EL GOBIERNO DE FRANCO SALVÓ A MÁS DE 40.000 JUDÍOS
Por EDUARDO PALOMAR BARÓ
Introducción
Dentro de la campaña orquestada contra todo lo que haga referencia a Francisco Franco y a su Régimen, se manifestó con una enorme virulencia a partir de la trágica fecha del 11-M, cuando por unas muy ‘extrañas’ circunstancias -aún no esclarecidas- se produjo un sorprendente vuelco de las urnas, con las consignas y mensajes de “¡Pásalo!” a través de los móviles, salió nombrado presidente del Gobierno el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, y con ello ese denominado ‘cambio de régimen’ del que estamos disfrutando actualmente.
Personaje que acumula un profundo odio por la derrota que infringieron los Nacionales al frentepopulismo de su fenecido abuelo, llegando al paroxismo de auto titularse ‘rojo’. Su revanchismo no conoce límites. Provocador empedernido, está entrando en una peligrosísima espiral, tanto en la política interior como en la exterior. De todos conocida la retirada de la estatua ecuestre del Generalísimo con premeditación, alevosía y nocturnidad, para servírsela a los postres de una aberrante cena, a otro demócrata de toda la vida, al asesino de Paracuellos, Santiago Carrillo.
Así las cosas, no hay que extrañar -si aún hay algo que pueda asombrar en ese tiempo de enanos- que los medios de comunicación escritos y audiovisuales, la mayoría de ellos en manos de socialistas, nacionalistas y demás tropa izquierdosa, se dediquen a tergiversar nuestra historia reciente, con una sarta de mentiras, desinformaciones y falsedades, siendo una de las ‘clásicas’ y reincidentes el comportamiento del Gobierno de Franco con el pueblo judío durante la II Guerra Mundial.
Así en una revista que se titula como de ‘Historia’, de cuyo nombre no quiero acordarme, se podían leer estas perlas:
«Según una falacia, machaconamente difundida por el franquismo tras la derrota del Eje en la II Guerra Mundial, España, es decir, el Régimen, había trabajado incansablemente para atenuar los efectos del antisemitismo nazi, salvando a muchos millares de judíos de los campos de exterminio, pese a la desastrosa situación económica interna. Ese interés de presentar al franquismo como salvador de judíos se intensificó cuando nació Israel y, sobre todo, después de su ingreso en la ONU. La diplomacia de la Dictadura intentó, infructuosamente, entablar relaciones y obtener apoyo israelí en la ONU, utilizando, entre otros argumentos, la historia de la salvación de judíos por el franquismo. [...] Según autorizados investigadores, gran parte de los judíos que hallaron su salvación atravesando España y alcanzando territorio portugués, lo hicieron con visado de Portugal. [...] Las autoridades franquistas no eran partidarias de acoger judíos y que les pusieron todo tipo de trabas, incluso a los sefarditas que tenían la nacionalidad española.»
A raíz del homenaje que el Gobierno húngaro tributó a la viuda del diplomático español Ángel Sanz Briz, por haber salvado a más de 5.000 judíos durante la ocupación por las tropas alemanas de la capital magiar en 1944, los medios de comunicación “democráticos” silenciaron la directísima intervención de Franco hacia los judíos perseguidos por Hitler y que residían en Francia, Hungría, Rumania, Polonia y Bulgaria.
Tratan de hacer ver que el valiente y heroico diplomático Sanz Briz actuaba como “independiente”, sin ninguna colaboración ni mediación del Gobierno de Franco, de su ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana y Sousa, conde de Jordana y de su sucesor José Félix de Lequerica y Erquiza, y del embajador Juan Francisco Cárdenas, el duque de Alba, etc.
Ángel Sanz Briz
A mediados del siglo XIX vivían en Zamora los hermanos Sanz Espuis. El benjamín Felipe se fue a Zaragoza dedicándose a la compra-venta de pieles. Se casó con Pilar Benedé, de cuyo matrimonio nació Felipe Sanz Benedé que contrajo nupcias con Pilar Briz. Fruto de este matrimonio fueron los hermanos Sanz Briz: Felipe, Mariano, Alfonso, Pilar y Ángel.
