany