El nombre de Paracuellos del Jarama (en realidad, Paracuellos de Jarama) ha quedado ligado para siempre a la mayor matanza perpetrada en la guerra civil española. En las inmediaciones de esta pequeña población de la provincia de Madrid los revolucionarios asesinaron a sangre fría a varios miles de españoles inocentes. Militares que no habían tenido oportunidad de participar en la guerra, religiosos que, por supuesto, nunca tuvieron ninguna participación, políticos que no ostentaban ningún poder, intelectuales alejados de los asuntos políticos… Eran los enemigos de la revolución, personas que estorbaban en el camino al objetivo último de los autores de estas masacres: la dictadura del proletariado.
El nombre de Paracuellos de Jarama ha quedado ligado para siempre a un nombre, Santiago Carrillo Solares. Es, sin duda, el más famoso de los responsables de aquellos horribles crímenes, pero ni mucho menos el único. Nombres como Manuel Muñoz Martínez, Segundo Serrano Poncela o Mihail Koltsov merecen una cuota de protagonismo próxima a la de Carrillo. Asesinatos en masa como los que nos ocupan no pueden ser obra de un solo hombre, y el «genocidio» (como tal lo califican César Vidal y otros historiadores) de Paracuellos tuvo una indiscutible inspiración comunista, procedente de la Rusia soviética de Iosif Stalin e importada a Madrid a través del Partido Comunista de España (PCE).
Noviembre de 1936. Quinto mes de la guerra civil. Las tropas del general Francisco Franco avanzan a paso seguro de sur a norte. La liberación de El Alcázar de Toledo demoró el cerco del bando sublevado a la capital de España. A primeros de noviembre ya estaban a las puertas de Madrid, donde el golpe de Estado, dirigido por el general Joaquín Fanjul, había fracasado (para desgracia de quienes se atrincheraron en el Cuartel de la Montaña, pues casi todos ellos fueron linchados por milicias obreras y fuerzas republicanas el 20 de julio). El día 2 de noviembre cayeron en poder de los nacionales Fuenlabrada y Villaviciosa de Odón. El 4, Getafe. La caída de Madrid, que sin duda hubiera acelerado el fin de la guerra, parecía inminente y eran pocos los que no la daban por hecha.
La huida del Gobierno
El 6 de noviembre el Gobierno republicano cogió las maletas y se marchó por la carretera de Valencia. A la sazón lo presidía Francisco Largo Caballero (PSOE), apodado por partidarios y detractores el «Lenin español». Dos días antes acababa de formar Largo su segundo gobierno, integrado por seis socialistas (además de él, Ángel Galarza Gago, ministro de Gobernación, Juan Negrín López, Julio Álvarez del Vayo, Indalecio Prieto Tuero y Anastasio de Gracia), dos comunistas del PCE, tres miembros de Izquierda Republicana (entre ellos, José Giral Pereira, quien desde la presidencia del gobierno había entregado armas a los partidos y sindicatos afines), uno de Unión Republicana, otro del PNV, otro de ERC y, lo más curioso, cuatro anarcosindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Fue la primera vez en la historia universal que cuatro anarquistas («anarquía» significa «sin gobierno») alcanzaron rango de ministros: Juan García Oliver (expistolero que tomó la cartera de Justicia), Juan Peiró Belis, Juan López Sánchez y Federica Montseny Mañé. El presidente de lo que quedaba de II República era Manuel Azaña Díaz.