Ángel nación en Zaragoza el 28 de septiembre de 1910. Estudió en los Escolapios y después cursó la carrera de Derecho en Madrid y en 1933, a los 23 años, ingresó en la Escuela Diplomática. El 18 de julio de 1936 con el estallido de la Guerra Civil española, se enroló de voluntario en las tropas nacionales como conductor de camiones del Cuerpo de Ejército Marroquí. Una vez finalizada la contienda, fue destinado, en el año 1939, como encargado de negocios en la embajada de El Cairo (Egipto), hasta que en 1943 fue trasladado a la Legación española en Budapest. Se casó con Adela Quijano, natural de los Corrales de Buelna (Cantabria) con la que tuvo cinco hijos. Además de esposa, fue una entregada colaboradora de su marido en la difícil y arriesgada misión de salvar judíos en la II Guerra Mundial.
Situación en Hungría
El almirante Miklós Horthy, regente de Hungría, fue obligado por Hitler a nombrar un gobierno pro nazi encabezado por Döme Sztojay. A continuación comenzaron a aplicarse en todo el país y particularmente en Budapest las medidas anti judías, empezando por la obligación de llevar la estrella de David y terminando por la deportación. En mayo de 1944 el Encargado de Negocios de España en Budapest Miguel Ángel Muguiro informó al gobierno de la situación. En aquel momento España no había reconocido aún al gobierno de Sztojay y en junio Muguiro tuvo que abandonar el país acusado de haberlo impedido con sus informes, no sin antes haber tramitado los visados que salvaron a 500 niños. De esta manera Sanz Briz quedó convertido en el representante oficial de España en Hungría. En julio de 1944 Ángel Sanz Briz calculaba en medio millón el número de judíos deportados y había empezado a conceder visados con los que 1.684 judíos pudieron huir a Suiza.
El 15 de octubre de 1944 el almirante Horthy fue detenido, llegando al poder Ferenc Szálasi, el líder de los nazis húngaros. Inmediatamente la persecución contra los judíos se endureció.
Actuaciones de Ángel Sanz Briz
Desde su puesto puso en práctica todo tipo de estratagemas que consiguieron que miles de judíos escaparan de una muerte segura a manos de los nazis. Como primera medida logró convencer a las autoridades húngaras para que aceptaran su protección sobre doscientos judíos de origen sefardí (*), a los que el Gobierno de Franco reconoció su derecho a la nacionalidad española. Una vez concedido el permiso por las autoridades, como sea que sólo encontró a 45 sefarditas, empezó por repartir el resto entre judíos asquenazíes (**) que eran mayoría en Budapest.
(*) [N. del A.] Los sefarditas son los descendientes de los judíos que vivieron en España. Convivieron pacíficamente con los musulmanes y cristianos durante siglos y su cultura prosperó como en ninguna otra parte. Durante la Edad Media, los hispanojudíos fueron reconocidos como los líderes de la fe y cultura en aquellos siglos, un liderazgo religioso, y sobre todo cultural, que se prolongó durante varios siglos tras la expulsión, que tuvo lugar en 1492, por los Reyes Católicos. Los judíos españoles se establecieron en el antiguo Imperio Otomano, Francia meridional, Italia, la Nueva España actual México, en Perú y Chile, Holanda, Inglaterra, Alemania, Dinamarca, Austria, Suiza y Hungría, donde se establecieron en comunidades y conservaron su patrimonio cultural. Durante siglos conservaron una variedad del castellano llamado ladino o judeoespañol. Sefarad es el nombre que los judíos daban a España.
(**) [N. del A.] Asquenazí es el nombre de uno de los dos grandes grupos judíos, atendiendo a los criterios de origen geográfico y tradición cultural. Son los judíos que vivieron o viven en Europa Central y del Este, como Polonia, Alemania, Rusia, Lituania, etc. La palabra asquenazí se deriva fundamentalmente de la palabra hebrea para Alemania, así como hemos visto que sefardí se derivaba de la palabra hebrea para España.
Luego se le ocurrió a Sanz Briz el subterfugio de conceder pasaportes a 200 familias en vez de a 200 individuos, y finalmente acabaría por dar pasaportes a miles de judíos mediante diversos trucos.
El propio Sanz Briz relataba a Federico Ysart en su libro España y los judíos: “Después la labor fue relativamente fácil. Las 200 unidades que me habían sido concedidas las convertí en 200 familias; y las doscientas familias se multiplicaron indefinidamente con el simple procedimiento de no expedir documento o pasaporte alguno a favor de los judíos que llevase un número superior al 200.”
En noviembre de 1944 se obligó a los judíos protegidos por países neutrales a concentrarse en un gueto, en medio de constantes rumores sobre su posible deportación a campos de exterminio.
