Una directora de instituto, una funcionaria en Cataluña, una persona diligente, un ejemplo. Dolores Agenjo es el símbolo de la resistencia al separatismo, de lo que debía haber hecho el Estado y sólo hizo ella. En la soledad más absoluta, sin un aparato mafioso y de propaganda detrás, sin una Administración en la que respaldarse, a las bravas y por la libertad. "O me lo dices por escrito o no hay tema", fue la respuesta que le debió dar Agenjo a una tal Montse Llobet, a la sazón directora del departamento de inspección del comisariado de adoctrinamiento y propaganda del Gobierno regional catalán, vulgo Conselleria d'Ensenyament.
Le pedían las llaves de su instituto, el Pedraforca de Hospitalet, la segunda ciudad más populosa de Cataluña, con doscientos cincuenta mil habitantes. Y Agenjo dijo que no. Fue la única. Todos los demás cedieron, de grado o a la fuerza, pero se fueron patas abajo.
Hoy ha pasado por el Tribunal Superior de Justicia, donde ha declarado como testigo. Recibió cinco llamadas como mínimo para que accediera a abrir el centro para el referéndum separatista y se plantó. Dijo no y se convirtió en el Estado, en la última trinchera de la Ley, en el baluarte de la Constitución. Mientras, los poderes del Estado iban a su bola. 9-N, fin de semana y magistrados y fiscales del TSJC en sus menesteres, el golf, la parrillada o el carrusel deportivo. Allí, en Cataluña, sólo estaba Dolores, una tipa valiente. Su única debilidad es que se ha presentado a las autonómicas por Ciudadanos. A eso se agarraba el abogado de Rigau, la consejera de Enseñanza. El letrado, Jordi Pina, es el mismo que el de Félix Millet, el payo del Palau de la Música y gestor del tres por ciento. Ni les preocupa el disimulo.
Con la redacción de TV3 bajo la bota, Rigau fue entrevistada a la misma hora que Agenjo declaraba en el TSJC. Lo tenía clarísimo la consejera masiana, así que declaró que sus instrucciones van a misa y que si ella hubiera ordenado la apertura del instituto en cuestión éste hubiera abierto sí o sí y desde el minuto uno. Faltaría más. Una orden de sita Rigau, la Generalidad en persona, la señora que susurra en la oreja de Mas. Está en el minuto cuatro y a los veinte segundos en la entrevista matinal de TV3. Heil Mas. Como decía Ignacio Vidal-Folch en su artículo del pasado sábado en El Mundo:
El Astuto miraba al infinito, alzaba cuatro dedos (en símbolo de las barras del escudo catalán) y se los llevaba al corazón o al billetero. A su alrededor, una multitud de altos cargos y alcaldes agitando sus varas recordaban poderosamente a la gente que recibió brazo en alto a Hitler a la salida del juicio de Múnich de 1924.