Como decimos, el gobierno del Frente Popular prefirió tomar la radial 3 y delegar en otros la enojosa defensa de Madrid. Para ello, Largo Caballero dejó dos mensajes en sendos sobres: uno dirigido al general Miaja y otro para el general Pozas. Con mucho misterio el presidente les ordenaba no abrir sus respectivos sobres hasta la madrugada del 7 de noviembre. Los generales no pudieron resistir la tentación de desobedecerle y lo primero que comprobaron es que el mensaje para Miaja estaba en el sobre de Pozas y viceversa. Una vez deshecho el equívoco, a José Miaja Menant se le encomendaba organizar y presidir una Junta de Defensa de Madrid, y a Sebastián Pozas liderar el Ejército del Centro desde Tarancón (Cuenca). La carta a Miaja empezaba así:
«El Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo su primordial cometido de defensa de la causa republicana, trasladarse fuera de Madrid, y encarga a V.E. de la defensa de la Capital a toda costa. A fin de que lo auxilien en tan trascendental cometido, aparte de los organismos administrativos que seguirán actuando como hasta ahora, se constituye en Madrid una Junta de Defensa de Madrid, con representaciones de todos los partidos políticos que forman parte del Gobierno y en la misma proporcionalidad que en éste tienen dichos partidos. Junta cuya presidencia ostentará V.E. Esta Junta tendrá facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid, que deberá ser llevada al límite…»
La Junta se pone en marcha
La Junta de Defensa de Madrid se reúne por primera vez a las 18 horas del 7 de noviembre. El veterano general Miaja la preside y la distribución de consejerías queda de esta guisa: Secretariado – Fernando Frade (PSOE), Guerra – Antonio Mije (PCE), Orden Público – Santiago Carrillo (Juventudes Socialistas Unificadas, PCE), Industrias de Guerra – Amor Nuño (CNT), Abastecimientos – Pablo Yagüe (UGT), Comunicaciones – José Carreño (Izquierda Republicana), Finanzas – Enrique Jiménez (Unión Republicana), Información y Enlace – Mariano García (Juventudes Libertarias), Evacuación – Francisco Caminero (Partido Sindicalista). A este grupo de consejeros se le conoció popularmente como los «chicos de Miaja» porque casi ninguno llegaba a los 30 años. Santiago Carrillo, consejero de Orden Público que acababa de formalizar su ingreso en el PCE, tenía 21 años.
El primer número del Boletín Oficial de la Junta de Defensa de Madrid, fechado el 13 de noviembre de 1936, contiene varias disposiciones firmadas por Carrillo entre los días 8 y 11. Algunas de estas dicen: «Se concede un plazo de veinticuatro horas para que todos los ciudadanos de esta capital hagan entrega en las Comisarías de la Dirección General de Seguridad, donde se les extenderá el correspondiente recibo, de todas las armas de fuego que posean». «A partir de la fecha de publicación de esta disposición, la vigilancia del interior de la capital y sus accesos estará exclusivamente a cargo de las fuerzas organizadas que a tal efecto disponga esta Consejería». «Se organizarán los Servicios de Investigación y Vigilancia. Los Servicios de Investigación estarán a cargo del Cuerpo de Policía…» Asimismo, Carrillo nombra el día 8 a los cargos dependientes de su consejería: Luis Rodríguez Cuesta - secretario, Segundo Serrano Poncela – delegado en la Dirección General de Seguridad, Fernando Claudín Pontes – delegado del Gabinete de Prensa, Alfredo Cabello – delegado en la Emisión Radiofónica, Federico Melchor – delegado para las fuerzas de Seguridad, Asalto y Guardia Nacional Republicana.
Comienzan las sacas
El mismo 7 de noviembre que se constituye la Junta de Defensa de Madrid, arrancan los asesinatos de Paracuellos. Desde esa madrugada una barricada de losas rodea la entrada de la cárcel Modelo, custodiada por milicianos. Dentro de la barricada, aparcados, aguardan entre siete y nueve autobuses de dos pisos, pertenecientes al servicio público urbano, más dos autobuses grandes de turismo. En seguida (a las 4 de la madrugada según César Vidal, por la tarde según Ian Gibson) empiezan las temidas «sacas» de presos.
El ordenanza conmina a los reclusos a asomarse a las balconadas para que todos escuchen la retahíla de nombres que van a pronunciar a continuación. Un pelotón de milicianos encañona a los expectantes a la vez que rodea a los dos «jefecillos» que leen las listas. Bajo pena de disparar al primero que hable o se mueva, exigen a los nombrados que bajen «con todo» lo que posean al centro de la galería y se coloquen en orden de llamada. «En un silencio sepulcral pasan instantes indescriptibles; es decir, no pasan, porque el tiempo se detiene en el abismo y la tragedia, cabalgando en el caos, nos suspende sobre el vértigo…» (Emocionario íntimo de un cautivo. Los cuatro meses de la Modelo, de El Duende Azul, seudónimo de Antonio Cobanela Caamaño, 1939).