Ángel Sanz Briz, siguiendo el ejemplo del diplomático sueco Raul Wallemberg, -el cual alquilaba casas para acoger a los judíos- y con el consentimiento y la ayuda del Gobierno del Generalísimo Franco, que ya había dado anteriormente órdenes a Sanz Briz en el sentido de hacer “algo” por los judíos, compró y alquiló hasta once edificios destinados a albergar a los judíos perseguidos, a los que proporcionó además de techo, comida y atención médica hasta que pudieran salir del país. En dichos edificios colocó el cartel de “Anexo de la Embajada de España” y ondeando la bandera española.
Sanz Briz y los documentos falsos
El modelo de los documentos falsos que emitió el diplomático español a favor de Mor Mannheim -el cual salvó la vida, así como a más de 5.000 judíos húngaros- estaba fechado en Budapest el 14 de noviembre de 1944, y decía:
“Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes de España, la adquisición de la nacionalidad española. La Legación de España ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir”.
El firmante del documento era Ángel Sanz Briz, el joven diplomático español, jefe de la Legación española, que bajo las órdenes del Gobierno de España y con la ayuda de su amigo, el italiano Giorgio Perlasca, emitió esos salvoconductos a todos los judíos alegando que era sefarditas.
La mujer de Sanz Briz, Adela Quijano abandonó Budapest a principios del año 1944, poco después de dar a luz a Adela, la mayor de sus cinco hijos. El diplomático permaneció allí solo, pues como manifestó “era su obligación”.
El día 1 de diciembre de 1944 Sanz Briz, que se negaba a reconocer el gobierno filo nazi de Szálasi, se vio obligado a dejar Budapest y se refugió en Suiza.
En una Budapest bombardeada constantemente, dividida por la ocupación nazi y la del Ejército Rojo, Sanz Briz utilizó todos los recursos posibles para evitar que miles de personas fueran conducidas a los campos de concentración de Auschwitz y Brikenau.
En total se calcula que gracias a Ángel Sanz Briz, Miguel Ángel Muguiro y Giorgio Perlasca se salvaron alrededor de 5.200 vidas.
Los nuevos destinos diplomáticos de Sanz Briz
Entre 1946 y 1960 ocupó puestos en las embajadas, legaciones y consulados en Washington, Lima, Berna Vaticano y Bayona. En 1960 fue nombrado embajador en Guatemala, donde recibió la Gran Cruz de la Orden del Quetzal. Dos años más tarde desempeñó el cargo de cónsul general en Nueva York. En 1964, fue como embajador a Perú, donde le impusieron la Gran Cruz de la Orden del Sol. Luego a la Embajada en Holanda, otorgándole la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau. Más tarde a la de Bélgica, y en 1973 a la de la República Popular China, siendo el primer embajador español en Pekín, ante el régimen de Mao Tse-tung. A continuación fue destinado a la Santa Sede, desde 1977 a 1980, donde le concedieron la Gran Cruz de la Orden de San Gregorio Magno.
A lo largo de su vida diplomática obtuvo las siguientes medallas y distinciones: Gran Cruz de Bélgica, La Gran Cruz de la Orden Pro Mérito Melitensi (Malta), Comendador de la Corona de Italia, Oficial de la Orden de la Legión de Honor (Francia), Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil (España), Comendador y Caballero de la Orden de Isabel la Católica (España), Gran Cruz de Carlos III (España) y la Medalla de la Orden del Mérito (Hungría) (a título póstumo). Justo de la Humanidad (Israel, en 1991). En el Yad Vashem, museo del Holocausto, colocaron una placa con su nombre.
Ángel Sanz Briz falleció en Roma en 1980, cuando ya estaba a punto de concluir su brillante carrera diplomática.
Homenaje del Gobierno húngaro
Con motivo del 50 aniversario del Holocausto, el Gobierno húngaro rindió homenaje a la labor del diplomático español, descubriendo el alcalde de Budapest una placa colocada en la fachada del número 35 de Szent István, frente a la plaza de San Esteban, con la siguiente inscripción:
“Que esta plaza conserve el recuerdo del Encargado de Negocios de España, don Ángel Sanz Briz, quien en 1944, durante la siniestra época, salvó la vida de varios miles de judíos. ¿Qué su memoria sea bendecida! El Gobierno del Reino de España, la Comunidad de Creyentes Judíos de Budapest, la Comisión Conmemorativa del Holocausto de Hungría. La Alcaldía de la Capital. La Alcaldía del Distrito XIII. Budapest, 16 de octubre de 1994.”
