ZP vs. Aznar: Dos formas de enfrentarse a la tormenta
Ya no se trata de una opinión de Pepe Blanco, a la sazón Ministro de Fomento metido circunstancialmente a Ministro de Economía veraniego. Hoy la titular ha dejado el tema visto para sentencia (de muerte): "se revisarán todas las figuras impositivas".
Y aunque por otros lares ya disfruten de brotes verdes como pinos, en nuestra seca y árida Hispania el paisaje otoñal pinta a dunas de Doñana y déficit desbocado. Solución a la hemorragia: o gastamos menos o recaudamos más.
En este sentido al antipático Aznar, aquel que enfermara gravemente del llamado mal de la segunda legislatura(Prestige, Yak 42, guerra de Irak y 11-M)y que ahora nos exhibe groseramente esos abdominales de lavadero, hay que reconocerle que ante una tormenta similar en 1996 tuvo la personalidad y el corage para afrontar un ajuste de caballo y entrar a formar parte de la moneda única. Había un déficit de casi el 7 por ciento, una deuda pública cercana al 70 por ciento del PIB, unos tipos de interés del 12 por ciento, una inflación del 5 por ciento y una desconfianza que había provocado cuatro devaluaciones sucesivas de la peseta. Es cierto que también privatizó empresas públicas mollares como Telefónica o Endesa y promovió la burbuja del ladrillo, pero también lo es que todos los ministerios pedían y pedían y aseguraban que eran gastos irrenunciables. Pero el antipático Jose Mari supo decir NO.
ZP por el contrario pretende contentar a todo el mundo (incluso con los empresarios a pesar de grandilocuentes declaraciones): banca, sindicatos, desempleados, autonomías... y eso significa más y más dinero que sigue engordando un monstruo déficit que ahora nos tocará apechugar vía impuestos tal y como hoy ha confirmado Elena Salgado. Está claro: o gastamos menos o recaudamos más y ZP ya ha hecho su elección.
En fin, que los dos últimos presidentes del gobierno nos pueden caer mejor o peor y desde luego no nos van a solucionar la vida (me conformaría con que no me la fastidiasen), pero así como hay padres que dicen NO a sus hijos cuando hay que decirlo y les exigen sacrificio, otros les dan todos los caprichos para tener buen rollo con ellos y que pague la casa.
Es la diferencia entre afrontar las tormentas de cara y capear el temporal pretendiendo no mojarse.