Los autobuses, con unos sesenta detenidos y una decena de milicianos cada uno, son conducidos a las inmediaciones de Paracuellos de Jarama. Allí han cavado, con ayuda de lugareños, unas zanjas a modo de fosas donde caerán los asesinados. Maniatados con bramante de dos en dos o con las manos a la espalda, los dividen en grupos de entre diez y veintincinco. Les obligan a caminar hacia las fosas comunes y, una vez situados al borde de los agujeros, un pelotón de entre treinta y cuarenta milicianos les ametralla. Muchos caen aún con vida a las fosas. Algunos de estos reciben el tiro de gracia, mientras que otros tienen que esperar a morir aplastados o enterrados. Muchas de las últimas palabras de los caídos fueron para perdonar a sus verdugos, para honrar a Cristo Rey o a España, o para orar a Dios.
Sólo el 7 de noviembre fueron ametrallados en Paracuellos alrededor de un millar de presos «sacados» de la Modelo. Esta era una cárcel diseñada para albergar precisamente a mil presos, pero en aquellos días de la guerra civil se hacinaban en ella 5.000 hombres. Ni fue esta la única cárcel de la que se produjeron «sacas malas» ni fue el 7 de noviembre el único día en que se produjeron ametrallamientos en masa. Nada más lejos, por desgracia, de la realidad. De las cárceles de Ventas, Porlier y San Antón también se «sacaron» a decenas, a veces centenares de presos, para llevar a término su «evacuación… definitiva» (Segundo Serrano Poncela dixit) a Paracuellos del Jarama o a Torrejón de Ardoz (junto al caz de Soto de Aldovea). Y el terror en las cárceles se prolongó hasta que el 4 de diciembre tomó posesión como director general de prisiones una persona digna de tal cargo, el anarquista sevillano Melchor Rodríguez García, apodado el «Ángel Rojo», que con su actuación protectora salvó miles de vidas.
Cifras discutidas
Las cifras de la matanza de Paracuellos aún hoy no son unánimes entre los historiadores. César Vidal, en su ensayo Paracuellos – Katyn, ofrece una relación de 4.021 asesinados en la Guerra Civil en Paracuellos, con sus nombres y sus dos apellidos (salvo contadas excepciones en que da el nombre y el primer apellido) y señala de ellos los que eran religiosos.
El propio Vidal estima el número total de fusilados en Paracuellos en unas 5.000 personas y el del total de «las víctimas del Terror frentepopulista en Madrid» durante la guerra en torno a las 16.000 personas. El también prestigioso historiador Ricardo de la Cierva, que con diez años sufrió el asesinato de su padre en Paracuellos, señalaba una cantidad global de 10.000 asesinados en esta población. Algo menos apuntaban Antonio de Izaga (8.354) y Ramón Salas Larrazábal (8.300). Ian Gibson tomó a inicios de los 80 la cifra de 2.750 víctimas «perfectamente identificadas», recabada por Ricardo de la Cierva de los archivos de la Asociación de Familiares de los Mártires. En la edición de 2005 de Paracuellos. Cómo fue rebaja esta cifra y propone una cantidad aproximada de 2.400 víctimas. Si tomamos la cifra total de 300.000 víctimas de la Guerra Civil (que señala el historiador Juan Pablo Fusi), los muertos en Paracuellos suponen en torno al 1 por ciento de este total.
En lo que sí coinciden los historiadores es en que tanto Santiago Carrillo como José Miaja sabían lo que estaba pasando y no hicieron nada para impedirlo. A estas dos supuestas autoridades se suman otras de la Junta de Defensa de Madrid como de la zozobrante República que conocieron y consintieron lo que estaba pasando, cuando no lo favorecieron. Antes del 7 de noviembre las fuerzas de la República ya habían asesinado a miles de enemigos a través del sistema de checas. Las checas eran centros de detención, tortura y condenación importados de la Rusia revolucionaria. En Madrid llegaron a existir al menos 226 checas, controladas por los partidos y sindicatos que encarnaban el Frente Popular. La más temida de todas estas checas era el llamado Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP), también conocido como la checa de Bellas Artes y luego de Fomento. Esta checa fue creada en agosto por el Director General de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, y asumió la tarea de coordinar todas las demás. Muñoz huyó a Valencia con el gobierno y gran parte de las fuerzas represivas de las checas se integraron en el sistema de represión de Carrillo, el discípulo de Stalin.