El presidente de Hungría Arpád Göncz impuso a su viuda, Adela Quijano, la medalla de oro de la Magyar Köztársaság Tiszti Keresztje, equivalente a la española Orden del Mérito Civil. Al acto asistió el entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Javier Solana. En España el rostro de Sanz Briz ilustró una emisión de sellos de Correos, conmemorativos de una serie dedicada a los derechos humanos.
Giorgio Perlasca, “cónsul” español en Budapest
El que continuó la labor, una vez que Sanz Briz tuvo que huir a Suiza, fue su amigo y compañero en la Legación, Giorgio Perlasca.
Nació en Como (Italia) el 31 de enero de 1910, pero a los pocos meses de su nacimiento, sus padres se trasladaron con toda la familia a Maserà di Padova. De religión católica y seguidor, cuando era un adolescente, de las ideas nacionalistas de Gabriele D’Annunzio. A los 26 años se alistó como voluntario para luchar en el bando de Franco, al enterarse de la quema de iglesias durante el mandato del Frente Popular. Combatió en el transcurso de la Guerra Civil española en un regimiento de Artillería. Perlasca aprendió el español, idioma que le sería decisivo para su posterior acción de salvamento de los judíos sefarditas.
Finalizada la contienda regresó a Italia en donde le sorprendió el comienzo de la II Guerra Mundial y la alianza entre Mussolini y Hitler. Fue en ese momento cuando Perlasca abandonó el fascismo. El viejo rencor hacia Alemania, país contra el cual Italia había peleado en la I Guerra Mundial, y las leyes raciales alemanas entradas en vigor en 1938 y que representaban una explícita persecución de los judíos italianos, le hicieron abandonar el Fascismo y decidió permanecer leal sólo al Rey Víctor Manuel III.
Después de la entrada en guerra de Italia como aliada de Alemania, en 1940 fue enviado como Encargado de Negocios con categoría de diplomático a los países del Este, para comprar carne para el ejército italiano.
El 8 de septiembre de 1943, cuando entre Italia y los Aliados se firmó el armisticio, que significaría una profunda grieta entre el Fascismo y la Monarquía, Perlasca se encontraba en Budapest. Sintiéndose vinculado por el juramento de fidelidad prestado al Rey de Italia, rehusó adherirse a la República Social italiana y por ello estuvo recluido algunos meses en un castillo húngaro destinado a los diplomáticos.
Aprovechando un pase médico que le permitía viajar dentro de Budapest, se escapó y pidió asilo en la Embajada de España. Como combatiente de la Guerra Civil española tenía un documento firmado por el Generalísimo Franco que decía:
“Querido camarada: en cualquier parte del mundo que te encuentres, dirígete a las Embajadas españolas.”
Así pues, se convirtió en ciudadano español, consiguiendo un pasaporte en toda regla a nombre de “Jorge” Perlasca, empezando a ayudar al embajador español Ángel Sanz Briz en la obra humanitaria de protección que España estaba llevando a cabo junto con las demás potencias neutrales presentes en la capital magiar, como Suecia, Portugal, Suiza y Ciudad del Vaticano.
Enterado el Ministerio del Interior del Gobierno húngaro de la precipitada marcha de Sanz Briz, mandó desalojar las casas protegidas. Fue entonces cuando Perlasca decidió arriesgar su vida para salvar los judíos refugiados en las casas protegidas por la Embajada española. Ante los milicianos húngaros que habían venido para registrar los edificios, Perlasca les dijo:
“¡Suspenderlo todo! ¡Os estáis equivocando! Sanz Briz ha ido a Berna para comunicar más fácilmente con Madrid. La suya es una misión diplomática importantísima. Informaos en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Existe una expresa nota de Sanz Briz en que me nombra su sustituto en su ausencia.”
Le creyeron y suspendieron las operaciones de registro.
Al día siguiente, en papel con membrete oficial y con sellos auténticos, rellenó de su puño y letra su propio nombramiento a Cónsul español que presentó en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde sus credenciales fueron aceptadas sin ninguna reserva.
Perlasca, arriesgando la vida, actuó durante 45 terribles días como cónsul y único regente de la Embajada española, logrando salvar a húngaros de religión judía hacinados en las “casas protegidas” a lo largo del Danubio, sustrayéndolos a la deportación y a los campos de concentración, protegiéndolos y alimentándoles día tras día. Organizó su resistencia; consiguió dinero y comida; negoció como un verdadero diplomático con los nazis; falsificó certificados y firmó papeles oficiales, etc.
