En la madrugada del 23 de junio de 1983 ETA estuvo a punto de perpetrar lo que hubiera sido el atentado terrorista más letal cometido nunca en Europa. Aquella madrugada, la muerte rondó el cuartel de San Sebastián mientras dormían hacinados cerca de 500 agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Nunca se llegó a abrir una investigación para poner rostro a los autores de esta matanza errada. Fue un «atentado frustrado».
¿Por qué no existen en la Audiencia Nacional diligencias relacionadas con esta acción terrorista? ¿Por qué tampoco figura un simple atestado en comisaría? Incluso el Ministerio del Interior no tiene constancia de que se produjera este ataque. Hay quien esgrime una justificación: el día anterior ETA había asesinado en Pasajes al guardia civil Juan Maldonado; y nada más quedar desactivado el explosivo colocado en el cuartel, a pocos metros, acabó con la vida del policía Juan Casano. La ofensiva terrorista desbordaba y las investigaciones priorizaban los atentados con víctimas. Pero, ¿por qué no se abrieron posteriormente diligencias antes de que prescribiera el delito?
Las crónicas de la época relatan que sobre las 0.30 horas del 23 de junio dos encapuchados, armados con pistolas, irrumpieron en la vivienda del administrador del Mercado de Atocha y lo maniataron junto a tres miembros de su familia. Su pretensión era acceder desde allí, a través de un pasadizo, al antiguo Hospital Militar, que desde hacía tres meses se había habilitado como cuartel de la Policía Nacional. Una vez dentro, colocarían más de 25 kilos de goma-dos, distribuidos en el desván para que el efecto mortífero fuera mayor. Los terroristas, sin embargo, desconocían que el citado pasadizo se había tapiado poco antes, como medida de seguridad. Al ver frustrado su plan, decidieron colocar el explosivo, también distribuido en tiras, a lo largo del tejado, al que sí pudieron llegar.
Edificio ruinoso
El edificio, de tres plantas, se encontraba en estado ruinoso. La explosión lo hubiera destruido. Un siniestro total que habría arrebatado la vida a los cerca de 500 policías que en ese momento dormían, o realizaban labores de vigilancia, pero un error en el mecanismo evitó la tragedia. Así que a la 1.30 los etarras informaron a la DYA de la colocación del explosivo.
Francisco Zaragoza formaba parte entonces de la 20ª Compañía de Reserva General, las conocidas unidades antidisturbios. Su base estaba en Valencia, pero aquel mes de junio se encontraba destinada en San Sebastián para prestar servicios de Seguridad Ciudadana. En aquellos «años de plomo» los atentados y disturbios eran diarios así que se les unieron otras dos compañías de Reserva, la de Granada y la de Valladolid. Cada compañía se componía de entre 150 y 160 hombres. «Al estar sometidos a disciplina militar todos estábamos obligados a pernoctar en aquellas instalaciones», comenta Francisco Zaragoza. «Las salas donde dormíamos estaban repletas de literas y taquillas metálicas que poníamos contra las ventanas para darnos una falsa sensación de seguridad en caso de ataque terrorista contra el edificio, como ya había ocurrido... Hacinados, en cada sala dormíamos unas cincuenta personas».
«Angustia y miedo»
El 21 de junio, ETA había asesinado en Pasajes al guardia civil Juan Maldonado. «La angustia y el miedo eran constantes entre nosotros, sabíamos dónde estábamos, que éramos un blanco perfecto, pero no podíamos negarnos a cumplir el servicio», relata. «Tras la cena nos fuimos a dormir; había que madrugar al día siguiente. Nos correspondió la tercera planta, la que estaba debajo del tejado...». «Sobre la 1.30 horas nos despertaron fuertes gritos y golpes. Se abrió la puerta del dormitorio y alguien gritó: ¡Arriba todo el mundo! ¡Coged el armamento y bajad a la planta baja! ¡Rápido, rápido! ¡Todo el mundo abajo, todo el mundo abajo! ¡Vamos, vamos, vamos!». «Salté de la litera, me vestí, saqué mi Mauser de la taquilla y me dirigí hacia las escaleras. No era la primera vez que nos tocaba salir corriendo por algún problema. Ya estábamos acostumbrados». Pero... «me extrañó ver que las otras compañías también salían de sus plantas y nos agolpábamos todos en las escaleras. Algo gordo tenía que haber pasado para que nos sacaran a todos de la cama. Al llegar a la planta baja no nos dejaban salir al patio, a los coches, y nos dijeron que esperásemos allí. Que no saliésemos a la calle...».
Junto al explosivo
Por fin, el comandante informó a los policías: un «comando» de ETA había colocado explosivos suficientes para hacer volar el edificio. «No lo íbamos a desalojar porque podría ser una trampa para hacernos salir y dispararnos desde el monte cercano, como ya ha ocurrido en alguna ocasión». Al fin, «nos trasladaríamos todos al patio y allí esperaríamos a que los compañeros del Tedax desactivaran los explosivos. Se prohibió subir a las plantas altas». Fueron cuatro horas de enorme tensión, porque los agentes tuvieron que aguardar a escasos metros mientras sus compañeros neutralizaban la potente carga.