Otro personaje siniestro, el hombre de los nombres falsos, reconoce en su Diario de la guerra española haber instigado continuamente el exterminio de los presos de Madrid, con el pretexto de su posible liberación por Franco y la unión a su causa. Para ello tuvo que convencer (con gran éxito, a la vista de los resultados) a los comunistas del PCE (que entonces lideraba José Díaz) de lo conveniente de sus diabólicos planes. Se trata de Mihail Koltsov (su nombre verdadero, según Ian Gibson, era Mihail Fridliand y su segundo nombre falso era Miguel Martínez). Este comunista nacido en Kiev en el año del desastre de España (1898) aterriza en El Prat de Barcelona el 8 de agosto de 1936, teóricamente como corresponsal del periódico Pravda, publicación oficial del Partido Comunista ruso. Los historiadores coinciden en señalar que, además, debía ser un influyente jerarca de la maquinaria soviética y un agente en nuestro país del monstruo Stalin.
Las matanzas de Paracuellos y Torrejón tampoco fueron, en su conjunto, hechos aislados ni excepciones dentro de una realidad mucho más amable. Aparte de la actividad frenética de las checas, César Vidal recoge en su ensayo como precedentes al capítulo de Paracuellos el ya mencionado asalto al Cuartel de la Montaña, las matanzas de los trenes de Jaén, la matanza de la cárcel Modelo del 22 de agosto, las sacas de Ventas, los fusilamientos de Boadilla del Monte y las matanzas de Aravaca. No hay que olvidar nunca que durante la guerra civil los creyentes españoles padecieron la peor persecución religiosa de nuestra historia, con al menos 6.832 sacerdotes y religiosos asesinados. Este tipo de crímenes se sucedieron a lo largo de toda la guerra y hasta su final.
Para aquellos que siguen pensando que la guerra civil fue una contienda de buenos contra malos… Para aquellos que siguen pensando que todos los que luchaban con la República defendían la libertad y la democracia… Para aquellos que siguen pensando que el comunismo es una esperanza para la humanidad… Todas estas son las mejores pruebas de que están equivocados.
En el Cementerio de los Mártires de Paracuellos se puede visitar, en los horarios oportunos, a los grandes castigados por este despropósito criminal, brutalmente silenciosos bajo un mar de cruces, y encomendados por la gigantesca cruz blanca que mira al Cielo desde el cerro de San Miguel.
Pedro Muñoz Seca, el humor en el horror
F. D-I. MADRID
El comediógrafo don Pedro Muñoz Seca, natural de El Puerto de Santa María, fue detenido por milicianos anarcosindicalistas en Barcelona, donde la noche del 17 de julio de 1936 había estrenado La tonta del rizo. Casado y padre de diez hijos, fue acusado de monárquico y católico. Trasladado a Madrid, fue uno de los presos de la cárcel de San Antón (patrón de los animales, de los amputados, de los carniceros, de los enterradores y de los porquerizos, entre otros). En esta prisión, y a pesar de todo el horror circundante, el autor de La venganza de don Mendo pronto se hizo inmensamente popular por su inigualable sentido del humor.
Ian Gibson recoge dos anécdotas suyas en la cárcel, transmitidas por el padre Vicuña. En esta frase genial, dirigida a los milicianos custodios, aúna y sintetiza como nadie el humor y el horror de aquellos días: «Me habéis quitado mi libertad, mi empleo, el trabajo, la paz, la familia, todo… Pero hay una cosa que no me podéis quitar… Y es el miedo que os tengo». En otra ocasión, uno de estos milicianos trataba de convencerle de la futura victoria del bando republicano con argumentos blandurrios: «La guerra la ganaremos nosotros, porque nosotros tenemos el oro». La réplica de Muñoz Seca fue fulgurante: «¡Ca! ¡No! La ganaremos nosotros porque tenemos el oro… ¡y el moro!»
Ricardo de la Cierva, en Carrillo miente, dedica este párrafo a la estancia en San Antón de Pedro Muñoz Seca: «Se conservan numerosos testimonios sobre el valor, la simpatía y la popularidad de don Pedro en la cárcel, innumerables anécdotas. Levantaba con su humor inalterable la decaída moral de sus compañeros y hacía reír, riéndose de ellos, a sus verdugos. Que este hombre de bien, pródigo en sátiras amables, el español que ha hecho reír a más compatriotas en el siglo XX, acabase destrozado en una fosa de Paracuellos el 28 de noviembre me parece una prueba suprema de que el Frente Popular merecía perder la guerra por su vacío absoluto de tolerancia y de sentido del humor».