Concluyó su humanitaria tarea a la llegada de la armada Roja a Budapest. Los soviéticos le condenaron a trabajos forzados por ser español y ‘fascista’. A los ocho meses y después de un largo y rocambolesco viaje por los Balcanes y Turquía, pudo Perlasca volver a Italia.
Encerrado en su discreción no contó ni a su familia, su historia de valor, altruismo y solidaridad. Pero a principios de 1990, algunas mujeres húngaras, que eran unas chiquillas en la época de las persecuciones, a través del periódico de la comunidad judía de Budapest, buscaron noticias de aquel diplomático español que las había salvado. También gracias a los periodistas italianos Gianni Minoli y Enrico Deaglio, éste último con su libro La banalidad del bien, Giorgio Perlasca salió del silencio.
En el año 1991, un año antes de su muerte, escribió Perlasca a Su Majestad el Rey de España Juan Carlos I:
“Ha sido para mí un gran placer trabajar por cuenta de España, país al que siempre me han ligado tantos vínculos, por la salvación de tantas vidas humanas y lamento no haber podido, o sabido, hacer más.”
Los testimonios de los numerosos salvados empezaron a llegar a los periódicos, televisiones y libros. Giorgio Perlasca falleció a los 82 años el 15 de agosto de 1992 y está enterrado en la tierra desnuda del cementerio de Maserà, a poco kilómetros de Padua. En su lápida quiso que se escribiese sólo una frase en hebreo: “Justo entre las Naciones.”
Testimonios del comportamiento de Franco para con los judíos
En una entrevista que mantuvo Sanz Briz -siendo Cónsul General de España en Nueva York- con el historiador judío Isaac Molho, le manifestó que todo el mérito de sus acciones se debían al Generalísimo Franco.
Para ser fieles a la Historia citaremos el testimonio del rabino Chaim Lipschitz, del seminario hebreo Torah Vodaath and Mesivta, de Brooklyn, publicado en la revista Newsweek en febrero de 1970:
“Tengo pruebas de que el jefe del Estado español, Francisco Franco, salvó a más de sesenta mil judíos durante la II Guerra Mundial. Ya va a ser hora de que alguien dé las gracias a Franco por ello”.
En el libro La banalidad del bien de Enrico Deaglio. (Editorial Feltrinelli. Milán. y publicada en España por Herder), en uno de sus párrafos, dice:
“Si bien el papel de la España franquista en las operaciones de salvamento de los judíos europeos ha sido silenciado casi del todo, fue decididamente superior al de las democracias antihitlerianas. Las cifras varían entre 30.000 y 60.000 judíos liberados del holocausto.”
El filósofo e historiador alemán Patrik von zur Mühlen en su libro Huída a través de España y Portugal. (J.H.W. Dieta Nachf. Bonn), afirma que:
“España hizo posible que más de 50.000 disidentes y judíos escaparan de los nazis.”
En The American Sephardi, con motivo del aniversario del fallecimiento de Franco, publicó el siguiente artículo:
“El Generalísimo Francisco Franco, Jefe del Estado español, falleció el 20 de noviembre de 1975. Al margen de cómo le juzgará la Historia, lo que sí es seguro que en la historia judía ocupará un puesto especial. En contraste con Inglaterra, que cerró las fronteras de Palestina a los judíos que huían del nazismo y la destrucción, y en contraste con la democrática Suiza que devolvió al terror nazi a los judíos que llegaron llamando a sus puertas buscando ayuda, España abrió su frontera con la Francia ocupada, admitiendo a todos los refugiados, sin distinción de religión o raza. El profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, que ha dedicado años a estudiar el tema, ha llegado a la conclusión de que se lograron salvar un total de por lo menos 40.000 judíos, vidas que se salvaron de ir a las cámaras de gas alemanas, bien directamente a través de intervenciones españolas de sus representantes diplomáticos, o gracias a haber abierto España sus fronteras”.
Desde el rey Nimrod hasta nuestros días, a través de cinco milenios, según las leyendas hebreas, quedan escritos los nombres de los tiranos y de los enemigos de Israel en el Libro de la Muerte. Y el de sus protectores y amigos en el de la Vida. Pues bien, Francisco Franco tiene su nombre en el Libro de la Vida. Y con letras de oro. En las sinagogas de EE.UU. todos los 20 de noviembre se pronuncia un responso o “kadish” en memoria del hombre que libró a tantos hebreos del holocausto.
Los judíos honran y bendicen el recuerdo de este gran benefactor del pueblo hebreo... que ni buscó ni obtuvo ningún beneficio de lo que hizo